La confianza de Francisco hacia el actual arzobispo de Barcelona se ha disparado en apenas tres años, que destaca por su talante social, su impronta misionera y su mano izquierda ante el desafío soberanista
De forma inesperada. No tanto porque no se esperara que el purpurado recayera en el arzobispo de Barcelona, sino porque no se preveía que Francisco convocara un consistorio tan cercano al celebrado el pasado noviembre en el que fue creado cardenal el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro.
Sin embargo, el Papa de las sorpresas, el mismo que se presentó el viernes en un pueblo costero de Roma para bendecir las casas de un populoso bloque de vecinos, hacía lo propio con la multitud congregada en la Plaza de San Pedro a las doce de la mañana. Francisco anunciaba un nuevo consistorio con el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella como uno de los cinco protagonistas.
“Deseo anunciar que el próximo miércoles 28 de junio celebraré un consistorio para nombrar a cinco nuevos cardenales: su procedencia de varias partes del mundo manifiesta la catolicidad de la Iglesia difundida en toda la tierra y la asignación de un título o diaconía de una parroquia testimonia la pertenencia de la diócesis de Roma, que preside”, dijo Francisco tras el rezo de Regina Caeli.
Si alguien considera que la elección de Omella viene dado por la relevancia de Barcelona como archidiócesis, más bien habría que pensarlo al revés. Francisco le envió de Logroño a la capital catalana, en un momento no precisamente sencillo. Sin embargo, su mano izquierda le ha permitido bandear con soltura el desafío independentista catalán cuando apenas lleva un año al frente de la archidiócesis catalana.
Desde la tribuna política se le recibió con indiferencia cuando no con cierta hostilidad en tanto que no es nacido en Cataluña. Sin embargo, sorprendió a todos por su dominio del catalán, ya que en Creta, su pueblo natal, se habla “un catalán tan digno como el que más”, certifican en su entorno. Su talante dialogante y su capacidad negociadora ha hecho el resto para que hoy no se le mire con desdén, sino que se haya convertido en alguien a tener en cuenta en la esfera pública catalana.
Turolense de 71 años, la vocación misionera de Omella -cercano al carisma comboniano- y su impronta social -ha sido presidente de la comisión episcopal de Pastoral Social en varios trienios- hace que cumpla con el perfil de pastor con olor a oveja y en salida que demanda Francisco. Un purpurado que se moja.
Lo cierto es que desde hace tiempo el Papa ha posicionado a Omella como una de sus personas de confianza para dar un giro a la Iglesia española. Prueba de ello es que en poco tiempo, el que fuera obispo auxiliar de Zaragoza, obispo de Barbastro-Monzón y obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño haya acumulado responsabilidades en la Curia vaticana.
Esta confianza del Papa en el actual arzobispo de Barcelona comenzó a fraguarse en febrero de 2014, cuando en la visita ad limina de los obispos españoles, Francisco les instó en público a que diera un paso al frente a Juan José Omella. El 6 de noviembre de ese mismo año fue nombrado miembro de la Congregación para los Obispos . Esto ha hecho que viaje a Roma prácticamente dos veces al mes y mantenga telefónicas con Francisco muy a menudo.
Francisco refuerza al arzobispo de Barcelona como cardenal, precisamente cuando la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal no ha confiado en él para ningún cargo relevante. De la misma manera ha sucedido con el otro hombre de Francisco en España, el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro.