Inteligente revival mediático del cardenal Antonio Cañizares en su regreso a la segunda fila de la actualidad eclesial en España como vicepresidente de la Conferencia Episcopal. Digo segunda fila porque la primera –la de la interlocución con el Gobierno y con la Santa Sede– la reivindicó el cardenal Ricardo Blázquez nada más ser reelegido presidente del Episcopado.
Pero eso, finalmente, lo decidirán los medios. O quien a estos se lo ponga más fácil, pese a quien le pese. Una astuta gestión de la agenda comunicativa desde Valencia ha dejado en un segundo plano el encuentro del arzobispo de Valladolid con el Papa. Realmente hay que tener interés en saber qué se han dicho en su cita vaticana Blázquez y Francisco para enterarse, porque aquí ha trascendido lo justito. Y si algo no cambia, el guión será este que hemos visto. Protagonismo –en el mejor sentido– por sustitución o, como en la famosa película, presidente por accidente.
Además de inteligente, la irrupción informativa del arzobispo de Valencia ha tenido un acento cuaresmal en el que no faltó la petición de perdón a los homosexuales ni la pesadumbre por haberse puesto aquella kilométrica capa, que, según las entrevistas concedidas, tanto le hizo sufrir y cuya imagen aún le persigue. Un tono este que le viene muy bien a la Iglesia española –a la que la capa se le había enrollado en los pies– si se prolonga en los demás tiempos litúrgicos.
Ahora que los obispos europeos –como hemos visto en Barcelona– quieren acompañar con ternura a los jóvenes al menos hasta el Sínodo de 2018, el ascendiente del purpurado levantino sobre otros prelados puede ser de gran ayuda. Por ejemplo, para que crezca la comprensión hacia los miedos de los jóvenes y no pase como en aquel congreso juvenil, en donde el pastor enfiló la puerta de salida cuando la joven confesó su homosexualidad. Sí, fue en España. Hoy ya muy pocos padres hacen eso.
Publicado en el número 3.031 de Vida Nueva. Ver sumario
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