Entrevista a Óscar Pérez, Secretario General de la CIEC, y a María García, presidenta del consejo de la institución
La Confederación Interamericana de Educación Católica es la red más grande que tiene el continente para avanzar en la reflexión sobre los desafíos de la misión eclesial en el ámbito educativo y en la definición de estrategias para la formación de los docentes, en torno a temas de primer orden. En conversación con Vida Nueva, el colombiano Óscar Pérez, Secretario General de la CIEC y la peruana María Antonieta García, presidenta del consejo, se detienen en los principales retos que plantea el tiempo actual, particularmente en materia de respeto a la diversidad y al pluralismo; exponen en qué radica la identidad de la escuela católica y dan cuenta de su postura sobre las relaciones Iglesia y Estado, frente a problemas asociados al campo educativo.
¿Cuáles son los cambios sociales que de manera particular más interpelan a la institución?
O.P.: El principal cambio es la crisis de tres instituciones claves: la familia, la escuela y la Iglesia. Si no contamos con la familia el trabajo es mucho más duro. Prácticamente estamos solos enseñando. Con esta crisis de la familia hay una crisis en la educación. Un reto. La escuela fue una respuesta a la industrialización, pero todavía tenemos materias tradicionales y estudiantes en filas, que tienen que cumplir horarios. La crisis de la escuela nos desafía a pensar hacia dónde vamos.
Y lo tercero es la crisis de la Iglesia. De alguna manera la secularización ha venido entrando a América. El crecimiento de las iglesias evangélicas es impresionante. Los escándalos de la Iglesia Católica alejan. Pero tenemos que recuperar la autoridad moral. Hemos hecho mucho. A partir de eso, debemos enfrentar las crisis. Este tiempo nos desafía a dar respuestas nuevas.
M. G.: Los países latinoamericanos, a través de sus autoridades presidenciales, se proponen políticas públicas, en las cuales hay una constante: la búsqueda de la justicia, de la equidad, de los valores; elementos necesarios para el buen desarrollo de la persona humana. La escuela católica, a través de la CIEC, trata de dar respuesta a estas necesidades del mundo. Hay que dar una respuesta concreta: preparar a estas nuevas generaciones para que tengan un cumplimiento y una participación en la vida de su sociedad.
Muchos niños y jóvenes que se han educado con nosotros hoy manejan grandes instituciones. De repente, hemos fallado en algunas cosas. Hoy estamos muy alerta, para estar en consonancia con la realidad y dar una educación encauzada a superar los problemas del mundo.
O.P.: Está en el ADN de la escuela católica ir más allá de la solidaridad, hacia la misericordia. La escuela católica desempeña una función social importantísima. Como lo dice el Papa, somos maestros y artesanos de humanidad, a través de las acciones concretas.
¿Cómo articular la confesionalidad característica de la escuela católica con la exigencia del pluralismo propio de nuestra sociedad contemporánea?
¿Cómo?
M.G.: Creo que estamos en un proceso. Todo tiene que empezar por una aceptación de la realidad. Hay una universidad en Asia en la cual de dos mil alumnos solo diez son católicos; al sacerdote católico lo invitan a participar de las diferentes manifestaciones de fe; está educando; y todos están felices, porque como personas se les está respetando en sus procesos: nadie convence a nadie. Hoy a las niñas de los colegios de mi congregación se les pregunta si quieren hacer la primera comunión. No se margina a nadie, porque no quiera hacerla. Pero no se deja de lado el formar respetuosamente al ser humano para que crezca.
O.P.: La escuela católica debe volver hacia la ternura y la misericordia para acoger a todos. Vamos caminando. Un hermano en Brasil, por ejemplo, me decía: yo tengo alumnos que pueden tener una orientación sexual diversa, pero en la escuela se sienten acogidos.
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