Monseñor Arturo Antonio Szymanski Ramírez, arzobispo emérito de la Arquidiócesis de San Luis Potosí, es sin duda uno de los obispos más queridos del país. A sus 95 años de edad, goza de recuerdos excepcionales que atrapan por horas a sus interlocutores.
Es un hombre culto, habla por lo menos cuatro idiomas, y quienes los conocen se refieren a él como un pastor sabio, que hasta la fecha sigue aconsejando y guiando al pueblo de Dios, pero también, como un hombre simpático y carismático que contagia sus ganas de vivir y su amor a Jesucristo y a su Iglesia.
De muchas cosas más monseñor Szymanski podría presumir, pero hay una sola que le llena la mente de recuerdos y el corazón de gozo: la estrecha amistad que tuvo con san Juan Pablo II de quien, entre otras cosas, fue el vehículo para hacer llegar su última bendición al pueblo de México que tanto amó, estando en su lecho de muerte.
La Conferencia del Episcopado Mexicano dio a conocer recientemente, en su plataforma alternativa Inspírame Dios, una entrevista con el Obispo Emérito de San Luis Potosí, en la que éste habla sobre sus orígenes, estudios, vocación y formación sacerdotal hasta su llegada al episcopado, pero sobre todo, de su amistad con el papa Juan Pablo II.
Szymanski conoció a Karol Wojtyla de una manera curiosa. Mientras participaba en las reuniones del Concilio Vaticano II, un cardenal de nombre Stefan Wyszyński, quien era el Primado de todos los obispos de Polonia, organizó una comida exclusiva para aquellos obispos del mundo que tuvieran apellido eslavo, y él acudió.
Era un obispo joven, 40 años, y apenas empezaba a conocer a otros hermanos en el episcopado. Recuerda que en la mesa, él estaba sentado a la derecha del cardenal Wyszyński, y a la izquierda de él se encontraba un joven polaco al que todos se referían como Lolek (Carlitos), quien después se convertiría en el Papa Juan Pablo II.
“Ese día comimos, platicamos, y ahí con el poco polaco que yo sé –que casi no sé nada–, e italiano, ¡ahí no las llevábamos!”, recuerda.
Al terminar –continúa– el Cardenal Wyszyński me preguntó: “¿Trae usted carro?” Yo estaba en una diócesis pobre, y me había llevado un taxi. Entonces, el cardenal le pidió a Lolek (Karol Józef Wojtyla) que me llevara, y ahí nos hicimos amigos. Así paso el tiempo, nos tratamos y nos escribimos como buenos amigos”.
Monseñor Szymanski considera que el hecho de que él fuera hijo de un polaco fue clave en la gran amistad con el ahora santo. Su padre, de nombre Julio, llegó de Polonia a la ciudad de Tampico, donde conoció su madre que era de china, “pero de China, Nuevo León”, aclara bromeando el emérito de San Luis Potosí.
Cuenta que fue el cardenal Ernesto Corripio Ahumada, entonces obispo de Oaxaca, quien le llamó por teléfono para informarle que habían nombrado Papa a uno de apellido muy raro: “Wojtyla, yo creo que ha de ser africano!” Szymanski no entendió bien el nombre que el obispo había pronunciado, por lo que habló a la Delegación, donde le confirmaron que había sido Karol Józef Wojtyla, su gran amigo.
“Inmediatamente le escribí una cartita diciéndole que me daba mucho gusto que un amigo mío fuera Papa, y me mandó decir que cuando fuera a Roma lo pasara a ver. En la primera ocasión, y cada vez que iba, desayunaba con él, celebraba con él”.
Cuenta que en una de esas visitas, le informaron que el Papa no lo podía recibir porque se encontraba trabajando en el Sínodo de los Obispos, por lo que sólo lo mandó a saludar con su quien fuera su secretario particular, monseñor Stanislaw Dziwisz, actual Cardenal Arzobispo de Cracovia.
Recuerda: “En la noche me habló Stanislaw diciéndome que el Papa me invitaba a concelebrar con él, y al otro día fui. Al terminar, me dijo Stanislaw: ‘el ornamento que está en una caja roja, una caja de cartón muy bonita, es un regalo que le da el Papa’. Era un ornamento con la Virgen de Częstochowa, que es la patrona de Polonia. ¡Yo me vine a México muy contento!” Asegura que en otro viaje le obsequió también un cáliz
“Y así pasaron los años, y seguí yendo a Roma, ¡siempre iba con el Papa!”
Como un detalle de san Juan Pablo II a su persona, recuerda que cuando el Santo Padre cumplió 25 años de pontificado invitó a los obispos del mundo a celebrar con él, y a cada uno le dio una cruz pectoral.
“Como yo no podía ir porque estaba jubilado, le mandé decir al Papa que si el regalo que le iba a dar a los obispos me lo podía dar también a mí. Y así lo hizo, me mandó la cruz pectoral conmemorativa de los 25 años de pontificado, que es la que hasta la fecha sigo utilizando”.
Cuando llegó a los 35 años de servicio, monseñor Arturo Antonio Szymanski Ramírez presentó su renuncia al Papa y éste se la aceptó: “¡ya estoy jubilado y jubiloso, y aquí me tienen!”
Actualmente, “mi familia son las monjitas que viven en mi casa, desde que me hicieron obispo de San Luis Potosí, y a los dos años Arzobispo de San Luis Potosí. Ellas me acompañan a todos lados; agradecido con ellas por el servicio que hacen en mi casa, me las he llevado para que me acompañen a la visitas con los Santos Padres; Juan Pablo II, con Benedicto XVI, en un viaje que fuimos a saludarlo, y hace un mes estuvimos con el Papa Francisco, esa es mi vida familiar”.
Sobre la complicada situación que vive México en diferentes ámbitos, Szymanski considera que los mexicanos no sabemos convivir, somos de mal carácter y nos estamos dando patadas con todo. “¡Queremos un México mejor, pero hay que trabajar por un México mejor!”
Llamó a no jugar al ‘yoyo’; es decir, “todo para mí”, sino saber que tenemos derechos, pero también obligaciones, y colaborar para lograr el bien común. “Pero no a base de la lana –advierte–; porque a la hora que uno se muere, no le pueden poner en su cajón más que su cuerpo y algún regalito, pero nunca ponerle todo. Debemos saber que somos hermanos, hijos mexicanos, y buscar el bien común; si hacemos eso, tendremos en México una clase media sólida, donde haya algunos ricos y otros pobres, pero que todos nos consideremos hermanos, y esa es la tarea que nos da Dios a todos los seres humanos, amen”.