Nery Rodenas es el director ejecutivo de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. La entidad fue creada por monseñor Juan José Gerardi, asesinado en 1998 tras la presentación de un informe sobre la violencia en el país centroamericano durante los años del conflicto armado interno. Rodena visitó Colombia, con ocasión de un encuentro sobre memoria, verdad y justicia. A continuación, apartes de la conversación que mantuvo con Vida Nueva, al cierre de la actividad.
PREGUNTA.- A la luz de la experiencia guatemalteca de violencia y de búsqueda de la paz, ¿qué decir sobre el proceso que vivimos en Colombia?
RESPUESTA.- Tras una guerra de 36 años, en Guatemala hubo acercamientos entre las partes del conflicto armado, los representantes de la guerrilla y del Estado. La firma de la paz fue hace 20 años. Se generaron acuerdos que buscaban superar las causas estructurales que provocaron la violencia. Lamentablemente, no todo el pueblo guatemalteco tuvo una conciencia sobre lo que significaba el proceso de paz. Nos duele que, como ocurrió en Guatemala, también hay sectores en Colombia que son indiferentes a este proceso, que no creen en la paz, que creen que la paz únicamente va a beneficiar a unas personas. Sin embargo, la paz nos debe alcanzar a todos. La experiencia guatemalteca fue muy importante, si bien superar los problemas estructurales sigue siendo una tarea básica, para que no se repita más la violencia. Hay una oportunidad para que Colombia pueda tocar temas como la atención de aquellos pueblos que fueron afectados por la violencia; su dignificación; la búsqueda de la verdad; que las personas afectadas por el conflicto armado interno puedan exigir la justicia, no una justicia que se les imponga, sino que nazca de la propia madurez de cada proceso.
P.- ¿Cómo fue alcanzada la Iglesia Católica por la violencia?
R.- Muchos sacerdotes, catequistas y religiosos fueron perseguidos y fueron considerados aliados de la guerrilla, cuando muchos lo que hacían era simple y sencillamente, no solo anunciar el Evangelio, sino también denunciar todo aquello que se oponía al plan de Dios. Una figura muy emblemática para la Iglesia guatemalteca es monseñor Juan José Gerardi, un obispo que trabajó en la Diócesis de Quiché, una región indígena, de las más pobres de Guatemala y de las más afectada por el conflicto armado interno. Denunció los atropellos que recibía el pueblo. En la Arquidiócesis de Guatemala fundó la oficina de derechos humanos del arzobispado. Trabajó en la comisión nacional de reconciliación. Gerardi fue asesinado el 26 de abril de 1998 y es visto como el mártir de la paz. Él decía que conocer la verdad duele, pero es un proceso altamente saludable, liberador y justificable. Quiso que la Iglesia buscara la verdad y que contribuyera en la formación. Después de la presentación del informe Guatemala nunca más, seguimos un juicio en el cual se determinó que su muerte obedecía a la presentación del documento; siguieron otros procesos, como la divulgación del informe, para que pudiera llegar a las comunidades y se pudiera saber qué causó la muerte de tantas personas; trabajamos en procesos de reparación sicosocial, de búsqueda de personas desaparecidas y de exhumaciones.
P.- ¿Cuáles son los principales desafíos que en la actualidad enfrenta la oficina de derechos humanos de la Arquidiócesis de Guatemala?
R.- Lamentablemente, Guatemala sigue siendo un país en que se violan los derechos humanos. Seguimos trabajando la prevención de la violencia entre jóvenes, los derechos de la niñez y adolescencia, los casos de litigio estratégico de los pueblos indígenas, ya que Guatemala sufrió genocidio, tal como lo califica la comisión de esclarecimiento histórico, en virtud de que hubo planes del Estado para acabar con comunidades indígenas. La búsqueda de responsabilidades también es un proceso muy necesario para nuestro país.