Hace unos días, en el estado de Zacatecas se anunció con bombo y platillo la inauguración de una casa parroquial en la comunidad de la La Luz, en el municipio de Río Grande. El hecho parecería insignificante, si no fuera porque dicho inmueble fue construido, en parte, con recursos provenientes de los Estados Unidos, aportados por el Club Santa Elena de Río Grande, que es una organización de migrantes con sede en Fort Worth, Texas.
No son pocas las comunidades de mexicanos en la Unión Americana que no han olvidado sus raíces religiosas, y continúan preocupándose por proveer a aquella iglesia –en la que recibieron los primeros sacramentos–, de todo lo necesario para continuar su labor pastoral, logrando incluso mantener la guía espiritual del sacerdote que en algún momento los vio, con tristeza, partir a tierras extranjeras.
Un caso muy ilustrativo es el de San Juan Atenco, Puebla, México, donde los migrantes que han salido de este pueblo se encuentran bien organizados para velar no sólo por sus familiares que han decidido quedarse en el país, sino también por preservar la fe católica en su tierra natal.
En entrevista para Vida Nueva Digital-México, el P. Gregorio Nava recuerda que hace 13 años fue recibido en la comunidad de San Juan Atenco por un grupo de pobladores: “La parroquia en sí es muy pequeña, por lo que me dieron la bienvenida en un terreno aledaño, de aproximadamente 800 metros cuadrados, cubierto con lonas”.
Con el tiempo, el cura se dio cuenta de que la gente del pueblo gastaba mucho dinero por mantener en buenas condiciones el enlonado del predio, por lo que les sugirió que hicieran un esfuerzo por techarlo. “Las personas se mostraron inmediatamente entusiasmadas y llamaron a sus familiares en Estados Unidos para hacerles saber el proyecto. A los pocos días me pidieron que viajara a Los Ángeles, California, para plantearles personalmente mi propuesta”.
Actualmente San Juan Atenco tiene una población de cinco mil habitantes, número similar al de personas, originarias de este pueblo, que se encuentran en calidad de migrantes en los Estados Unidos.
“Viajé a los Estados Unidos y les platiqué el proyecto; a ellos les pareció buena idea, e inmediatamente conformaron dos comités, uno allá y otro en México, y abrieron una cuenta mancomunada. Todo esto para que los migrantes tuvieran más confianza”.
Conforme iba avanzando la construcción –añade– la gente se iba entusiasmado más y más. Se enviaban fotografías a Estados Unidos, y algunos migrantes incluso venían a Atenco para conocer en persona los avances de la obra. Así, en poco tiempo no sólo estaba construido el techo, sino también las paredes.
“Prácticamente en un año toda la obra estaba realizada. Se gastaron aproximadamente un millón 600 mil pesos, la mayor parte proveniente de los Estados Unidos. Los pobladores de Atenco, por su parte, pusieron la mano de obra y algo de dinero”, dice.
Concluida la capilla –recuerda– se renovaron entonces las bancas y se llevaron a cabo muchos otros proyectos en beneficio de la parroquia. “Esto sólo es posible cuando hay transparencia y claridad en las finanzas. Nuestros hermanos migrantes son muy generosos, siempre y cuando se les dé resultados y uno sea transparente en lo que hace”.
La relación entre la comunidad de migrantes y el sacerdote Gregorio Nava fue tal, que las personas que, debido a su situación legal no podían viajar a México, se organizaban para pagarle su boleto de avión con la finalidad de que los asistiera espiritualmente en el vecino país del norte.
“A estos hermanos les mandé a hacer una réplica idéntica de la imagen de San Juan Bautista que tenemos en el pueblo. Ellos pagaron para que se le incrustaran algunas partes de oro. Debido a esto, y para no tener problemas en el avión, decidí llevarla hasta Tijuana, y de ahí trasladarla en una camioneta, propiedad de una familia de migrantes, hasta Los Ángeles”.
Actualmente esta imagen sagrada peregrina de casa en casa. Cada domingo, el Comité de la Imagen se encarga de organizar la entrega y recepción de la misma en el hogar que lo solicite.
Aunque el P. Gregorio Nava ya no está en el pueblo de Atenco, continúa teniendo buena relación con la comunidad de migrantes en los Estados Unidos. Cuenta que cada año lo invitan para celebrar allá la fiesta patronal de San Juan Bautista: “De lunes a viernes, por las noches –porque todos trabajan– se realiza una celebración de la Palabra en alguna casas, se imparte el sacramento de la Reconciliación y se convive”.
Asegura el sacerdote poblano que se ha generado una gran amistad entre la comunidad de migrantes y él, pero esto, aclara, sólo fue posible en la medida en que fue ganándose la confianza de ellos, con claridad y transparencia en las obras que se realizaron.