“Gracias por haberme acompañado”, les ha dicho el Papa a los cerca de 500.000 peregrinos que abarrotaban la explanada del Santuario de Fátima para celebrar la canonización de dos de los pastorcillos videntes, Francisco y Jacinta Marto, uno de los motivos principales para este viaje a Portugal. Aplauso cerrado. Y les ha confesado que “no podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas”.
En su homilía , Francisco no se ha olvidado de los últimos: “Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados”. Por eso, “pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda”.
Siempre acompañado por el obispo de Fátima, Antonio Marto, que no ha dejado al Papa ni un segundo. Pasadas las 10:30 horas de hoy, sábado 13 de mayo, el Pontífice llegaba a la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Fátima. Bromea con las personas que esperan su llegada. La sonrisa no desaparece sino cuando se planta ante la Virgen.
No hay lugar para la lluvia. Un sol radiante luce para canonizar a los pastorcillos de Fátima. Y el Papa deja un mensaje. Para los peregrinos. Para la Iglesia. Para todos. “Que, con la protección de María, seamos en el mundo centinelas que sepan contemplar el verdadero rostro de Jesús Salvador, que brilla en la Pascua, y descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor”.
El obispo Marto ha sido el encargado de recordar la vida de los pastorcillos. Después, el Papa los ha inscrito en el libro de los santos. Los peregrinos le han interrumpido con un sonoro aplauso.
Como no podía ser de otra forma, Francisco ha comenzado su homilía aludiendo a ellos: “Tenemos una Madre, una ‘Señora muy bella’, comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: ‘Hoy he visto a la Virgen’”. “¡Tenemos Madre!”, ha exclamado Francisco.
“Habían visto a la Madre del cielo –siguió relatando–. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero… estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto”.
En otro momento de la alocución, el Papa los puso como modelo: “Como un ejemplo para nosotros, tenemos ante los ojos a san Francisco Marto y a santa Jacinta, a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios, para que lo adoraran. De ahí recibían ellos la fuerza para superar las contrariedades y los sufrimientos. La presencia divina se fue haciendo cada vez más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y en el deseo permanente de estar junto a ‘Jesús oculto’ en el Sagrario”.
Uno de los momentos más emotivos de la ceremonia fue cuando el Papa abrazó al pequeño Lucas, el niño brasileño que se curó gracias a la intercesión de la Virgen de Fátima.
Francisco ha señalado que la Virgen “previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida ―a menudo propuesta e impuesta― sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre”.
Y ha recordado las palabras de Lucía –la tercera vidente–, que advirtió que “los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado”. Y es que “según el creer y el sentir de muchos peregrinos —por no decir de todos—, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre”.
Hacia el final de su intervención, el Papa ha asegurado: “Él nos ha creado como una esperanza para los demás, una esperanza real y realizable en el estado de vida de cada uno. (…) El cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía. No queremos ser una esperanza abortada. La vida solo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida”.
Al finalizar la misa, Francisco quiso tener un gesto especial con sus “queridos enfermos”, dedicándoles un saludo específico. “No os consideréis solamente como unos destinatarios de la solidaridad caritativa, sino sentíos partícipes a pleno título de la vida y misión de la Iglesia”, ha indicado. Y ha añadido: “La aceptación paciente y hasta alegre de vuestra condición es un recurso espiritual, un patrimonio para toda comunidad cristiana. No tengáis vergüenza de ser un tesoro valioso de la Iglesia”.
Durante su alocución, ha expresado que “el Señor nos precede siempre: cuando atravesamos por alguna cruz, él ya ha pasado antes. En su Pasión, cargó con nuestros sufrimientos. Jesús sabe lo que significa el sufrimiento, nos comprende, nos consuela y nos da fuerza, como hizo con san Francisco Marto y santa Jacinta, y con los santos de todas las épocas y lugares”. Y ha añadido: “La Iglesia pide al Señor que consuele a los afligidos y él os consuela, incluso de manera oculta; os consuela en la intimidad del corazón y os consuela dándoos fortaleza”.
Al finalizar su mensaje, se ha dirigido hacia donde estaban todos los enfermos que seguían la eucaristía. Francisco les ha bendecido. Una madre, con su hijo en brazos, ha salido tras el Pontífice para que lo besara. El Pontífice se ha detenido ante ellos y les ha dedicado unos segundos.
Antes de acabar, le ha señalado a todos los peregrinos que “ante nuestros ojos tenemos a Jesús invisible pero presente en la Eucaristía, así como tenemos a Jesús oculto pero presente en las llagas de nuestros hermanos y hermanas enfermos y atribulados”. Concluyó dirigiéndose a todos esos enfermos, para hacerles saber que “Jesús va a pasar cerca de vosotros en el Santísimo Sacramento para manifestaros su cercanía y su amor. Confiadle vuestro dolor, vuestros sufrimientos, vuestro cansancio. Contad con la oración de la Iglesia que, por vosotros y con vosotros, se eleva al cielo desde todas partes”. Y es que “Dios es Padre y nunca os olvida”.