España

Tarancón, el cardenal que bautizó las primeras elecciones

  • El presidente de la Conferencia Episcopal aquel 15 de junio de 1977 y artífice en la sombra de la Transición, acudió como un ciudadano más a votar, orgulloso de la “independencia de lo político” que logró la Iglesia
  • El director de Vida Nueva analiza este hito de la Transición a través del discurso que dio en aquella semana a la Plenaria de los obispos





Cuarenta años de las primeras elecciones democráticas en España. Se evocan los nombres de quienes hicieron posible ejercer el derecho al voto en aquel 14 de junio de 1977. Políticos de vocación y no tanto de profesión.  Pero junto a los hombres y mujeres de partidos de todo color, también hubo clérigos que arrimaron el hombro. Y pocos les citan hoy.

Por delante, el cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Junto a él, una comunidad cristiana que supo acompañar tanto sus intuiciones como las de Pablo VI y el nuncio Luigi Dadaglio. Poco cabe decir sobre su papel en la Transición. Aquel día, acudió como un ciudadano más al colegio electoral.

Tanto solo cinco días después, se reunieron los obispos en Plenaria y Tarancón abrió la reunión con un discurso sin signo alguno de nostalgia. Arrancaba invitando a los prelados  a contagiar a todos los cristianos de un “corazón abierto a la más firme esperanza, pero que va a exigirnos decisiones importantes”.

En aquel discurso, el presidente de la Conferencia Episcopal se mostraba satisfecho porque la Iglesia “no quiso entrar en la lucha electoral” durante la campaña. Es más, consideraba que había salido de este proceso “purificada, ennoblecida y hasta potenciada”, en tanto que no quiso “considerar el poder político como instrumento de evangelización”.

Eso sí, subrayó la insistencia de los obispos en urgir a los cristianos a “una participación responsable desde su condición de españoles y su compromiso de fe. Pero hemos respetado al máximo su conciencia personal y les hemos hablado de su libertad para escoger la opción política que en conciencia considerasen más conveniente”.

Principios guía para los católicos

Pero, si algo sobresale del discurso, es el repaso a los principios en los que Tarancón defiende que la Conferencia Episcopal decidió situarse ante el nuevo tiempo que se abría en España:

  • La independencia de lo político
  • El reconocimiento del valor de lo temporal, por sí mismo, y de sus peculiares reglas de jugo que nosotros habíamos de respetar
  • La renuncia al poder –económico y político- para que apareciese claramente su faz evangélica
  • El compromiso por la justicia que importaba el ser conciencia crítica de las injusticias sociales y tomar decididamente la causa de los pobres
  • El reconocimiento de la libertad religiosa en el ordenamiento civil, renunciando a los privilegios

A partir de ahí, Tarancón se presentaba hasta desafiante con la Plenaria: “¿Os escandalizaréis si digo que deberíamos empezar por reconstruir el significado del ser cristiano?”. No era una pregunta retórica, pues era consciente que invitar a esta “reconversión” –como ahora lo llamaría Francisco- conllevaba una interpelación directa a unos cuantos obispos que todavía seguían atrapados por la nostalgia del recién abandonado régimen.

Y es que la Iglesia renunció a esa representación honorífica de las anteriores Cortes que tantos malentendidos generó. Su papel como institución quedada fuera de los escaños. Eso sí, en aquellas elecciones de 1977 sí fueron elegidos cuatro clérigos como parlamentarios. A saber: Gabriel Urralburu, del Verbo Divino, diputado socialista por Pamplona; Celso Montero, sacerdote secular senador de CDG por Orense; Lluis María Xirinachs, sacerdote independiente por Barcelona y Martínez Fuertes, agustino, senador de UCD por León.

Vida Nueva recordó entonces que estos sacerdotes asumían esta tarea “a título personal, por la fuerza de los votos y sin ostentar representación alguna de la Iglesia”. Es más, la revista subrayaba que “tres fueron elegidos por las izquierdas y solo uno por la derecha de Centro Democrático. También es un símbolo de cambio”.

Necesidad urgente

Precisamente este nuevo escenario hizo que el cardenal invitara en el discurso a sus hermanos obispos a “reconstruir la unidad eclesial” como “necesidad urgente”, así como un llamamiento a reforzar la presencia de la Iglesia en la vida pública a través de las asociaciones laicales, de los movimientos obreros, de los educadores cristianos…

No ignoraba Tarancón los problemas que ya habían “empezado a asomar”, como la confesionalidad del Estado, la economía eclesial o la enseñanza. “Estamos en un momento interesante, pero difícil”, apuntaba, aplaudiendo “la gran prueba de madurez” dada por el pueblo español  para superar “los enfrentamientos que tanta veces nos ha dividido a los españoles”.

Cuarenta años después, el discurso de Tarancón no suena a viejo ni a caduco. Más bien lo contrario. Sabe a reivindicación optimista ante tentaciones que sigue sobrevolando y a retos no cumplidos. Bien vale releerlo, meditarlo… Y aplicarlo.

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