Las cifras macroeconómicas sonríen. Los organismos internacionales dan su bendición por las reformas realizadas y la tendencia de cambio. El empleo aumenta a cuentagotas. La prima de riesgo ya ha abandonado el vocabulario de la gente de bien. Pero la crisis no se ha ido. Sigue ahí. Anclada a todo aquel que se apea del autobús o se sube al metro. A su contrato basura, a un salario que sigue congelado o a un sobre en el que unos cuantos billetes justifican no estar dado de alta en la Seguridad Social.
La Iglesia lo sabe. Y no mira para otro lado. Así lo puso de manifiesto cuando hace dos años lanzó la campaña “Iglesia por el Trabajo Decente en la que reivindicaba tomar “conciencia de que el desempleo, el trabajo precario, la desigualdad en el acceso a un trabajo decente y la limitación al ejercicio de los derechos humanos que esto supone, son un atentado a la dignidad humana”.
Aquella denuncia busca no quedarse en papel mojado. Por eso, las entidades que lo promovieron buscan ahora un mayor respaldo social promoviendo la adhesión a la adhesión a la Declaración fundacional de Iglesia por el Trabajo Decente en la que se recuerda que “mediante el trabajo construimos la vida social y política y contribuimos al Plan de Dios para la humanidad. Si falta el trabajo, la dignidad humana está herida”.
Así lo creen Cáritas, Conferencia Española de Religiosos (CONFER), Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), Justicia y Paz, Juventud Estudiante Católica (JEC) y la Juventud Obrera Cristiana (JOC). Juntas se han puesto manos a la obra para que esta propuesta se mueva en parroquias, movimientos de bases y organizaciones eclesiales, además de facilitar la firma electrónica a través de la web de Iglesia por el Trabajo Decente.
La cuarentena a la que está sometido el fenómeno surgido en Medjugorjge, el pequeño pueblo de Bosnia Herzegovina que hoy acoge uno de los santuarios más populosos de Europa, no parece tener fin. O sí. El Papa envío hace unos meses al obispo Henryk Hoser para buscar una salida pastoral adecuada.
A la espera de las propuestas, el vuelo de regreso de Fátima se presentaba como una ocasión adecuada para preguntarle a Francisco por las supuestas apariciones marianas que se dan en la otra punta del continente. Y él, amén de reconocer que hay gente “que se convierte, que encuentra a Dios y que cambia la vida”, pero “no gracias a una varita mágica”, sí dejo clara su mirada personal: “Soy más malo, prefiero a la Virgen Madre que a la Virgen que se vuelve encargada de una oficina de telégrafos y envía un mensaje cada día”.
Al paso, quiso diferenciar entre las apariciones iniciales y el fenómeno posterior –una de las videntes es protagonista hoy de supuestas apariciones mensuales programadas disponibles en Youtube-. De esta manera citó a un informe “muy, muy bueno”, fruto de una comisión creada por Benedicto XVI “compuesta por buenos teólogos, obispos y cardenales”. Y aclaró que sobre “las presuntas apariciones actuales, el informe tiene sus dudas”.
Este informe que, hasta la fecha se guardaba bajo llave, ha visto la luz de la mano de Andrea Tornielli. Según el vaticanista, la conclusión de este estudio recoge “trece votos a favor del reconocimiento de la sobrenaturalidad de las primeras siete apariciones de Medjugorje, un voto en contra y uno suspensivo”. Esta contundencia inicial se disipa, según los datos de Tornielli, a medida que se avanza hasta hoy.Se despejan incógnitas. Y se abren dudas sobre cómo reconducir y acompañar lo que hoy es Medjugorje.
El nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, ya tiene en sus manos el telegrama de felicitación del Papa, con plegaria incluida para que mantenga a su país “gran diversidad de sus tradiciones morales y a su herencia espiritual marcada también por la tradición cristiana”.
A renglón seguido Francisco se suma a la reivindicación hecha por el Episcopado galo cuando pedía al nuevo mandatario “empleo, empleo y empleo” con su tarea más apremiante. En un tono más diplomático el Papa le ha instado a construir “una sociedad más justa y fraternal”, prestando especial atención “a las personas en situaciones precarias y de exclusión”.
Una reivindicación nada gratuita, en tanto que de la gestión de Macron, hoy por hoy, no solo depende el devenir de Francia, sino de Europa.