La catedral de Girona acaba de vivir esta mañana una fiesta muy especial con la beatificación de siete religiosos de la congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón que fueron martirizados por su fe el 29 de septiembre de 1936 en la localidad gerundense de Pont de Ser. Todos ellos tenían entre 20 y 28 años y estaban en el seminario menor y en el noviciado de su congregación en Canet de Mar, de ahí que sean conocidos como los “mártires de Canet”.
La ceremonia ha sido presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, concelebrando con él el obispo gerundense, Francesc Pardo. En su homilía, Amato ha recordado la principal enseñanza que transmite todo mártir: “La esencia del cristianismo es la caridad. El Evangelio es la escuela de la caridad sin límites, abierta no solo a los amigos, sino también a los enemigos”.
Sin embargo, si bien “la palabra de Jesús es una palabra de amor y no de odio”, generando el amor “bondad y compresión”, en el otro extremo está el odio, que “crea divisiones y persecuciones”. “En todas las partes de la tierra –ha lamentado el purpurado–, ayer como hoy, el odio contra la Iglesia hace estragos en personas indefensas e inocentes, solo porque son cristianas”. De este modo olvidan los agresores que “la sociedad humana no tiene necesidad de odio, sino de amor. Es el amor su ancla de salvación. Es la misteriosa fuerza del amor la que hace vivir y crecer a la humanidad en la paz y en la concordia”
Discriminación arbitraria
A continuación, Amato ha recordado el testimonio concreto de los mártires de Canet y el difícil contexto de la España de la II República y la Guerra Civil: “Este suceso nos hace revivir una página trágica de la historia de España, pero también una página de heroísmo cristiano. En los años treinta del siglo pasado estalló una violenta y devastadora persecución contra la Iglesia. Los católicos fueron objeto de una discriminación arbitraria e intolerante. Se prohibió el crucifijo en las escuelas, se suprimieron las congregaciones religiosas y se confiscaron sus bienes, se destruyeron edificios e iglesias, se incendiaron tesoros inestimables de espacios sacros, herencia del ingenio artístico de los siglos pasados. Por donde pasaban los milicianos, dejaban cadáveres y ruinas”.
En este punto, Amato ha ido más allá y ha remarcado que, “por primera vez en la historia de España, pareció prevalecer la falsa ideología de que la Iglesia fuese un peligro y no, en cambio, un precioso recurso social y cultural para el desarrollo de una nación. Se programó su eliminación no solo jurídica, sino física, matando sin piedad a obispos, sacerdotes y laicos”. Un panorama que no ha dudado en identificar con el de un “verdadero holocausto católico en España”.
Con pesar, Amato ha recordado cómo esta oleada de odio se dirigió en Canet contra la comunidad de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, tenidos por sus vecinos como unos “buenos educadores de jóvenes estudiantes” y unos “fieles imitadores de Cristo, el buen pastor”, involucrándose “en la defensa de los pequeños estudiantes, incluso a riesgo de la propia vida”. Pese a ello, sus asesinos se ensañaron con ellos. Así, la joven que descubrió los cadáveres “se quedó horrorizada al ver sus rostros desfigurados. Habían sido acribillados por una gran cantidad de balas en todas las partes de su cuerpo”. Después de su fusilamiento, dejaron los cuerpos “profanados y abandonados”.
No hubo arrepentimiento
Entre los asesinos, ha concluido Amato, no hubo “ningún arrepentimiento, ninguna piedad, ninguna humanidad”. Pero, frente a este “misterio trágico del mal”, reluce “la extraordinaria fuerza espiritual de los justos, en los que resplandece la luz del bien, que vence siempre al mal”.
Desde hace unos minutos, ya están en los altares los mártires de Canet. Originarios de distintas localidades de Burgos, Palencia, Pamplona, Barcelona, León y Zamora, los nuevos beatos son Antonio Arribas, Abundio Martín Rodríguez, Jesús Moreno, José Vergara, José-Oriol Isern, Gumersindo Gómez y José del Amo.