Reportajes

Aprendizajes de perdón

Es la tarea más importante que tienen entre manos los colombianos de hoy: hacerse un alma distinta mediante la hazaña del perdón.

Y a pesar de que es común la pregunta: ¿es posible perdonar? Los hechos están demostrando que en Colombia el perdón es posible. Cada historia de perdón trae consigo las certezas de la esperanza.





En los cuatro departamentos que fueron más golpeados por la violencia, los problemas mentales han afectado a gran parte de la población a tal punto que Médicos sin Fronteras concluye en un estudio que son males “que pueden tener carácter de epidemia”.

Los hechos que más impactaron a los 4455 pacientes del estudio fueron “el desplazamiento, el homicidio y el abuso sexual”.

Otras investigaciones hechas anteriormente habían encontrado el mismo inquietante síntoma de la violencia generadora de enfermedades mentales. En 1995 el Ministerio de Salud contrató una encuesta que comprobó cómo el 61% de la población presentaba una alta posibilidad de sufrir trastornos mentales. En el 24.5% de los encuestados los investigadores encontraron rabia, en el 37.7% desilusión; en el 8.6% amargura.

A comienzos de siglo otro estudio concluyó que cuatro de cada diez colombianos habían tenido trastornos mentales, hecho que convirtió a Colombia en el segundo país del mundo con más trastornos mentales.

La encuesta de 2015 agregó a esos datos que el 50% de la población infantil ha estado expuesta a alguna forma de violencia de modo que hay medio millón de niños entre los siete y los once años que padecen un estrés postraumático, que los condena a repetir la violencia que han sufrido. Colombia es, por tanto, un país enfermo, necesitado de una intensa y eficaz terapia para su espíritu.

Según un lugar común, esa terapia indispensable es la del perdón. Pero en esas condiciones de rabia, desilusión y tristeza, ¿este país está en condiciones de perdonar?

¿Qué hacer?

El perdón no es una política, ni un capricho, ni una táctica; no es ni puede ser operación de relaciones públicas, ni procedimiento jurídico. Es, más que todo eso, la más fina acción del espíritu y una oportunidad de rehacer y reorientar la vida. Es creación y milagro a la vez, que resultan de un cambio profundo en el interior de las personas. Los cristianos, en estos casos, hablan de conversión.

Si tal es su naturaleza, al perdón se llega por las vías misteriosas del espíritu.

Así queda en evidencia que una campaña por el perdón en esta etapa del postconflicto, no la pueden hacer los publicistas, ni los profesionales del mercadeo que cambian los hábitos de consumo, pero no el corazón de las personas.

En cambio, sí tienen un indispensable papel los maestros y formadores del espíritu, capaces de enderezar miradas y actitudes.

En este quehacer la tarea de los que llegan a la conciencia de la gente, no con mensajes comerciales, sino con mensajes de vida es irreemplazable.

Están cumpliendo una positiva y constructiva tarea los medios de comunicación que crean un clima propicio para el perdón y la reconciliación.

Los testimonios reunidos en periódicos y revistas del país aportan un decisivo elemento porque demuestran sin discursos que el perdón es posible. Cada una de las personas que cuenta su historia de perdón se convierte en maestra de perdón y contribuye a la creación de una certeza sobre el perdón necesario y posible.

Otros medios de comunicación pueden contribuir con solo no ser obstáculos. Los contenidos de odio y venganza en telenovelas, noticias y canciones envenenan un cuerpo social ya enfermo por la experiencia de la violencia. Así, aunque no difundan mensajes positivos de tolerancia y reconciliación, al menos vigilando los contenidos negativos, le prestan una valiosa ayuda a una sociedad que, para avanzar, necesita la reconciliación y el perdón.

El perdón no puede llegar a ser un instrumento político, y puede ser obstruido y severamente quebrantado por los políticos cuando se valen de él como instrumento, o cuando convierten sus odios e intolerancias en causa política.

La inminencia de las campañas preelectorales agrava más el riesgo de mensajes políticos que radicalizan y dividen con sus contenidos de odio e intolerancia.

Pero la tarea de fondo la cumplirán los educadores. Desde los padres de familia, hasta maestros y profesores que moldean el alma de los educandos. Educar para el perdón y la reconciliación impone cambios en los contenidos y en las actitudes de maestros y profesores.

Es, pues, algo tan exigente y de tal influencia en el futuro del país, como la creación de una nueva cultura.

Vea el reportaje completo en Vida Nueva Colombia 170

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