En los últimos meses, en México se ha dado un consenso entre la iniciativa privada y el gobierno federal para incrementar el salario mínimo de 80.04 a 92.7 pesos, lo cual, si bien sigue siendo un ingreso marginal, tomando en cuenta los índices de inflación, la devaluación de la moneda y la falta de poder adquisitivo, para muchos resulta una medida que inyecta optimismo en un país con más de 50 millones de personas en pobreza extrema.
Para el padre Rogelio Narváez Martínez, Secretario Ejecutivo de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social (CEPS), si bien aún no hay fecha para aplicar dicho aumento, resulta esperanzador luego de que en las últimas décadas la Comisión de Salarios Mínimos sólo venía incrementando al año en promedio 2 pesos, a excepción del año pasado, cuando se logró un aumento por encima de este histórico.
En entrevista para Vida Nueva Digital México, y tras asegurar que el poder adquisitivo de los trabajadores se ha perdido considerablemente en las últimas tres décadas, el padre Narváez Martínez ejemplificó que en los años 80 del siglo pasado, con un salario mínimo se podían comprar hasta 51 kilogramos de tortilla, lo que contrasta dramáticamente con los 7.2 kilogramos que se pueden adquirir en la actualidad.
Consideró que los 92 pesos serían apenas la línea inferior para recuperar el poder de compra de la canasta básica en una familia, pues hay quienes sugieren incluso que este salario debería ser de al menos 180 pesos.
El sacerdote dijo que la sociedad civil está muy atenta a esta iniciativa, por lo que hay muchas organizaciones, como Acción Ciudadana Frente a la Pobreza –que aglutina a muchas otras instancias, entre ellas la Pastoral del Trabajo de CEPS–, que buscan impulsar la reflexión y el análisis en torno a las consecuencias y pertinencias de este posible incremento.
Sobre el temor que han manifestado algunas empresas con relación al incremento al salario mínimo, que –dicen– desestabilizaría sus finanzas, el Secretario Ejecutivo de la CEPS consideró que este temor no debería existir, en principio, por un sentido elemental de la distribución de la riqueza, pero también porque un trabajador con mejor sueldo tiene mayor identidad y compromiso con su empresa.
Aclaró que no es una situación de “pesos y centavos”, sino de reconocer que el trabajo es valioso y justo, y porque lo hace una persona que tiene la necesidad de sostener a su familia y de saberse en camino de su desarrollo. “A mayor compromiso hay una mejor efectividad con enfoque de mejor productividad”, agregó.
También explicó que, de acuerdo al modelo económico, una familia con mejores ingresos tiene la posibilidad de hacer que el mercado se ponga en movimiento al tener la capacidad de compra. “No promovemos un sistema de endeudamiento ni de consumo irresponsable, pero hay que aceptar que muchas familias, con este salario mínimo, no tienen ni para adquirir lo básico”, enfatizó.
– Algunas empresas aseguran que no tendrían la capacidad para realizar este incremento salarial, y por lo tanto, podría haber despidos, ¿esto es un riesgo?
– Existen riesgos cuando el incremento no viene acompañado de un programa de mejora en la productividad y de una adecuación en el sistema fiscal de las empresas, especialmente de las pequeñas y medianas, pues el pago de impuestos sigue siendo complejo y oneroso para muchas de ellas. Las empresas que están ofreciendo trabajos de calidad y que desean mejorar las condiciones salariales de sus empleados, deben recibir un trato diferenciado desde el punto de vista fiscal, que les permita transformar sus condiciones de trabajo. Así mismo, la empresa debe establecer compromisos con sus empleados para que se disminuyan las mermas productivas y de capital. Por otro lado, la productividad está en función de muchas variables, pero algunas de ellas corresponde a la administración de la empresa, y en este sentido, se deben hacer las modificaciones para que se llegue a los mercados adecuados.
Narváez Martínez consideró que lo que menos conviene en estos momentos es una visión de víctimas y victimarios, sino de corresponsabilidades entre trabajadores y empresarios, pues el trabajador es una parte indispensable del proceso productivo, con toda su dignidad; no es una máquina ni un gasto más.
Llamó a los trabajadores a comprometerse con su labor y corresponder en la generación de estrategias, en la procuración de soluciones a los problemas que se presentan y asumir su rol de forma profesional con el valor que sólo una persona puede darle a su trabajo.
Añadió: “Un trabajador que se siente parte de las decisiones y de la implementación de soluciones, es una persona que se sabe escuchada y valorada; con estos elementos, correspondidos con un mejor salario, es mucho más probable que exista una empresa con potencialidad de desarrollo.
El sacerdote reconoció que este incremento salarial ayudaría en algo a la recuperación del poder adquisitivo, pero sobre todo advirtió de los riesgos de que esta iniciativa se quede sólo en buenas intenciones, pues a menor salario –dijo– menor es el movimiento del mercado, y esto lleva a poner en peligro muchos empleos y a aumentar el número de desempleados, subempleados y autoempleados. “Todos ellos sin un cuadro de previsión social”.
Se refirió a la importancia de que en el debate por el incremento salarial se trate el tema de la distribución de la riqueza, pues “no es sólo mejorar los salarios, sino las oportunidades de crear nuevos empleos y nuevos emprendimientos horizontales; es decir, desde la organización de comunidades, donde los beneficios sean distribuidos equitativamente y sin afán de la riqueza de unos pocos. La lucha no es para que haya más ricos, sino menos pobres; que haya vida digna para todos, con igualdad de oportunidades”, aseveró.
–Dice la Secretaría del Trabajo Federal que no por un decreto presidencial de aumento al salario mínimo se alcanzaría una línea de bienestar, ¿en qué otros sentidos se tendría que trabajar?
–Esto es cierto. Se debe trabajar en modificar el sistema económico, que es desigual y genera muerte. Se debe promover una educación para la cooperación, y no para la competencia. Debemos globalizar la cultura, la educación; por otra parte, el mayor crecimiento económico no debe ser a costa del deterioro de los bienes naturales y del exceso del consumo; para el desarrollo económico debemos reaprender la idea de economía como ‘el cuidado o administración de la casa’, y no como la acumulación de riquezas.
El padre Narváez Martínez explicó que el incremento del salario mínimo siempre ha venido acompañado con el “mito” de aumentar la inflación; sin embargo –dijo– la inflación tiene muchos otros orígenes: “Puede ser el aumento en el valor de los productos y servicios; en nuestro contexto, el aumento de la gasolina y el incremento de dólar generó especulación y aumento directo de productos y servicios. La dependencia enorme que tenemos para comprar productos desde el extranjero nos hace muy vulnerables a los precios internacionales, y como consecuencia, tenemos una economía sin autonomía”.
Finalmente, consideró que este posible aumento en el salario podría ser un detonante para una mayor estabilidad en el cuadro productivo, a fin de evitar la “nefasta rotación laboral”, así como un estímulo socio-laboral, en caso de homologarse en todo el país, para generar una menor movilidad humana, tanto hacia los grandes núcleos urbanos de México, como en la emigración hacia el extranjero.