A la religiosa mexicana scalabriniana Leticia Gutiérrez Valderrama, conocida en el país por su trabajo en favor de los hermanos migrantes, le preocupa algo: que la crisis humanitaria que está viviendo México, a causa del endurecimiento de las políticas migratorias del presidente Donald Trump, sea considerada sólo una cuestión coyuntural, y no se atienda en toda su dimensión.
Es tajante: “La situación de las personas migrantes no es una moda, sino una injusticia de un sistema neoliberal capitalista perverso, que produce pobres y desigualdad, y por lo tanto, emigración”.
En entrevista para Vida Nueva Digital México, la hermana Leticia Gutiérrez explica que esta situación no es exclusiva de nuestro país, sino global, porque “este sistema perverso está produciendo millones de pobres en todo el mundo”.
Desde París, Francia –donde este martes 23 de mayo hablará ante la Conferencia Episcopal Francesa y ante la Cáritas de ese país sobre la labor que realiza en México, asegura que, ante esta situación, urge que los “Estados se atrevan a pensar en un sistema donde se tenga como centro a la persona, su desarrollo integral, así como el bien común”.
El reto de la Iglesia
La hermana Leticia tiene una amplia experiencia en este ámbito, pues durante seis años fue secretaria ejecutiva de la Dimensión Pastoral de Movilidad Humana en la Conferencia del Episcopado Mexicano, y actualmente es directora de la organización SMR scalabrinianas. Con más de 20 años dedicados a velar por los derechos de los migrantes, asegura que no sólo el Estado tiene mucho trabajo pendiente en este sentido, sino también la Iglesia.
“Desde luego que el Estado debe ser el garante de la protección y respeto de las personas, independientemente de su estatus migratorio, pero la Iglesia tiene también que hacer su tarea: debe ser una Iglesia sin fronteras y acompañar todos los procesos migratorios de las personas que se van, de las que llegan, de tantos hijos que van quedado huérfanos porque en el camino sus padres mueren”.
Para la religiosa, quien recientemente obtuvo el Premio Nacional de Derechos Humanos “Don Sergio Méndez Arceo”, los migrantes son muy vulnerables, pero en medio de esa vulnerabilidad, siguen siendo profetas que denuncian que algo anda mal”.
Un fenómeno global
– ¿Cuál ha sido la experiencia con migrantes que más le ha impactado?
–Mientras estudiaba en Roma, Italia, Filosofía Social, con especialidad en Movilidad Humana, yo tenía una mentalidad occidental, sobre todo mexicana, por lo que para mí la migración estaba relacionada más con los hombres que con las mujeres; eran éstos los que emprendían el viaje en busca de mejores condiciones de vida. Pero en la comunidad de San Egidio, allá en Roma, me enfrenté a una realidad migratoria muy diferente, porque la mayoría de las personas a las que ahí se apoyaba eran mujeres.
Explicó que para ella fue muy impactante conocer a muchas mujeres provenientes del Este de Europa: “eran profesionistas, de todo tipo. Al acompañarlas, me di cuenta que en sus países de origen vivían fuertes abusos laborales en los lugares donde trabajaban, especialmente en casas como acompañantes de ancianos o como empleadas domésticas, mientras que a los hombres les tocaba cuidar y atender a los hijos en casa. Muchas de estas mujeres se encontraban deprimidas, frustradas, y por eso habían tomado la decisión de emigrar”.
Sin embargo –cuenta la hermana Leticia–, la experiencia que selló su compromiso con el tema de la defensa de los derechos humanos de los migrantes, ocurrió en 2008, cuando trabajaba para la Dimensión Episcopal de Pastoral de la Movilidad Humana: “desde entonces los migrantes ya eran torturados y secuestrados por miembros del crimen organizado. Cerca de Acayucan, Veracruz, me informaron que habían arrojado a las vías del tren dos cuerpos de adolescentes migrantes; eran hermanos, hondureños, de origen rural; en realidad uno estaba muerto y el otro no. Los habían macheteado y violado”.
