Elsa sonreía. Miraba la cámara, con detenimiento, sentada sobre el suelo de la oficina de su esposo; recostada contra las piernas de Mario, que atendía una llamada telefónica mientras con su mano derecha separaba las páginas de una pequeña libreta. Corrían los años noventa y era un día de trabajo común y corriente en el Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), al cual ambos estaban vinculados en el momento de la foto.
Semanas atrás se cumplieron dos décadas del crimen de lesa humanidad que les arrebató la vida en la madruga del 19 de mayo de 1997. CINEP rindió homenaje a la pareja a través de distintas actividades, con las que puso de relieve el legado de Elsa y de Mario en el campo de la defensa de los derechos humanos. La agenda conmemorativa sirvió también para establecer una relación entre su asesinato y la persecución que actualmente sufren determinados sectores sociales en el país, mientras persiste la impunidad.
En los ochenta, Mario Calderón defendió como sacerdote jesuita el derecho a la tierra de los pobladores ancestrales del Alto Sinú. Junto al padre Sergio Restrepo SJ, párroco de Tierralta (Córdoba), se opuso a las dinámicas de despojo y paramilitarismo en la región, y llamó la atención de las comunidades campesinas e indígenas sobre la amenaza que representaban para sus aspiraciones de buen vivir los grandes proyectos de infraestructura previstos en la zona. Restrepo fue asesinado en 1989 y Mario se vio obligado a dejar Córdoba, para establecerse en Bogotá. Con el tiempo, se retiró de la Compañía de Jesús, pero seguiría vinculado al CINEP en procesos de intervención social en beneficio de comunidades vulnerables, así como en tareas investigativas que venía desarrollando desde años atrás en la institución.
Fue en el CINEP donde Mario y Elsa Alvarado se conocieron. “Los hombres paisas enamoran con la palabra”, diría ella alguna vez, recordando cómo se fue tejiendo el amor entre ambos. Mario es recordado por sus amigos como un soñador, un pacifista tolerante, un hereje orgulloso que admiraba a los que tenían la justicia por culto y no mendigaban sus derechos, sino que los instauraban en microzonas de la sociedad, mediante la resistencia. Camilo Borrero le escribiría en el primer homenaje póstumo: “Tu lección es la de siempre: la de la vida, la de la alegría, la del andar, la del presente”.
Elsa es recordada, entre otras muchas cosas, por su convicción de que a los medios de comunicación, como espacios públicos de discusión, les cabe una gran responsabilidad en la construcción de la paz. Sobre ello reflexionó permanentemente y escribió en varias ocasiones. Como profesional, además, estuvo vinculada a distintos procesos para cualificar el trabajo de los comunicadores populares. Muestra de ello, su impulso a las radios comunitarias del Caribe y su deseo de conformar una red nacional de emisoras alternativas. Además de docente en temas de comunicación para el desarrollo, Elsa también fue consultora para el naciente Ministerio de Comunicaciones, e intervino en investigaciones sobre la audiencia de los medios y el trato, específico, de los niños con la Televisión.
Como fruto del amor entre Mario y Elsa, nació Iván, el hijo que les sobrevive. Iván tenía apenas un año cuando sus padres y su abuelo materno fueron asesinados. En medio de la oscuridad que, en parte, contribuyó a que se salvara, varios hombres irrumpieron en el apartamento familiar, situado en Chapinero Alto, y abrieron fuego no solo contra Mario y Elsa, sino también contra don Carlos Alvarado y doña Elvira Chacón, papás de Elsa. Doña Elvira sobrevivió al ataque, al igual que Iván, quien ha crecido escuchando las historias en que se conserva el recuerdo de los suyos.
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