El cardenal Mario Aurelio Poli es el arzobispo de Buenos Aires y el primado de la Argentina desde que Bergoglio dejó vacantes esos lugares al convertirse en el papa Francisco. Próximo a celebrar los 40 años de sacerdocio, hoy pone todas sus fuerzas en el primer sínodo que realizará la arquidiócesis de Buenos Aires. Especialista y profesor de Historia de la Iglesia, durante muchos años se desempeñó como rector del seminario arquidiocesano de Buenos Aires. A los 54 años de edad, el entonces papa Juan Pablo II lo designó obispo auxiliar de Buenos Aires, y el 20 de abril de 2002 recibía la consagración episcopal en la Catedral de Buenos Aires por la imposición de manos del cardenal Bergoglio. Años más tarde, el 24 de junio de 2008, Benedicto XVI lo designó obispo de la diócesis de Santa Rosa, provincia de La Pampa, hasta que el papa Francisco decidió que sea su sucesor en la sede cardenalicia de Buenos Aires, el 28 de marzo de 2013.
Recientemente, el cardenal Poli brindó una entrevista exclusiva para Vida Nueva y para el Canal Orbe 21.
¿Cómo ve a la Iglesia?
Yo no soy periodista, soy pastor, entonces la evaluación que haga es mirada a través de ojos pastorales. Durante muchos años he enseñado historia eclesiástica. En el curso de la historia, la Iglesia ha tenido luces y sombras, ha sido protagonista como parte de la historia en algunos momentos y en otros no, padeciendo hasta la persecución. Este es un tiempo de la historia interesante, apasionante para vivirlo porque no tiene un protagonismo político, sino una autoridad moral y una voz encarnada en el papa Francisco, en continuidad con muchos pastores que ya vienen de fines del siglo XIX. Me parece que esta sintonía continúa. Por eso, este es un momento donde esa voz de la Iglesia se hace sentir de una manera admirable. A las palabras les siguen gestos. Nosotros no podemos hacer milagros pero nos tocan los milagritos diarios de la Eucaristía.
Tomemos Laudato si’. No esperábamos una encíclica sobre la ecología. Pero en las charlas que he dado, no necesariamente en lugares eclesiales sino más bien en entidades públicas, he visto que tuvo una aceptación, una recepción, muy interesantes. Creo que estamos en un tiempo afortunado para la Iglesia.
Después de cuatro años como arzobispo, ¿qué balance hace de su arquidiócesis?
Es muy compleja la Ciudad de Buenos Aires, como todas las arquidiócesis. Muchos colegios, muchos movimientos, muchas parroquias, mucha actividad eclesial. Si uno se pregunta si soy yo el que pilotea todo eso, digo “de ninguna manera”. En primer lugar, está el Espíritu Santo.
A medida que caminamos, buscamos la mejor manera de darle armonía a este camino, organizando todo para que sea un coro bien afinado. A pesar de que hay mucha pastoral misionera efectiva, una Iglesia que aprovecha este recurso extraordinario de la tradición, que es el sínodo, está mejor preparada para la misión.
¿De qué hablamos cuando hablamos de un camino sinodal?
Sínodo es una palabra que viene del griego y que significa “hacer juntos el camino”. Esta idea aplicada a la Iglesia es seguir el camino de Jesucristo. Se trata de un tiempo especial guiado por el Espíritu Santo, dedicado a escuchar a todos los bautizados. Los antiguos Padres de la Iglesia decían “Iglesia es igual a Sínodo”, significan lo mismo. Uno de los que sostenían este concepto era san Juan Crisóstomo. Muchos años lo enseñé en Historia de la Iglesia y sé el beneficio que los sínodos han dado a la Iglesia en momentos muy determinantes.
Los obispos americanos tenemos como patrono a santo Toribio de Mogrovejo. Cuando él llegó a América empieza por organizar la pastoral de su extensísima arquidiócesis, en un territorio que hoy comprendería Perú, Ecuador, parte de Colombia, un poco de Brasil, Bolivia y el norte de Chile. Lo organizó a través de cuatro concilios provinciales y catorce sínodos diocesanos. Su gran preocupación era cómo llevar el Evangelio al indígena, que tenía una cultura distinta, una lengua diferente. Si a principios de siglo XVII él pudo hacer tantos sínodos, nosotros después de 400 años de vida creo que nos debemos un sínodo. Son 400 años de la arquidiócesis de Buenos Aires y este será el primer sínodo arquidiocesano. Aunque hay un antecedente remoto: el tercer obispo de Buenos Aires, el fraile dominico Cristóbal de la Mancha y Velazco, en 1655 organizó algo muy acotado con un tema muy particular.
