En este complicado pero rápido viaje que es la visita Francisco a Egipto, la jornada de hoy sábado 29 de abril ha comenzado con la Santa Misa con los católicos del país, una comunidad del 0,3% de la población (unos 200.000 fieles) golpeada duramente por el extremismo islamista.
La celebración ha tenido lugar en un lleno Estadio Air Defense de El Cairo, animado por cánticos en árabe y el deseo de los participantes de compartir este momento con el Pontífice. Él, durante su homilía, les ha dejado un mensaje de coraje, de amor hacia “amigos y enemigos”, de confianza en el Dios que siempre asiste.
“A Dios solo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada“, dijo con rotundidad Francisco.
En esa misma línea de ser instrumentos de pacificación, el Papa ha enviado a los fieles a su vida cotidiana “llenos de alegría, de valentía y de fe. No tengáis miedo a abrir vuestro corazón a la luz del Resucitado y dejad que él transforme vuestras incertidumbres en fuerza positiva para vosotros y para los demás. No tengáis miedo a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente”.
La misa ha sido concelebrada por Ibrahim Isaac Sidrak, patriarca copto-católico de Alejandría, y han participado miembros de la Iglesia copta-ortodoxa, así como un representante del Gran Imán de Al-Azhar.
La homilía de Francisco, referida al Evangelio de los discípulos de Emaús, pivotó en torno a tres ejes: la muerte, la resurrección y la vida.
Sobre la muerte, recordó cómo la crucifixión descolocó a los discípulos, hasta el punto de que “la muerte de Cristo era la muerte de todo lo que ellos pensaban que era Dios”.
Ante esto, advirtió del riesgo de equivocarse y no entender que la la omnipotencia de Dios no es la omnipotencia de la fuerza o de la autoridad, sino solamente la omnipotencia del amor, del perdón y de la vida”.
No obstante, con la resurrección, “Jesús transforma su desesperación en vida. (…) Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz”.
Y así, en el tercer punto, “el encuentro con el Resucitado transforma la vida entera y hace fecunda cualquier esterilidad”.
Hacia el final de la homilía, Francisco quiso dejar una recomendación muy clara sobre qué tipo de creyentes quiere Dios. “La experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña que de nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón y detesta la hipocresía. Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita”.
Y a continuación, aseguraba que “la verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad”.