De los 65 millones de refugiados que hay hoy en el mundo, una buena parte son niños a los que, además de sus sueños, se les ha arrebatado la posibilidad de estudiar y encontrar una salida. De hecho, solo el 50% de los menores en campos de refugiados tienen acceso a Primaria. Un porcentaje que se reduce al 25% para la Secundaria y que se queda en un pírrico 1% para los estudios universitarios.
Por mucho motivos, Mireille Twayigira rompe todo tipo de estadísticas y el suyo es un testimonio fuertemente esperanzador.
En la mañana de hoy miércoles 14 de junio, ha contado su historia en Madrid, en la sede de Entreculturas, dentro de la iniciativa de concienciación que la entidad eclesial comparte con el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR), ante el Día Mundial de las Personas Refugiadas, el próximo 20 de junio.
Huida del genocidio de Ruanda
Mireille es una joven de 25 años licenciada en Medicina y que ejerce como doctora en un hospital en Malawi. Tras su sonrisa bondadosa se esconde un testimonio que habría eliminado todo rostro de esperanza en la inmensa mayoría de las personas.
Nacida en Ruanda, con solo dos años hubo de huir de una guerra civil que desencadenó uno de los mayores genocidios de la historia moderna, llevándose por delante también la vida de su padre y de su hermana pequeña. Su madre, sus abuelos y sus tíos huyeron con ella a otro punto de Ruanda, como desplazados internos. Pero pronto comprobaron que debían irse.
Beber agua de ríos repletos de cadáveres
Fue así como, tras pasar por Burundi, llegaron a un campo de refugiados en la República Democrática del Congo. Aunque la desgracia volvió a su vida y su madre murió. Además, tres años después, en 1996, la guerra estalló también en ese país y tuvieron que huir desesperados a los bosques, cruzando a veces la frontera con Angola.
La familia de dispersó y a ella solo le quedaban sus abuelos y un tío. Pasaron todo tipo de necesidades: mendigaban comida, bebían agua de ríos en los que flotaban cadáveres y hasta tuvo que comerse una vez una serpiente quemada en un incendio. Por entonces, Mireille estaba en un severo estado de desnutrición, tenía poco pelo y sus extremidades y estómago estaban muy hinchados.
Consiguieron llegar a otro campo de refugiados en Zambia y ella vio mejorar su salud…, pero entonces murió su abuela.
“Estaba tan desesperada que ya no podía ni llorar”, ha rememorado Mireille ante los medios. Pero allí empezó a mejorar todo. Al fin pudo ir a la escuela, “bajo unos árboles”. Tuvieron que pasar por otros dos campamentos, aunque en ellos era más difícil ir a clase. Por empeño personal de su abuelo, consciente de que ella merecía una oportunidad y de que esta solo podría llegar a través de la educación, se trasladaron a otro campo en la capital de Zambia. Fruto de ese esfuerzo, recuerda Mireille, fue cuando nació en ella su “gran amor por formarme”.
Finalmente, cruzaron a Dzaleka, en Malawi, a otro campo de refugiados en el que estaba el SJR y donde era conocida su enorme apuesta por la formación de los más pequeños, con una escuela de Primaria que, pese a la dureza del entorno, era uno de las más prestigiosas del país. Desgraciadamente, murió su abuelo. Fue “el día más triste” de su vida, pero Mireille, a la que ya solo le quedaba su tío, definitivamente se desgastó en cuerpo y alma por estudiar más y más. Por su abuelo. Por ella.
La gran oportunidad de estudiar en China
Abrazada al fin a la vida en ese campamento de Malawi, sacó unas excelentes notas en el colegio y el SJR becó sus estudios en otro centro de Secundaria. Cuando terminó sus estudios, quedó entre los seis alumnos del país con mejores calificaciones.
Radio Zodiak organizó entonces un homenaje para esos alumnos que le cambió la vida. Al asistir al acto el embajador de China, ofreció a los estudiantes una beca para formarse en la universidad china. La joven ruandesa no podía acceder al premio por no ser ciudadana de Malawi, pero la emisora se volcó con ella y consiguió que el mismo jefe de Estado de Malawi firmara su nacionalización.
En su primer año en China, en 2010, solo estudió chino mandarín. Le costó mucho, pero también superó esa barrera. En los cinco años siguientes superó con solvencia sus estudios y obtuvo el grado en Medicina.
Hoy, ya como doctora en su país de adopción, Malawi, tiene las riendas de su vida, pero no olvida de dónde viene. “La mía es una historia de esperanza, la educación cambió mi vida”, ha dicho con energía ante los medios.
“Dios quiere que dé esperanza”
En su posterior conversación con Vida Nueva, Mireille ha profundizado en su dimensión de cristiana y ha explicado que la fe es para ella un motor esencial: “Durante muchos años tuve una visión trágica de mi vida, pero al final comprendí que Dios se ha valido de todo lo que me ha pasado y, si estoy hoy aquí, es porque Él quiere que dé esperanza a los que pasan por lo mismo que yo he pasado”.
Su mensaje va directo a los 65 millones de refugiados en el mundo… Y a nuestros gobiernos. Desde 2008, con el estallido de la crisis, España ha rebajado en un 70% su ayuda oficial al desarrollo y hasta un 90% los fondos destinados a la educación en contextos de vulnerabilidad.
El testimonio de Mireille demuestra el gran error de una Europa incapaz de ofrecer una respuesta digna a la mayor crisis humanitaria de la historia.