El Papa insiste en el tema de lo sinodal a nivel universal…
Cuando participé en el Sínodo de la Familia, en esos días se celebraron 50 años del motu proprio Apostolica sollicitudo del beato Pablo VI sobre la creación de los sínodos episcopales. El papa francisco pronunció un discurso histórico, muy lindo, nos dio mucha letra para conocer la sinodalidad en la iglesia. El Papa dice que la sinodalidad universal tiene sus primeras instancias en la sinodalidad de las iglesias particulares. Ese concepto me hizo un ruido muy especial. Este es el puntapié inicial. Yo no sé cómo hacer un sínodo, pero hay normas de la Iglesia que lo regulan y muchos recursos pastorales en los laicos, en los religiosos, en los sacerdotes y en los obispos que me acompañan.
¿Cuáles son las etapas de un sínodo?
Estamos ante un sínodo que quiere prepararse mejor para la misión en la ciudad, este sería el marco: la evangelización, una temática que quiere atravesar todas las áreas pastorales de la arquidiócesis. Algunas a las que hemos descuidado y otras a las que hay que dar respuestas, como por ejemplo la ecología en la ciudad.
Nosotros hemos pensado hacerlo en tres años. El primer año es de consulta y voy a convocarlo en Pentecostés. Desde hace un año que los obispos y los laicos estamos yendo por las comunidades para tener un contacto personal con la gente; queremos escuchar a todos los que quieran hablar en el marco del sínodo. Es vital en un sínodo escuchar sinceramente a los bautizados y también a los que están alejados por distintos motivos. El papa Francisco es un ejemplo de pastor que escucha a los que están alejados de la Iglesia, especialmente a aquellos que se distanciaron a causa de palabras o actitudes de los curas o de otros miembros de la Iglesia, porque muchas veces damos motivos para el alejamiento. Queremos escuchar a todos, queremos escuchar lo que nos agrada y también lo que no nos agrada tanto.
Después viene un segundo año, de estudio y de reflexión. Finalmente, el tercer año, en 2019, es el de las certezas y las orientaciones. Así se cumpliría un axioma de la Iglesia que el papa Francisco recordó en ese discurso: “es bueno que aquellos que tienen que ejecutar las orientaciones de la Iglesia participen en sus decisiones”.
Esto implica abrir a una participación importante de los laicos… ¿El desafío es desclericalizar a la Iglesia?
Desclericalizar es romper los círculos menores, los microclimas, los aduladores, lo que nos van a decir cosas que ya sabemos. Recuerdo una anécdota del sínodo: el Papa contaba que Juan Pablo II le decía a los obispos y cardenales, “no me vengan a decir lo que ya hemos escuchado mil veces. Yo quiero saber qué es lo que pasa sobre tal tema en el mundo”. Esta inquietud la tenemos mis obispos auxiliares y yo, quienes conformamos un equipo fraterno que facilita mucho todo este proceso. Luego hubo que proponérselo al Consejo Presbiteral que consultó a los decanatos durante 2016 y tuvo una aprobación mayoritaria notable. Después llegaremos a la celebración de 2020, la de los 400 años. Creo que el clima de comunión y de oración es lo que va a ir acompañando y acompasando todo esto.
¿Y cómo piensan llevar adelante el diálogo?
Estamos preocupados por recorrer la doctrina del diálogo. En este tiempo se habla mucho de diálogo en la Argentina. Es una palabra que se utiliza mucho en el sindicalismo, en la política, pero que no rinde los frutos que uno espera del diálogo. Nosotros tenemos un reservorio de la doctrina del diálogo que nos regaló Pablo VI en la encíclica Ecclesiam Suam.
¿Usted cree que hay poco diálogo entre los argentinos?
Yo creo que sí. Con este interrogante me surge la búsqueda de la verdad. San Agustín dice en un comentario sobre el Salmo 103 que para que la verdad sea una, tiene que dejar de ser tuya o mía. Entonces, mientras vayamos al diálogo con una idea fija no vamos a hacer diálogo sino monólogos gritones. Ese no es el método que queremos en el sínodo. Por eso vamos a sacar un subsidio sobre el diálogo para que aprendamos.
¿Por qué hacer ahora un sínodo y no hace diez años?
Este camino sinodal se comenzó a recorrer desde los primeros momentos de la vida de la Iglesia y fue Juan XXIII quien comenzó nuevamente a animar a la Iglesia por este sendero, con un sínodo de la Iglesia romana y con el Concilio Ecuménico Vaticano II. Ese camino de los sínodos lo continuaron Pablo VI, Juan Pablo II y ahora el papa Francisco lo ha potenciado. El camino sinodal supone una enorme capacidad de diálogo. Llevar adelante ese diálogo es una necesidad para la vida de la Iglesia y puede ser una referencia para todas las clases dirigentes sobre cómo enfrentar las diferencias y las problemáticas que plantea la actual situación geopolítica.
