El papa Francisco presidió, ayer sábado 22 de abril por la tarde, en la Basílica de San Bartolomé, una oración con la Comunidad de Sant’Egidio en memoria de los mártires contemporáneos de los siglos XX y XXI.
Situada en la isla Tiberina, en el centro de Roma, cientos de personas le esperaban en la plaza situada entre el hospital principal de los Hermanos de san Juan de Dios y la propia iglesia. Francisco pudo bendecir a muchos de los ancianos y recoger las flores, cartas y dibujos que le entregaban los niños reunidos a su llegada.
En su homilía, el Papa reinvidó el papel de los mártires contemporáneos: “La Iglesia necesita mártires, testigos, es decir santos de diario, esos que llevan adelante una vida ordinaria con coherencia, y también aquellos que tienen la valentía de aceptar la gracia de ser testigos hasta el final, hasta la muerte”.
Para Francisco –que utilizó la estola del sacerdote caldeo Ragheed Aziz Ganni, asesinado en la ciudad iraquí Mosul en 2007– estos “son la sangre viva de la Iglesia. Son los testigos que llevan adelante la Iglesia, los que demuestran que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo atestiguan con la coherencia de vida y con la fuerza del Espíritu Santo que han recibido como don”.
Y es que, en sus palabras, “es la gracia de Dios, no la valentía lo que hace al mártir”. Porque “la Iglesia es Iglesia, si es Iglesia de mártires”, aseguró.
Un nuevo “icono” para San Bartolomé
Frente al “odio” que impulsa la persecución, y que ya anuncia Jesús en el evangelio, el Pontífice señaló que hay también “muchos mártires desconocidos, esos hombres y mujeres fieles a la fuerza que viene del amor, a la voz del Espíritu Santo, que en la vida de cada día buscan ayudar a los hermanos y a mar a Dios sin reservas”.
Precisamente el Papa rescató la historia de uno de esos mártires anónimos. “Quiero añadir otro icono más en esta iglesia, una mujer, no sé su nombre, pero ella nos mira desde el cielo”, dijo, refiriéndose a una mujer cristiana, madre de tres hijos casada con un musulmán, quien que le contó la historia al Papa cuando este viajó al campo de refugiados de Lesbos.
Los terroristas habían preguntado a la mujer por su religión, vieron su crucifijo al cuello, le pidieron que lo tirase y, como no lo hizo, recibió la gracia del martirio.
“Este es el icono que hoy les traigo como regalo aquí –habló el Papa–. No sé si este hombre está todavía en Lesbos o ha logrado ir a otra parte. No sé si ha sido capaz de huir de ese campo de concentración, porque los campos de refugiados… muchos de ellos son campos de concentración, son abandonados ahí, a los pueblos generosos que los acogen, que tienen que llevar adelante este peso porque los acuerdos internacionales parecen ser más importantes que los derechos humanos”.
Testimonios de algunos familiares
Durante la Liturgia de la Palabra –que coincidía con en el día en que se cumplían cuatro años del secuestro de dos obispos en la ciudad siria de Alepo–, tuvieron un cierto protagonismo algunos familiares de algunos de los mártires cuya memoria se venera en la basílica. Así, ofrecieron su testimonio Karl Schneider, hijo de una pastor asesinado en 1939 en el campo de concentración de Buchenwald (Alemania); Roselyne Hamel, hermana del padre sacerdote asesinado hace un año en en Rouen (Francia) y Francisco Hernández Guevara, una amigo del joven de Sant’Egidio William Quijano, asesinado en El Salvador en 2009 por las pandillas.
También algunos familiares y compañeros de otros mártires acompañaron al Papa en la veneración de las capillas diferentes capillas del templo, en cada una de las cuales depositó una vela. Y es que la iglesia de San Bartolomé es, desde el Jubileo del año 2000, un lugar “donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de los nuevos mártires, de tantos cristianos asesinados por las insensatas ideologías del siglo pasado solo por ser discípulos de Jesús”, indicó Francisco. En sus capillas se recuerdan los mártires del nazismo, de Europa, de Asia y del Medio Oriente, de América Central y Latina, de África, de los regímenes comunistas.
El ecumenismo de los mártires
La celebración tuvo un fuerte sentido ecuménico, pues la memoria de los mártires no conoce las fronteras que dividen a las distintas confesiones. Así, en la celebración participaron, además de miembros de la propia comunidad, representantes de los cristianos armenios, de la Iglesia ortodoxa rusa, luteranos, valdenses, anglicanos, ortodoxos coptos y ortodoxos rumanos.
También fueron recordados más de una veintena de situaciones de los siglos XX y XXI donde la persecución cristiana ha sido una triste realidad. A la memoria de los testigos de la Guerra Civil española, la mafia o las dictaduras comunistas, se unieron los recientes ataques de Siria o Egipto, así como algunos religiosos secuestrados que siguen el paradero desconocido o quienes ha sido víctimas de la lucha contra la religiosidad del miedo y de las falsas creencias.
La Comunidad de Sant’Egidio es una asociación que agrupa a más de 60.000 personas de todo el mundo. Nacida en en torno a la iglesia de San Gil –Sant’Egidio en italiano– en el barrio del Trastévere de Roma en 1968 gracias al impulso del historiador Andrea Riccardi, busca promover los principios conciliares del diálogo, el ecumenismo y la solidaridad con los más pobres, a través de la oración y la “comunicación del Evangelio”.
Para el propio Riccardi, la “victoria” que reclaman los mártires contemporáneos es “la de la paz y de la humanidad”. El 7 de abril de 2008, al cumplirse el cuarenta aniversario de la asociación, Benedicto XVI también visitó esta basílica.
“Una civilización que cierra las puertas a los migrantes se suicida”
La Comunidad de Sant’Egidio ha respaldado muchas de las iniciativas solidarias de Francisco, como la acogida de los refugiados que volvieron en el avión papal hace ahora un año. Por ello, tras la celebración el Papa saludó, en los locales de la basílica a un grupo de refugiados que han llegado últimamente a Italia a través de los corredores humanitarios de la propia comunidad y de las iglesias protestantes.
Tras este encuentro, Francisco hizo un nuevo llamamiento a los países del norte de Europa a que sean “generosos” como lo están siendo las regiones mediterráneas a donde llegan tantos refugiados. Reclamó también que se cumplan los tratados internacionales en materia de refugiados y sentenció que “una civilización que cierra las puertas a los migrantes se suicida”.
Otra asociación, fundada por un grupo de socorristas españoles, que trabaja rescatando a los refugiados que llegan a las playas del Mediterráneo es Proactiva Open Arms. Esa misma mañana, Bergoglio había en audiencia a Óscar Camps, el iniciador de esta oenegé nacida en Badalona y muy presente en la isla griega de Lesbos y en Libia. En declaraciones a los medios, el socorrista y activista catalán no ha dudado en señalar que cuentan con la ayuda de Francisco.