Entre fuertes medidas de seguridad, hasta el punto de que los periodistas apenas han tenido los detalles de las horas exactas y lugares de la visita, el avión que traía al papa Francisco de Roma a Egipto aterrizaba puntual en El Cairo a las 14:00 h. de hoy viernes 28 de abril. Y tras el recibimiento de autoridades civiles y religiosas (católicas y ortodoxas) del país, el Pontífice se desplazó enseguida hasta el Palacio Presidencial de Heliópolis, para realizar la tradicional visita de cortesía al presidente de la República, Abdelfatah Al-Sisi.
La invitación de Al-Sisi –junto con la invitación del patriarca de Alejandría de los Coptos, Tawadros II; del patriarca de los Coptos católicos y del Gran Imán de Al-Azhar– es la que ha hecho posible esta visita, un viaje de “expectativas especiales”, “un viaje de unidad, de fraternidad”, había calificado Francisco en el vuelo papal.
Dos horas y media después de aterrizar, hacia las 16:15 h., el Papa entraba en la Universidad de Al-Azhar, para participar en la Conferencia Internacional sobre la Paz que se está celebrando en El Cairo. Lo hacía entre aplausos y vítores.
El Gran Imán de Al-Azhar, Ahmed al Tayyeb, tomó la palabra pidiendo, antes de nada, a los presentes que se pusieran de pie para expresar su solidaridad con las víctimas del terrorismo. Al Tayyeb habló de la “terrible tragedia humana, sin precedentes a lo largo de la historia de la humanidad”, que son las muertes de personas en las playas, gentes que escapan de “guerras fútiles” y cuya única lógica es el “odioso comercio de armas”.
Lamentó la paradoja de que se dé este sufrimiento en “un siglo de filosofías y enseñanzas humanas, que promueve la igualdad social”.
“¿Cómo la paz internacional se ha convertido en un paraíso perdido? Creo que la civilización moderna ha ignorado las religiones divinas y su ética”, dijo, señalando entre esos olvidos la fraternidad y la misericordia. Y reclamó “restaurar la conciencia de la religión celestial” para “liberar a la mente humana de las guerras del vacío de la filosofía experimental material”.
Además, advirtió contra el error de pensar que el islam o el judaísmo sean religiones terroristas, “solo porque un grupo de sus seguidores malinterpreten los textos y propaguen la destrucción”. “Si abrimos puertas para acusaciones como están abiertas contra el islam, ninguna religión, régimen, civilización o historia saldría inocente o libre de la violencia o el terrorismo”, frase que levantó muchos aplausos del auditorio.
En su turno, Francisco ha pronunciado un largo discurso cargado de mensajes importantes con respecto al terrorismo y la violencia, la paz, el diálogo interreligioso y el futuro.
Siendo que en Egipto siempre “ha brillado la luz del conocimiento” –ha comenzado el Papa–, pidió educar a las generaciones más jóvenes en la religiosidad, ponerles “en contacto con Aquel que lo trasciende y con cuanto lo rodea”, porque “del mal solo viene el mal y de la violencia solo la violencia, en una espiral que termina aislando”.
Ante esto, apuesta el Papa por el diálogo interreligioso: “Estamos llamados a caminar juntos con la convicción de que el futuro de todos depende también del encuentro entre religiones y culturas (…). El diálogo puede ser favorecido si se conjugan bien tres indicaciones fundamentales: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones”.
Citó a Juan Pablo II en un discurso a las autoridades musulmanas en Nigeria en 1982: “‘Vivimos bajo el sol de un único Dios misericordioso. […] Así, en el verdadero sentido podemos llamarnos, los unos a los otros, hermanos y hermanas […], porque sin Dios la vida del hombre sería como el cielo sin el sol’. Salga pues –decía ya Francisco con sus propias palabras– el sol de una renovada hermandad en el nombre de Dios; y de esta tierra, acariciada por el sol, despunte el alba de una civilización de la paz y del encuentro”.
Bergoglio fue muy claro cuando habló del rechazo a la violencia, que, “de hecho, es la negación de toda auténtica religiosidad. Como líderes religiosos estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de supuesta sacralidad, apoyándose en la absolutización de los egoísmos antes que en una verdadera apertura al Absoluto. (…) Solo la paz es santa y ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre”.
Seguía insistiendo el Obispo de Roma en la necesidad de que todas las religiones se unan en el rechazo a cualquier tipo de violencia: “Juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar. Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica. (…) Digamos juntos: Cuanto más se crece en la fe en Dios, más se crece en el amor al prójimo”.
Y todavía tuvo palabras para advertir del riesgo de los “populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad. Ninguna incitación a la violencia garantizará la paz, y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia. Para prevenir los conflictos y construir la paz es esencial trabajar para eliminar las situaciones de pobreza y de explotación”.
Justo antes había dicho: “Hoy se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción”.