Aparecida nos ha abierto una nueva configuración del camino espiritual del discípulo misionero de Jesús. Por eso, me gustaría mencionar algunos desafíos desde esta clave:
• Acercarnos a cada persona y a todas las personas tal como se acerca Jesús. Para cada uno, todo el amor de Dios toda la vida eterna de Dios.
• Aprender a relacionarnos como Jesús se relaciona con nosotros. Haciendo propios sus mismos gestos, sus mismas palabras y con su mismo Espíritu para relacionarnos con Dios, con el prójimo, conmigo mismo y con toda la creación a la manera de Jesús.
• Redescubrir la Vida en el Espíritu reconociendo que sólo en Él podemos entender la Palabra de Dios, la vida comunitaria, la gracia de los sacramentos y la misión evangelizadora. La vida cristiana se aprende como un itinerario espiritual de la fe y de la santidad, recibidas por la gracia de Dios y que exigen nuestra respuesta libre y comprometida.
• En un amor renovado a la Iglesia. Los tiempos de crisis son siempre tiempos de gracia y conversión. Si la crisis no nos llega por nuestras propias caídas, hemos de buscarla haciendo propias las desgracias y sufrimientos de los hermanos. En ambas reconocemos siempre la invitación de Jesús a seguirlo radicalmente. Somos discípulos de un crucificado que nos enseña a liberarnos de nosotros mismos, esto es de nuestros miedos e intereses egoístas, para servir con alegría. Para evangelizar con la inmensa alegría de saber y descubrir en el misterio Pascual de Cristo que no hay más gozo que darla vida por los amigos.
• Agradecidos de los maestros de la mística popular. La invitación es a pasar de la humillación de ser enseñados por los pobres y sencillos a la alegría de descubrir con la Virgen María que Dios “hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc. 1, 50 – 53).
• Pidiendo día a día la gracia del discernimiento comunitario, creyente y eclesial para hacer siempre la voluntad de Dios en Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo.
• En una conversión personal y pastoral que nos ayude a renovar nuestra vida cristiana y todas las estructuras pastorales para renovar la acción evangelizadora según lo exigen los nuevos tiempos.
• Abriéndonos como comunidad eclesial al servicio de los más pobres y desde ellos a todos. Dialogando con simpatía con todas las expresiones humanas, sin renunciar jamás a nuestra identidad cristiana ni mucho menos a las verdades que nos iluminan, ni a la moral que nos orienta hacia el bien.
• Adorar a Cristo en la Eucaristía y en las personas empobrecidas, excluidas y sufrientes. La fuente de la espiritualidad apostólica se nutre en la caridad de Cristo que nos urge. Toda nuestra vida y servicio evangelizador consiste en hacer propio el dolor de los últimos. Ahí está Cristo de manera privilegiada(cf. Mt. 25).
• Anunciar siempre y en cada circunstancia el kerygma. La vida cristiana consiste en hacer de todas nuestras palabras, actitudes y acciones una profesión de fe permanente. Que despertemos en cada momento la pregunta por la fe y por la persona de Cristo, el Señor.