El episcopado venezolano ha rechazado la propuesta de una Constituyente, formuLada por el presidente Nicolás Maduro. Es, dicen los obispos, “una iniciativa divorciada de las necesidades del país, que socava el Estado de Derecho”. Refiriéndose al “socialismo del siglo XXI” que guía al régimen, señalan los prelados: “Es un sistema totalitario, militante, policial, violento y represor”.
Para los obispos no hay duda ni temor a ser acusados –como ya ha sucedido- de “cómplices del imperio”. Por el contrario, han elevado el tono: “Exhortamos a la población a no resignarse, a levantar su voz de protesta sin caer en el ju ego de la violencia”. Así se lee en el comunicado episcopal del 5 de mayo, cuatro días después del anuncio oficial de convocatoria a una Constituyente, y mientras en Caracas y en las principales capitales de Venezuela desfilaban los grupos de oposición.
A pesar de los resultados negativos del intento papal para acercar a gobierno y oposición en un diálogo, el papa Francisco mantiene la esperanza. El pasado 30 de abril lo dijo a la ciudad y al mundo: “Hay numerosos muertos, heridos y detenidos en Venezuela. En un documento de la Secretaría de Estado, el Vaticano había enumerado las cuatro condiciones para un diálogo: elecciones, restitución de la Asamblea, canal humanitario y liberación de los presos políticos. Aunque se produjo el rechazo inmediato del gobierno venezolano, fue una notificación al mundo de una situación de dictadura en Venezuela.
Campaña fallida
El régimen de Maduro acusó el golpe: negó que el documento estuviera respaldado por el Papa y que se trataba de una posición personal del Secretario Parolin. Pero su operación más engañosa frente a la opinión pública fue la de difundir que el Papa representa una izquierda enfrentada a los obispos que defienden la derecha.
La operación palidece cuando el cardenal Baltazar Porras, presidente de la conferencia episcopal, afirma ante los reporteros internacionales que la Iglesia no está a favor ni en contra del Gobierno sino a favor de la gente y señala que su cardenalato “es un espaldarazo a la postura del episcopado”.
De esa postura hacen parte afirmaciones que no dejan duda: “El modelo de gobierno nunca ha resultado: aumentó la pobreza, disminuyó la calidad de vida y creció la violencia” (En enero de este año se registraron 2500 muertes violentas)
Podría ser humorística, pero es dramática su afirmación: “La mayoría de la población venezolana ha bajado de peso porque no hay que comer, y el amedrentamiento es permanente”.
En estas condiciones cualquier gestión papal para acercar al gobierno y a la oposición parece un imposible.