Cono Sur

“Se necesita un cambio de sistema”

Reconocido defensor del medioambiente, el obispo Luis Infanti de la Mora no deja de luchar. El impacto de su carta pastoral Danos hoy el agua de cada día, de septiembre de 2008, sustentó muchas discusiones.





Luis Infanti, Vicario apostólico de Aysén

Lucha por dar testimonio de la vivencia integral del Evangelio en lo cotidiano, como lo expresa en su carta pastoral de 2013, La fe y la política se abrazan. Está presente en seminarios y paneles y suele hacerse parte de declaraciones públicas en las que, con integrantes de organizaciones medioambientales, denuncian atropellos. Al mismo tiempo mantiene cercanía con las comunidades de su iglesia, el Vicariato apostólico de Aysén, al sur de Chile, donde las enormes distancias requieren a veces horas de viaje para estar con un puñado de familias –Aysén es la región menos poblada del país, siendo la tercera más extensa en territorio–.

Nacido en 1954 en Udine, Italia, en 1978 realizó sus primeros votos como fraile Siervo de María. Hizo sus estudios de Filosofía y Teología en la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile y recibió la ordenación sacerdotal en Bolivia, el 5 de agosto de 1990. Un misionero total, llevado por su congregación hasta la Patagonia, donde fue elegido obispo en 1999.

¿Qué nuevas señales positivas han aparecido en el tema medioambiental en el mundo?

Una señal tremendamente positiva ha sido la Laudato sí del papa Francisco, que ha percibido “el grito de los pobres y de la hermana madre tierra” que claman urgencia en ser escuchados y acogidos en decisiones valientes por todos los países. Otra es la toma de conciencia cada vez mayor de las problemáticas ambientales y las exigencias que los pueblos ponen a las autoridades y a los que tienen el poder de grandes decisiones, coordinadas a nivel mundial.

¿Y nuevas señales negativas?

Más que ‘nuevas’, percibo que se han profundizado y agrandado situaciones ya existentes. Hablamos de ‘desastres naturales’ (inundaciones, sequías…) cuando evidentemente son efectos de una pésima y violenta relación que tenemos con la madre tierra. No han faltado mártires ambientales y amenazas a líderes en varios países del mundo, especialmente en América Latina, clara señal que ciertos poderes económicos, sobre todo transnacionales, quieren imponer por la fuerza su modelo explotador y neocolonial.

Laudato Si’ ha sido un contundente planteamiento del Papa. ¿Cómo se está llevando a la práctica?

Ha sido un impacto mundial no solo por lo novedoso del tema en la iglesia magisterial, sino por la contundencia y globalidad de sus planteamientos con bases científicas y éticas, además de sugerencias muy prácticas para superar la grave crisis actual. Luego de cierto impacto inicial, las tensiones y problemas del día a día han opacado y casi olvidado sus proféticos planteamientos. Chile incluido. Si bien se cita con cierta frecuencia algunas frases, es bien poco lo que se llevan a la práctica, también a nivel eclesial. Su difusión ha sido muy débil, y uno echa de menos seminarios, charlas, debates, propuestas, diálogos entre actores relevantes del mundo político, ético, económico, ambiental, legal, eclesial, profesional, universitario. Lo único que aparece con mayor visibilidad es la indignación y la protesta de los pobres, amenazados en su vida y dignidad con proyectos depredadores de sus territorios.

Da la impresión que vivimos una esquizofrenia mediática, donde ‘bailamos’ al ritmo de los temas que plantean los medios de comunicación, que en su mayoría responden a intereses de la estructura de poder. Y coincidentemente, las pocas voces proféticas son silenciadas por esos grandes e influyentes medios. En nuestra iglesia chilena, si bien manifestamos gran adhesión y fidelidad al Papa, en la práctica, silenciamos sus planteamientos y ejemplos de ser una “iglesia pobre con los pobres”.

 

Cambio de mentalidad 

En Danos hoy el agua de cada día usted habla de la necesidad de una conversión ético-cultural, ¿se ha progresado en eso?