La situación era grave –agrega– por lo que la cónsul del estado de Veracruz se comunicó con la familia de los jóvenes para explicarles que no mandarían el cuerpo del joven muerto a su país, sino que lo enterrarían en México, y a cambio, les pagarían para que pudieran viajar a nuestro país y estar cerca del otro joven que estaba hospitalizado, y a quien habían tenido que realizarle una cirugía de cráneo.
“Hicimos un gran trabajo de coordinación entre los jesuitas, la Casa Emaús, las religiosas vicentinas y la misma dimensión episcopal, para acompañar a esta familia hondureña en su proceso”, relata.
Sin embargo, al día siguiente, cuando regresaron al hospital para conocer el estado de salud del joven, se enteraron de que la misma cónsul había autorizado la salida del adolescente recién intervenido, y ya lo habían regresado a Honduras. “Las autoridades mexicanas habían violado de manera atroz los derechos de estos jóvenes y de la familia. Después nos enteramos de que el gobierno hondureño habría podido apoyar económicamente a estas personas, y la historia hubiera sido diferente”.
Denuncia y sensibilización
Este tipo de hechos –donde las autoridades mexicanas buscan deshacerse de un problema, sin ver a la persona en todo su contexto, y dejando de lado su responsabilidad de proteger a quienes transitan por el territorio– fueron el motivo para estructurar desde la Iglesia una pastoral más efectiva.
“Con el respaldo de quien fuera arzobispo de Tijuana, monseñor Rafael Romo Muñoz, y encargado de la Pastoral de Movilidad Humana en la Conferencia Episcopal, comenzamos a hacer un fuerte trabajo de denuncia, de sensibilización, de búsqueda de respeto y de protección a los migrantes. Estábamos en eso cuando ocurrió el lamentable asesinato, en agosto del 2010, de los 72 migrantes en el municipio de San Fernando, en Tamaulipas. A las autoridades ya les habíamos advertido de estos peligros que corrían nuestros hermanos”.
El grito de los migrantes
Hace algunas semanas, durante la Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano, los obispos del país dieron a conocer una serie de acciones para atender la emergencia que se vive en México en materia de migrantes, documento que la religiosa scalabriniana celebra: “creo que todo este trabajo pastoral que hemos venido realizando los agentes de pastoral, de buscar justicia para nuestros hermanos, hoy los obispos lo recogen y lo manifiestan como un compromiso pastoral al que le quieren apostar y en el que están haciendo un llamado para que el mismo gobierno tenga una cara más de respeto, protección y promoción de los derechos de los migrantes”.
Por una migración más humanizada
–¿Qué falta en la Iglesia para hacer frente a esta dramática realidad?
–Aún hay mucho por hacer. Todavía hay diócesis y parroquias que no han asumido esta pastoral; hay una enorme falta de coordinación, y una relación todavía más empática con otras iglesias, porque algo importante que hemos aprendido es que ésta es una tarea ecuménica, donde caben todas las espiritualidades que tienen como finalidad que las personas sean respetadas, promovidas. Queremos construir una migración más humanizada y más humanizante.
Por último, la hermana Leticia reconoció que hay iglesias y organizaciones civiles que ya están buscando responder a la emergencia humanitaria “pero no hemos alcanzado a asumir un compromiso integral con los migrantes, como el papa Francisco nos lo ha pedido; no llegamos todavía ahí, me parece que la Iglesia tiene mucho qué hacer, entre otras cosas, buscar leyes más humanas y mayor seguridad para quienes transitan por el territorio nacional”.
Finalmente, sobre las políticas migratorias del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, consideró que “la Iglesia sigue siendo un poco tibia ante este embate que están viviendo nuestros hermanos y hermanas migrantes mexicanos o extranjeros en Estados Unidos. Hay que hacer mucho trabajo pastoral de inclusión, de reinserción, de retorno; ya deberíamos estar trabajando en las parroquias en una Pastoral de Migrantes de Retorno, y por supuesto, en la pastoral de reinserción y promoción de nuestros hermanos”.