Actualmente hay mucha ignorancia y prejuicios que obstaculizan los sentimientos de fraternidad entre latinoamericanos y estadounidenses, aseguró el Dr. Guzmán Carriquiry, Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, al participar este jueves en la celebración del Vigésimo Aniversario del Sínodo de América, en el marco de la XXXVI Asamblea General Ordinaria del CELAM que se desarrolla en El Salvador.
Tras explicar algunos de los motivos del papa Juan Pablo II para convocar en 1997 al Sínodo de América, el funcionario vaticano consideró que para que la Iglesia cumpla con su deber ineludible de unir espiritualmente a todos los pueblos del continente e impulse un espíritu solidario entre ellos, como lo quería el Santo Padre, es importante modificar el pensamiento de las regiones que conforman el continente.
Estados Unidos –dijo– tiene que dejar atrás una leyenda negra anti latinoamericana, que lo es también anticatólica, que presenta a los latinoamericanos como afectos de pereza e ignorancia, incapaces de una cultura del trabajo, de la empresa y de la democracia, y que amenazan con una invasión portadora de violencia y delincuencia.
De igual forma hizo un llamado a los latinoamericanos a conocer mejor al pueblo norteamericano: su profundo sustrato religioso, su amor por la libertad, su generosidad, y no reducir la visión de ese país a su complejo político, industrial, militar, y mucho menos cargarle todas las culpas del subdesarrollo.
Señaló que, en este contexto, hoy más que nunca la Unión Americana tendría que asumir la exigencia de una auténtica, mayor y más efectiva solidaridad con los países del sur del continente.
Proyecciones que desafían
El Dr. Carriquiry, en su ponencia titulada “El sínodo de las Américas y sus repercusiones en el continente”, dijo que Juan Pablo II, al convocar a dicho encuentro, era consciente del enorme crecimiento de la población de origen hispano en los Estados Unidos, que para entonces ya superaba los 50 millones de personas, incluyendo indocumentados.
“Ahora sabemos que la población de origen hispano en ese país será de 130 millones en el año 2050”, explicó el funcionario vaticano, quien calculó que para entonces casi uno de cada tres norteamericanos serán de origen hispano.
En este sentido, destacó la importancia de estas proyecciones porque ofrecen un horizonte muy desafiante que requiere no sólo la atención de los Estados Unidos y Canadá, sino también de las Iglesias de América Latina, respecto del arraigo y transmisión de la fe entre los hispanos.
“En la evangelización de los hispanos está en juego, en gran medida, el destino del catolicismo de todos los Estados Unidos”, aseveró.
La histórica incomunicación
Al hablar de la historia en las relaciones entre América del Norte y Latinoamérica, Carriquiry explicó que éstas no han sido sencillas, debido, en primer lugar, a la incomunicación que por mucho tiempo se mantuvo entre ambas regiones.
Recordó que fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando comenzó a proyectarse hacia el sur del continente el destino manifiesto de los Estados Unidos, con una expansión imperial, con frecuentes intervenciones militares y la protección de los intereses de las empresas norteamericanas que comenzaban a crecer a nivel continental.
Ante esta expansión norteamericana –explicó– fue la generación intelectual latinoamericana, de finales del siglo XIX, la que recuperó la conciencia de la identidad y unidad latinoamericana que, de muy diversas formas, ha venido acompañando las relaciones interamericanas hasta nuestros días.
Detalló que dicha incomunicación era todavía más grande entre las Iglesias de Estados Unidos, Canadá y América Latina, situación que se prolongó hasta la primera mitad del siglo XX, cuando se registró un primer gesto de colaboración intraeclesial interamericana con la creación del Seminario Montezuma, en Nuevo México, en el que durante 35 años, sobre todo durante la persecución religiosa, se formaron en Estados Unidos más de 1,700 sacerdotes mexicanos.
Sin embargo –consideró– “el salto cualitativo se dio con la convocatoria misionera por parte del Papa Pío XII a los sacerdotes, Fidei donum (1957), y con el sueño de san Juan XXIII del diezmo de envío de sacerdotes, religiosas y religiosos de Estados Unidos a América Latina.
Las relaciones comenzarían a adquirir cierta consistencia hasta la segunda mitad del siglo XX, con la creación de la Oficina para América Latina de la Conferencia del Episcopado de Estados Unidos, con la institución de delegaciones de Pastoral Hispana en varias diócesis norteamericanas y con la realización de congresos nacionales de Pastoral Hispana en ese país. Mientras tanto –dijo– se iba dando un incremento de sacerdotes latinoamericanos al servicio de las diócesis norteamericanas, aunque con ecos de la teología de la liberación.
Destacó como significativas las reuniones anuales de delegados del CELAM con dirigentes de las conferencias episcopales de Estados Unidos y Canadá, y entre las conferencias de religiosos y religiosas de ambas regiones”.
“No faltaban relaciones precursoras, pero todavía eran episódicas. Esta larga fase de incomunicación ocurrió debido al hecho de que se había ido perdiendo la memoria de las raíces comunes del continente”.
El papel de la Virgen de Guadalupe
El Dr. Carriquiry explicó que pese a esta pérdida de la memoria de las raíces, siempre hubo una fuente que la mantuvo viva: la Virgen de Guadalupe, “pedagoga del Evangelio inculturado”, pues millones de indígenas se habían bautizado en el Virreinato de la Nueva España, y corrientes misioneras llevaban mucho tiempo dando a conocer el Evangelio de Cristo en el norte, centro y sur del continente.
Explicó: “Doscientos años antes de que naciera cualquiera de los llamados padres fundadores de los Estados Unidos, los habitantes de esa tierra ya estaban siendo bautizados en el nombre de Cristo y en lengua española, por corrientes misioneras, pero eso se fue perdiendo en el olvido”, señaló.
Citando a John F. Kennedy, dijo que por desgracia son muchos los americanos que actualmente creen que América fue descubierta en 1620, “y se olvidan de la aventura que tuvo lugar durante el siglo XVI y principios del XVII en el sur y suroeste de Estados Unidos. Esto sucede porque la historia siempre es contada por los vencedores”.
Por ello –concluyó– hoy los hispanos en Estados Unidos están llamados a reconocerse en línea de continuidad con los primeros pobladores hispano-católicos de aquellas tierras; están llamados a completar la narración sobre la historia de Estados Unidos y a recoger el legado de las raíces comunes de todo el continente americano”, esto, pese a las medidas proteccionistas actuales que amenazan con el levantamiento de un muro en la frontera Estados Unidos-México, el endurecimiento de las políticas de migración y la deportación masiva de hispanos que “no dejan presagiar un próximo porvenir muy positivo en las relaciones interamericanas”.