Un cambio así requiere tiempo y convicciones profundas. Damos gracias a Dios por el ejemplo de sencillez y austeridad del papa Francisco y de miles de personas en su estilo de vida, pues la conversión empieza a nivel personal, en no sentir la presión del consumismo que nos hace ansiosos de tener cada día más bienes, más allá de nuestras necesidades reales. Casi un ansia de poder para sentirnos y creernos superiores a los demás. En el comer, en el vestir, en el uso de los bienes (agua, energía, transporte…), deberíamos ser más cuidadosos y austeros, dando ejemplo que podemos tener una vida digna y feliz sin tantos bienes superfluos. Nuestras compras nunca son neutrales, pues favorecen más a ciertos empresarios o empresas que frecuentemente explotan a los productores y a la tierra, se enriquecen desmedidamente, aceleran el ciclo consumista y depredador.

Y con la figura del Papa…

El papa Francisco nos llama a una “valiente revolución cultural”, para cambiar nuestros estilos de vida y para exigir una mayor equidad y solidaridad de los bienes que Dios regala para todos. Por eso es cada día más cuestionable la desmedida propiedad privada, favorecida por las leyes, que priva a los pobres de bienes esenciales para su vida y dignidad (tierra, casa, alimentos…). En palabras del papa Francisco, más que cambio de leyes, se necesita un cambio de sistema, un cambio de modelo de desarrollo, pues el actual es insensible, nefasto, perverso, opresor, que llega no sólo a robar a los pobres, sino a eliminarlos, matarlos. Pensemos en cuantos miles de personas mueren diariamente en el mundo por falta de agua, de alimentos, de salud, por la violencia de los poderosos para conquistar tierras y bienes. Es de alabar a las comunidades que se organizan a manera de cooperativas de producción, pues es también un poderoso ejemplo de conversión cultural.

La escasez de agua está siendo alarmante y se habla de que llegue a ser tan valiosa como el petróleo lo es hoy día. ¿Cuál es la impresión suya sobre esta crisis?

Sin petróleo podemos vivir, sin agua, no. Hay lugares con grave escasez de agua, otros con agua contaminada, otros con abundante agua, pero mal distribuida. El ejemplo más dramático y cuestionador es Chile, donde la propiedad del agua está privatizada por ley. No es del Estado, sino de empresas multinacionales que evidentemente buscan el lucro más que el bien común. Poblaciones sin agua se ven obligadas a comprarla a alto precio, de camiones aljibe o embotellada, y eso llega incluso a ser “normal” en la mentalidad de la gente. ¡Qué decir de los mares, privatizados por las empresas pesqueras!

Toda esta vergonzosa, antiética e inmoral realidad, aunque “legal”, debería provocar indignación y exigir a los legisladores y a los poderes del Estado ser cambiada y humanizada, pues es claramente una violencia de Estado contra los más pobres. El Papa Francisco, a fines de febrero pasado, alertó sobre la guerra del agua. El agua, por ser un elemento vital para todo ser vivo, debería ser considerada, como afirma la ONU, como un derecho humano y un bien común, que no puede ser privatizada y menos mercantilizada, pues es hacer de la vida humana una mercancía.

¿Qué se espera de los cristianos después de Laudato si’ y ante la gravedad de la crisis medioambiental?

Esta crisis afecta a toda la creación y por tanto es una apremiante urgencia y un desafío para toda la humanidad. Las personas de fe, con mayor razón, deberíamos sentir este problema como una ofensa grave al Creador, herido o crucificado en sus creaturas.

Desde nuestra fe que enfatiza que “la tierra es de Dios”, el cuidado de la creación es una exigencia. Y desde la Encarnación en que creemos y celebramos que Cristo viene a salvarnos y a redimirnos, estamos llamados a ser misioneros de liberación, a abrir caminos de compromiso y de oración para dar al amor su dimensión cultural, social y política. Sigue resonando más que nunca la pregunta que Dios nos hace desde los inicios “¿qué has hecho de tu hermano?” (Génesis 4, 9-11) y sobre la cual seremos juzgados, no solo por Dios, sino también por nuestros hermanos.

 

 

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