Repite a la menor ocasión que “es monseñor Romero quien merecía el cardenalato”, y que lo recibe “en su nombre”, pero Gregorio Rosa Chávez (Sociedad, Dpto. de Morazán, 1942) siente, como tantos compatriotas, que el “inesperado gesto del papa Francisco” de crearle cardenal es, sobre todo, “un regalo de Dios para El Salvador”. Y así lo asume, seguro de que su gracia no le faltará. (…)
PREGUNTA.- ¿Tiene algo que ver monseñor Romero en todo esto? ¿Estamos más cerca de su canonización, ahora que va a contar con un “cardenal de confianza” más próximo a las “áreas de influencia” donde se deciden estos asuntos?
RESPUESTA.- Monseñor Romero tiene que ver muchísimo. Al menos, así lo percibimos desde esta orilla. Yo me he atrevido a decir, citando al cardenal Carlo Maria Martini, que el arzobispo Romero fue cardenal, “no por el título, sino por la púrpura de su sangre derramada en el altar”. He dicho reiteradamente que es monseñor Romero quien merecía el cardenalato, y que yo lo voy a recibir en su nombre. En cuanto a su canonización, en el momento actual del proceso no hace falta trabajar en esas “áreas de influencia”. La tarea es, más bien, preparar al pueblo para que sepa recibir esta gracia de forma responsable y no como a quien por fin le tocó la lotería. Como dice el Santo Padre en la carta que se leyó el día de la beatificación de nuestro amado pastor, “quienes tengan a monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, reencuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y justo”.
P.- Romero, el P. Rutilio Grande, los jesuitas de la UCA… ¿Qué queda de su testimonio y compromiso en la Iglesia actual, salvadoreña y universal?
R.- Asistimos a una recuperación de la memoria martirial de la Iglesia en El Salvador. El arzobispo, monseñor José Luis Escobar, ha escrito una extensa carta pastoral titulada Ustedes también darán testimonio porque han estado conmigo desde el principio. En ella, nuestro arzobispo se propone como objetivo reconocer que “en El Salvador hubo, durante los años 70, 80 y 90, testigos de la fe en calidad de mártires y confesores” y, al tiempo, “animar al Pueblo de Dios a ir tras el seguimiento de Jesús, tomando como modelo a hombres y mujeres como el padre Rutilio Grande, el beato Óscar Romero, las hermanas de Maryknoll” y “los innumerables laicos que ofrendaron sus vidas por la vivencia encarnada de la fe”. Falta por ver qué sucede en la práctica, porque en los últimos años se ha debilitado la fibra martirial entre nosotros. (…)