Necesitaba conocer “el secreto” de François-Xavier Nguyen Van Thuan, el cardenal vietnamita que pasó trece años encarcelado y que acaba de ser proclamado venerable. Por eso, Teresa Gutiérrez de Cabiedes (Pamplona, 1977) no dejaba de preguntarse cómo pudo aquel hombre sentirse tan libre en un aislamiento inhumano. Y descubrió que fue allí, justamente, donde él recibió “el mayor tesoro espiritual”. “Una mina de oro” que esta madre de familia, periodista, escritora y conferenciante ha volcado en unas páginas que invitan a creyentes y no creyentes a asomarse a “una vida contagiosa”. Que se lo digan también, si no, a su esposo Hervé y al pequeño Giuseppe.
PREGUNTA.- ¿No teme que una vida tan “de novela”, como relata en su libro, o “de película” sea más un escollo que un estímulo para el cristiano de a pie?
RESPUESTA.- La ventaja de una novela es que pude tejerla como una secuencia de escenas de película y se lee muy fácil. Eso ha servido de puente para que no lectores y/o no creyentes se atrevan a entrar en esta vida contagiosa. Al inicio me di cuenta de que si era un “superhéroe espiritual”, me espantaba. Sinceramente, pensé: “Que lo canonicen y lo inciensen devotamente; si no afecta a mi vida, que lo cuente otro”. Pero me sumergí en su alma y descubrí una mina de oro: al hundirse en el abismo físico, psicológico, religioso, fue cuando recibió el mayor tesoro espiritual. Dios le vació de todo para, en la desposesión extrema, llenarle sólo de Él. La fuerza gozosa de ese Amor fue tal que sus éxitos eclesiales, su linaje o el sufrimiento de vivir inactivo sin poder socorrer a su pueblo perseguido… palidecieron absolutamente.
P.- ¿Veremos pronto en los altares al cardenal vietnamita?
R.- Sueño con que sea un día, junto con la Virgen de la Merced, patrón de las cárceles: vivo el privilegio de compartir esta historia con muchos reclusos y ¡cuántos regalos espirituales recibimos! Vuelve a cumplirse la Buena Nueva: los ladrones roban el Corazón del Maestro, las prostitutas besan los pies de quien es Misericordia, los Zaqueos bajan de la higuera para indagar quién es ese Dios que mira con tanta ternura. Necesitamos también un intercesor para romper nuestras prisiones interiores, tantas veces camufladas por el ruido y las prisas. Y el colmo sería que canonicen a su madre: mujer entrañable, de profunda sabiduría y espiritualidad.