Las aguas que corren bajo los puentes del Nilo han visto pasar una enormidad de acontecimientos desde hace al menos cinco mil años. Sin embargo, ver a un Papa de Roma dirigir su palabra a una asamblea de ulemas, imanes y profesores en el recinto más venerado por millones de musulmanes sunitas era algo nunca visto hasta ahora en El Cairo.
El abrazo nada protocolario que se dieron al final de ese momento histórico el papa Francisco y el Gran Imán de la Universidad Al-Azhar ponía en evidencia que se había dado un paso adelante en el camino de las dos religiones con mayor número de fieles en todo el planeta.
Los dos discursos pronunciados por Al-Tayyeb y por Bergoglio coinciden en sus puntos fundamentales: usar el nombre de Dios para justificar la violencia y el odio es la negación radical de toda auténtica religión; hay que educar a las generaciones jóvenes para que no se fanaticen y tengan una mentalidad abierta e inclusiva; el “otro” no debe ser mi enemigo.
Los más escépticos dirán que las palabras no paran las bombas ni frenan los atentados. Así es, por desgracia, pero no es menos cierto que la paz o la guerra necesitan que se afirmen con claridad ciertas ideas y que se hagan caer las máscaras de quienes manipulan el entusiasmo y la generosidad de los jóvenes para incitarles a la destrucción comenzando por la suya propia.