El Gobierno rechaza la instalación de la imagen de la Virgen en la rambla, pero la Iglesia no baja los brazo
“Sólo se acuerdan de la laicidad cuando se trata de la Iglesia católica”, nadie le atribuiría ninguna “suspicacia” o intensión oculta de “cosas raras” a una iniciativa similar que viniera de la comunidad judía o de los creyentes en Iemanjá. Esto afirmó el cardenal Daniel Sturla acerca de la discusión sobre la instalación de una imagen de la Virgen en el espacio público, unos días antes de que fuera zanjada definitivamente con la sentencia de la Junta Departamental de Montevideo, en la presentación de su última carta pastoral (ver A fondo).
La polémica sobre esta imagen –seguida de cerca por Vida Nueva– viene de largas y en un notorio in crescendo. Todo comenzó cuando un grupo de católicos tuvieron la iniciativa de querer colocar una imagen de la Inmaculada en el lugar donde hace ya algunos años se viene celebrando en el mes de enero el Rosario de Bendiciones para las Familias, con una concurrencia que aumenta año a año. Este pedido fue avalado por el arzobispo Sturla y presentado por él a la Intendencia montevideana, donde pasó por una serie de aprobaciones. Recibió el visto bueno de la intendenta anterior y del actual, así como de la comisión de Patrimonio y el municipio, pero cuando fue tratado por la Junta Departamental, que configura el Poder Legislativo a nivel local, se presentaron reparos al respecto. Luego de disparar la polémica pasaron meses antes sin que el tema fuera discutido oficialmente, pero en ese tiempo se prestó para innumerables declaraciones, editoriales y discusiones al respecto, logrando sorprendentemente un gran involucramiento de la ciudadanía.
Ante los comentarios, a nivel informal, de que no habría suficientes votos a favor de la iniciativa, la Iglesia reforzó su campaña. En un primer momento consistió simplemente en algunas declaraciones públicas del cardenal y de una serie de conversaciones personales con distintos ediles, buscando “sensibilizar” sobre el tema en cuestión. Pero en el último tiempo se sumó a ello una serie de spots audiovisuales, con el hashtag #siamaria, mostrando testimonios de personas y opiniones de distintos referentes culturales e intelectuales. Sin embargo, se comentaba también que el Frente Amplio, el partido de gobierno con mayoría en la Junta, haría de la votación una cuestión de “disciplina partidaria”, obligando a todos sus representantes a votar negativamente en conjunto. Si bien varios ediles del oficialismo no estaban en contra de la iniciativa o, incluso, la apoyaban, el proyecto no tenía chances de ser votado si se convertía en una cuestión disciplinar, que fue finalmente lo que sucedió: la propuesta fue rechazada con 17 votos en contra y 14 a favor.
La respuesta de la Iglesia no se hizo esperar: esa misma noche ya circulaba por las redes sociales un video de Sturla afirmando esto era una “clara discriminación”. En él hace un raconto desde el retorno de la democracia (1985) hasta hoy, enumerando varios acontecimientos que según él configuran mojones en un camino hacia “una laicidad entendida en sentido moderno, dejando de lado, enterrando antiguas controversias, polémicas y sanando heridas centenarias”. Puntualmente menciona la visita del papa Juan Pablo II y la gran cruz conmemorativa que quedó en el lugar, la integración del entonces arzobispo de Montevideo, Nicolás Cotugno, en la comisión para la paz avocada a investigar sobre los desaparecidos y los crímenes cometidos en dictadura, un discurso del presidente Tabaré Vázquez alusivo a este tema pronunciado en la sede de la Masonería y la infinidad de convenios firmados entre el Estado y diversas ONG católicas.
“Todo esto nos habla de un camino de apertura, un camino de comprensión mutua, somos todos uruguayos, pongamos el hombro a este país en cosas que valen la pena, y comprendamos que el hecho religioso es parte del ser humano y parte también de la sociedad llamado a expresarse en el ámbito público”, evalúa en el video.
En ese marco, considera que la negativa a la imagen es un “retroceso” en este camino hacia una “laicidad positiva, donde los que pensamos, creemos cosas distintas, podamos converger en el espacio público común, viendo que hay diferentes expresiones”.
Por último, hace un llamado a los cristianos a “mirar hacia adelante” y a ser “constructores de una cultura del encuentro”, pero remarcando que el verdadero encuentro no se logra “diluyendo lo que cada uno piensa y cree”, sino que sólo tiene validez “cuando cada uno puede expresarse en el respeto al otro en el marco de libertad de una sociedad democrática”.