Por Domingo Salvador Castagna. Arzobispo emérito de Corrientes
1.- Jesús no sacrifica la verdad por miedo a la incomprensión. Juan no relata la Institución de la Eucaristía pero sí la anuncia con términos inequívocos, hasta inquietantes para la sensibilidad de sus conciudadanos más conservadores. Los términos empleados por el Señor revisten una gravedad de difícil formulación para un lenguaje estrictamente académico. Jesús no sacrifica la verdad ante el peligro de no ser comprendido o ser mal entendido: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo” (Jn 6, 51). Esta afirmación levantó una densa polvareda entre los –hasta entonces– entusiastas seguidores. Dicha tormenta se convirtió en un devastador huracán: “Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes” (Jn 6, 52-54). Más adelante, el mismo evangelista registra la deserción de muchos: “Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo” (Jn 6, 66).
2.- La sorpresiva confesión de fe de Pedro. El Señor reitera el anuncio que los ha escandalizado, sin paliativo alguno. Más aún, desafía temerariamente a sus mejores discípulos: “Jesús preguntó entonces a los Doce: ‘¿También ustedes quieren irse?’ Simón Pedro le respondió: ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn 6, 67-69). Pedro es el Apóstol oportunamente inspirado, que asume la representación de los otros. Su respuesta incluye un acto ejemplar de fe en la persona del Maestro. Aunque no lo entienda, como no lo entendieron los demás, fundamenta sólidamente su acto de fe, sin cabildeos ni discusiones: “Tú tienes palabras de Vida eterna” y, en consecuencia: “…hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”. En la profesión de fe del Apóstol se encuentra toda la Verdad y el modo único de hacerla propia. ¿Por qué dudar entonces? La Eucaristía, hoy como entonces, nos ofrece la oportunidad de creer, al modo de Pedro, y de fundar nuestra vida en Cristo. Es conveniente postrarnos ante el Sagrario y releer íntegro este texto evangélico. No como quienes “dejaron de acompañarlo” sino repitiendo las inteligentes palabras de su Apóstol heredero: “¿a quién iremos?”.
3.- El Pan necesario a la Vida del mundo. Jesús es el “Pan bajado del cielo”, para devolver al hombre la Vida de la que se auto despojó con ocasión del pecado. Ese Pan viene a restaurar la salud de todos los hombres, heridos de muerte. Es Él –su carne y su sangre– que halla en el Sacramento de la Eucaristía la forma prodigiosa de convertirse en comida y bebida, excluyendo la interpretación torpe de un grupo numeroso y horrorizado de sus seguidores. La Palabra y la “fracción del Pan” constituyeron la única Liturgia de las primeras comunidades cristianas. El ministerio apostólico fue instituido por Cristo con ese propósito. Debidamente ejercido asegurará la presencia viva del Señor para todo el Pueblo de Dios: “…adherido a su Pastor (auténtico Sucesor de los Apóstoles) y reunido por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía…” (Christus Dominus 11). Todo el mundo está convocado a ser la Iglesia: el Pueblo santo de Dios. Cristo, “Pan bajado del cielo”, es su necesario alimento. La Eucaristía, instituida por Jesús, en la cena anterior a su Pasión, lo hace posible. El fervor de una comunidad cristiana se mide por la continua y piadosa celebración de la Eucaristía. Su vitalidad y eficacia evangelizadora dependen de ese alimento sagrado: “Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57).
4.- Presencia adorable. Es verdad que quienes no llegan aún a la Eucaristía, por diversos motivos, pueden, no obstante, alimentarse de Cristo por la piadosa lectura de la Escritura y por la oración. Pero, siempre existirá, en sus itinerarios de fe, una tensión hacia la participación de la Cena del Señor o Eucaristía, donde hallarán la perfección de su adhesión a Jesucristo. La Fiesta de Corpus, que hoy celebramos, reedita el acto de fe de Pedro. Al mismo tiempo destaca la “Presencia real” que invita a la Iglesia a postrarse y adorar a su Señor. El santo Cura de Ars señalaba el Sagrario de su humilde iglesia parroquial para recordar a su feligresía que era Jesús quien estaba allí: “¡Él está allí y nos ama tanto!”. La práctica de la Perpetua Adoración Eucarística constituye, en la Iglesia actual, un signo inequívoco de salud espiritual.