Pedro Ossandón B., Obispo auxiliar de Santiago (Chile) nos detalla los puntos para revitalizar los tiempos de Aparecida
Aparecida nos ha abierto una nueva configuración del camino espiritual del discípulo misionero de Jesús. Por eso, me gustaría mencionar algunos desafíos desde esta clave:
• Acercarnos a cada persona y a todas las personas tal como se acerca Jesús. Para cada uno, todo el amor de Dios toda la vida eterna de Dios.
• Aprender a relacionarnos como Jesús se relaciona con nosotros. Haciendo propios sus mismos gestos, sus mismas palabras y con su mismo Espíritu para relacionarnos con Dios, con el prójimo, conmigo mismo y con toda la creación a la manera de Jesús.
• Redescubrir la Vida en el Espíritu reconociendo que sólo en Él podemos entender la Palabra de Dios, la vida comunitaria, la gracia de los sacramentos y la misión evangelizadora. La vida cristiana se aprende como un itinerario espiritual de la fe y de la santidad, recibidas por la gracia de Dios y que exigen nuestra respuesta libre y comprometida.
• En un amor renovado a la Iglesia. Los tiempos de crisis son siempre tiempos de gracia y conversión. Si la crisis no nos llega por nuestras propias caídas, hemos de buscarla haciendo propias las desgracias y sufrimientos de los hermanos. En ambas reconocemos siempre la invitación de Jesús a seguirlo radicalmente. Somos discípulos de un crucificado que nos enseña a liberarnos de nosotros mismos, esto es de nuestros miedos e intereses egoístas, para servir con alegría. Para evangelizar con la inmensa alegría de saber y descubrir en el misterio Pascual de Cristo que no hay más gozo que darla vida por los amigos.
• Agradecidos de los maestros de la mística popular. La invitación es a pasar de la humillación de ser enseñados por los pobres y sencillos a la alegría de descubrir con la Virgen María que Dios “hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc. 1, 50 – 53).
• Pidiendo día a día la gracia del discernimiento comunitario, creyente y eclesial para hacer siempre la voluntad de Dios en Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo.
• En una conversión personal y pastoral que nos ayude a renovar nuestra vida cristiana y todas las estructuras pastorales para renovar la acción evangelizadora según lo exigen los nuevos tiempos.
• Abriéndonos como comunidad eclesial al servicio de los más pobres y desde ellos a todos. Dialogando con simpatía con todas las expresiones humanas, sin renunciar jamás a nuestra identidad cristiana ni mucho menos a las verdades que nos iluminan, ni a la moral que nos orienta hacia el bien.
• Adorar a Cristo en la Eucaristía y en las personas empobrecidas, excluidas y sufrientes. La fuente de la espiritualidad apostólica se nutre en la caridad de Cristo que nos urge. Toda nuestra vida y servicio evangelizador consiste en hacer propio el dolor de los últimos. Ahí está Cristo de manera privilegiada(cf. Mt. 25).
• Anunciar siempre y en cada circunstancia el kerygma. La vida cristiana consiste en hacer de todas nuestras palabras, actitudes y acciones una profesión de fe permanente. Que despertemos en cada momento la pregunta por la fe y por la persona de Cristo, el Señor.