¿Por qué ahora? Porque imagino que estoy parado en una tradición eclesial arquidiocesana de casi 400 años donde hubo mucho trabajo misionero. Todo esto me permite reconocer que en este último tiempo se han creado muchos espacios de comunión que son antecedentes del Sínodo. No puedo dejar de citarlo. Muchos intentos de diálogo, de vida de Iglesia. Al hablar de estos me gusta citar ese soneto de Luis Francisco Bernárdez que termina diciendo: “Al fin y al cabo comprendí que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”. Yo tengo sepultado 400 años de historia que la llamo “humus eclesial”, eso es lo que me permite hacer un sínodo arquidiocesano.
Después de dos sínodos para hablar de la familia, después una exhortación apostólica sobre la familia, ¿cómo acompaña la Iglesia hoy a las familias?
Amoris laetitia es un término latino que en castellano significa la alegría del amor. Esta es una linda definición de la familia, surgió varias veces en el aula sinodal, y se nota que el Papa la anotó. Durante las tres semanas, el Papa se dedicó a escuchar, tuvo muy pocas intervenciones, fue un ejemplo de sinodalidad. Hay que recordar que la prensa dio a conocer algunas noticias escandalosas y cuando nos reunimos en asamblea el Papa pidió seguir adelante. Creo que el documento ha puesto el foco sobre la familia, pequeña iglesia doméstica, una imagen acuñada por Juan Pablo II. La Iglesia es familia y se ve reflejada y espejada en la familia y viceversa. Es una preocupación para nosotros. Lo que hacemos por las familias siempre es poco, pero hay muchos movimientos de familia que han crecido mucho.
Una preocupación del Papa es la preparación… Creo que hemos descuidado muchísimo a los jóvenes que se acercan para recibir el sacramento del matrimonio, hemos dado una especie de cursos rápidos. Por eso, el Papa ha propuesto una catequesis prematrimonial, que es lo que yo quiero en la arquidiócesis. Tengo experiencias de cuando estuve en la vicaría de Flores, en grupos reducidos de cursos que duraban dos encuentros. A esos novios les gustaba mucho la dinámica de encontrarse y seguían viniendo. Muchos ya estaban conviviendo, y les interesaba cuando le proponíamos temas catequísticos. Este va a ser uno de los temas del sínodo arquidiocesano, de ahí sacamos todo: las vocaciones, la vida, los laicos. La familia sigue siendo un útero de la vida eclesial que tenemos que cuidar.
¿Y el sínodo de los jóvenes?
Las vocaciones en la Iglesia surgen del bautismo y se desglosan en vocaciones a la vida matrimonial, a la vida del compromiso civil, a la vida consagrada, religiosa, misionera. Un rostro juvenil de la Iglesia de Buenos Aires lo veo en las misiones de los grupos parroquiales o de los movimientos. Aunque no tengan una identidad con esa parroquia, los jóvenes se reúnen igual y mantienen un vínculo eclesial de preparación para la misión, que la realizan en los tiempos que tienen libre en las vacaciones. Por lo general la preparación y la misión son trabajos muy sacrificados, y los jóvenes están ahí.
Se ve que todas las diócesis que están en el área metropolitana de Buenos Aires trabajan en esta línea.
En el área pastoral que llamamos “Región Buenos Aires” ya tenemos un magisterio pastoral en común y trabajamos mucho en el año. Hicimos unas orientaciones comunes, estamos muy unidos. Amoris laetitia nos ha esforzado más, por ejemplo, en los casos de segundas uniones, en donde el Papa quiere un acercamiento mayor con la comunidad y que puedan recibir los sacramentos.
¿Estos trabajos de comunión y esta manera de hacer Iglesia en América Latina cree que están nutriendo a la Iglesia universal?
Me parece que estamos aprovechando el magisterio del Papa, no sólo de Francisco sino de todos los Papas que hemos tenido, a través de las exhortaciones, de las cartas, de sus homilías. No sé si hay una proyección de nuestro modo de trabajo. Hay mucho trabajo en común, la pastoral necesita de esta coordinación regional y donde la Conferencia Episcopal ha alcanzado un grado de colegialidad.
Aparecida es un ejemplo de sinodalidad. Es un camino común que viene desde hace tiempo en América Latina con una riqueza pastoral extraordinaria y con una identidad muy propia.
Aparecida nos ha hecho mucho bien. En realidad, todos los encuentros latinoamericanos –desde1955 en Río de Janeiro, luego Medellín, Puebla, Santo Domingo– son un magisterio que nos ha iluminado mucho. América Latina tiene una proyección sobre el mundo porque en los otros continentes, los sínodos continentales también fueron un reflejo de la actividad del Consejo Episcopal Latinoamericano. Quizás haya una cierta causalidad, sin pretensiones.
En sus mensajes, el papa Francisco siempre invita a construir una Iglesia entre todos. Desde su experiencia latinoamericana, hoy está transmitiendo el camino sinodal a la Iglesia universal.
Entrevista: Jorge Oesterheld y Gabriela Laschera
Edición Periodística: Nicolás Mirabet