La situación de los cristianos en Egipto es más complicada cada día que pasa. Hasta el punto de que el Gobierno del general Abdelfatah al-Sisi, teórico garante de sus derechos (compromiso que el presidente reiteró al papa Francisco en su reciente visita a El Cairo), reconoce en la práctica que no puede garantizar su seguridad a la hora de acudir a iglesias y espacios de peregrinación.
Como informa la agencia Fides, el pasado 8 de junio, en el transcurso de una reunión con responsables de seguridad de las provincias rurales más amenazadas por los yihadistas, el ministro de Interior, Magdy Abdel Ghaffar, pidió hacer llegar a los fieles coptos el mensaje de que, mientras dure el denominado “estado de emergencia” (para el que no hay fecha de caducidad), no deben conformar aglomeraciones en espacios de culto ni en sus proximidades, así como tampoco ir en grandes grupos a lugares de peregrinación.
Y es que, si bien se insiste en que va a haber más fuerzas policiales y militares en los lugares sagrados frecuentados por la minoría cristiana (el 10% de la población egipcia), Ghaffar es consciente de que esta comunidad está hoy en el ojo de mira del Estado Islámico y no es descartable que se produzcan ataques sangrientos como los acaecidos en estos últimos meses en templos y monasterios de Tanta, Alejandría, el Sinaí El Cairo o, el último atentado, en Al Adua, en la provincia de Minia.
“Sucursal” del Estado Islámico en el Sudeste Asiático
Según diferentes expertos, resulta preocupante cómo, si bien el Estado Islámico está cediendo espacio en Siria e Irak (sobre cuyos territorios constituyeron los yihadistas su autodenominado Califato), como demuestra la inminente caída de Mosul, su influencia se acrecienta de un modo vertiginoso mucho más allá de sus fronteras. Es el caso de Egipto, por ejemplo, pero también, con mucha fuerza en las últimas semanas, del Sudeste Asiático, especialmente en Filipinas.
Allí, los milicianos radicales están librando desde el 23 de mayo una dura batalla contra el ejército filipino por el control de la ciudad de Marawi, al sur de Mindanao, arrasando todo tipo de centros públicos y también iglesias, habiendo incluso secuestrado a un sacerdote y a varios parroquianos. Por ahora, la crisis se ha cobrado ya más de 200 vidas.
La fuerza de los islamistas es tal que, a modo de golpe de efecto propagandístico, han presentado a través de uno de sus órganos oficiales la llamada Yihad en el Sudeste Asiático. Comandada por el filipino Isnilon Hapilon, este ha mostrado su fidelidad al Califato, liderado en Siria e Irak por Abu Bakr al Baghdadi (aunque Rusia ha anunciado en las últimas horas que podría haber acabado con él en una operación en Siria).