· Preocupa particularmente las polarizaciones políticas, el aumento en la violencia, la pobreza y la indigencia, el menosprecio por la vida, los nuevos modelos de familia y la cultura del descarte
Este viernes concluyó la XXXVI Asamblea Ordinaria del CELAM en El Salvador, en la que participaron los delegados de 22 países de Latinoamérica y el Caribe, incluidos Estados Unidos y Canadá.
La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), a través de su Secretario General, Mons. Alfonso Miranda Guardiola, dio a conocer al Pueblo de México un balance de este encuentro, que se llevó a cabo en el marco de varias celebraciones locales y continentales, como los 10 años de la V Conferencia del CELAM en Aparecida; 20 años del Sínodo de las Américas; 25 años de la Conferencia Latinoamericana en Santo Domingo; 175 años de la creación de la Diócesis de San Salvador, y 100 años del nacimiento de Mons. Oscar Arnulfo Romero.
Sobre esa última efeméride, Mons. Guardiola aseguró que es imposible visitar San Salvador sin que crezca aún más la admiración a Mons. Oscar Arnulfo Romero, y narró que un detalle suscitado en la Misa de inauguración, el martes 9 de mayo, que fue presidida por el Nuncio Apostólico en ese país, Mons. León Kalenga, y quien en su homilía dijo que promovería que el beato Oscar Arnulfo Romero fuera reconocido como Doctor de la Iglesia Universal, “lo que arrancó un masivo aplauso”.
Recuento de la Asamblea
Tras señalar que en esta reunión se experimentó una gran hermandad entre los obispos y las Iglesias que conforman el continente americano, Mons. Guardiola explicó que durante los días de trabajo los participantes profundizaron en temas como la migración; la protección de menores ante abusos sexuales; el sostenimiento de la labor pastoral de la Iglesia, y la forma en que se puede potenciar la comunión, solidaridad y sinergia entre las Iglesias de América.
Indicó que uno de los desafíos urgentes que se planteó fue con relación a los migrantes: “cada vez tomamos más conciencia de que no podemos atender este problema a nivel de un solo país, y ni siquiera de un pequeño grupo de naciones, sino que se trata de un problema global, el cual involucra por lo menos a todo el continente”.
Y es que –dijo– “no sólo es cuestión de las condiciones de las casas de migrantes, de la seguridad de estos durante su largo recorrido, de los deportados o expulsados a través de las aduanas, sino también, y principalmente, de atender el maligno problema del trasiego de drogas, el reclutamiento que hacen de los migrantes los grupos delincuenciales, el imparable tráfico de armas que produce miles de asesinatos y desaparecidos, y las múltiples fosas clandestinas, particularmente en México”.
En este contexto también es abordó “la falta de inversión industrial de los países más desarrollados en los países más pobres, en los que los ciudadanos, por falta de seguridad y de oportunidades, se ven obligados a emigrar”.
El también Obispo Auxiliar de Monterrey (México) explicó que los 22 países participantes también analizaron los tres principales desafíos y oportunidades que viven, y de manera particular se tocó la difícil situación que están atravesando los países de Venezuela, Paraguay y El Salvador.
Frutos de la Asamblea
Como resultado de estos días de trabajo, Mons. Miranda Guardiola dio a conocer que se elaboró, en primer lugar, una carta dirigida a todo el pueblo de Dios que peregrina en Latinoamérica, donde se reconocen las polarizaciones políticas crecientes, la escalada de violencia, el aumento de la pobreza e indigencia, el menosprecio por la vida en todas sus etapas, los nuevos modelos de familia y la cultura del descarte; y posteriormente se elaboró una sentida carta de preocupación dirigida al pueblo de Venezuela, “ofreciéndole toda nuestra oración y solidaridad”.
Por último, destacó la misiva que el papa Francisco envío a los obispos de América Latina, misma que se refiere al cáncer de la corrupción, “que carcome y destruye nuestros pueblos, y que debemos combatir sin cesar”; así como a la importancia de buscar la intercesión de la Virgen María, bajo la advocación de Aparecida, que nos espera y acompaña, “incluso ahí, entre el fango, la precariedad y los avatares de la historia de cada día, para infundirnos fortaleza y esperanza”.