Vaticano

En la muerte de Joaquín Navarro-Valls, fiel servidor de los papas y de la Iglesia

  • Fue un comunicador elegante y persuasivo que modernizó y agilizó la comunicación del Vaticano
  • Nunca le pudimos convencer para escribir sus memorias: “Lo más interesante no lo podría contar, y lo otro ya es conocido”





Durante 22 años (1984-2006) fue director de la Sala de Prensa de la Santa Sede; más exactamente, portavoz y colaborador del papa san Juan Pablo II, y de su sucesor Benedicto XVI durante los primeros 15 meses de su pontificado. Joaquín Navarro-Valls ha muerto en Roma a los 80 años de edad a causa de un cáncer de páncreas. Sus funerales se celebrarán mañana viernes 7 de julio en la Basílica de San Eugenio, confiada a la Prelatura del Opus Dei, de la que era miembro numerario.

Conocí a Joaquín en agosto de 1978, con ocasión de la muerte del beato Pablo VI y del cónclave en el que fue elegido Juan Pablo I, y desde entonces he mantenido con él una continua relación profesional y amistosa. Él era entonces corresponsal en Roma del diario madrileño ABC y en 1983 fue elegido presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia, cargo que abandonó cuando, en diciembre de 1984, Karol Wojtyla le llamó para sustituir al padre Romeo Panciroli al frente de la Oficina de Prensa vaticana. En dos décadas transformó el funcionamiento de este importante organismo, modernizándolo y agilizándolo hasta convertirlo en un indispensable medio de información para cuantos se interesaban por la actualidad de la Iglesia católica en el mundo.

En 1992, durante las obras de remodelación de la Oficina de Comunicación de la Santa Sede

Joaquín Navarro-Valls nació en 1936 (pocos meses después del inicio de la Guerra Civil española) en la localidad levantina de Cartagena (Murcia), donde cursó sus primeros estudios, finalizados los cuales se trasladó a Granada y a Barcelona para obtener la licenciatura en Medicina, especializándose más tarde en la rama de Psiquiatría. Sus aficiones literarias le llevaron a cursar los estudios de Periodismo en la Universidad de Navarra. Por entonces ya había entrado en contacto con el Opus Dei, del que se hizo miembro numerario, y colaboró en diversas actividades de la Obra tanto en Barcelona como en Granada.

En 1970 se trasladó a Roma, convirtiéndose en estrecho colaborador del fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer, y más tarde de su sucesor, el beato Álvaro del Portillo, trabajando sobre todo en las tareas de comunicación.

A finales de los años 70 es nombrado corresponsal de ABC en Italia y Vaticano, cubriendo también la actualidad en diversos países del área mediterránea.

Estrecha relación con Juan Pablo II

Su vida da un giro importante cuando Juan Pablo II le llama a dirigir la Sala de Prensa de la Santa Sede, a la que el Pontífice polaco quería imprimir nuevos ritmos. Era el primer no italiano que desempeñaba dicha misión y pronto se hizo notar por su habilidad como comunicador; al mismo tiempo, modernizó las vetustas instalaciones de la Via della Conciliazione, haciéndolas más funcionales y eficaces ante la evolución de las tecnologías de la comunicación.

Con el paso de los años, Navarro Valls incrementó su relación personal con el Pontífice y con su entonces secretario personal, monseñor Stanislaw Dziwisz, hoy arzobispo emérito de Cracovia. Acompañó al Papa en sus numerosos viajes a los cinco continentes y estaba a su lado incluso durante las vacaciones veraniegas en las montañas del norte de Italia. Me atrevería a decir que existía entre ellos una empatía especial.

En la canonización de Juan Pablo II, el 27 de abril de 2014

Pero no solo ejercía sus funciones como director de la Sala de Prensa. Formó parte de las delegaciones vaticanas en las Conferencias Internacionales organizadas por la ONU en El Cairo (1994), Pekín (1995) y Estambul (1996), y actuó como interlocutor especial en la preparación de algunos viajes papales particularmente delicados, como el de Cuba en 1998, antes del cual mantuvo con Fidel Castro una larguísima entrevista nocturna y logró arrancarle al líder cubano algunas promesas, como la transmisión en directo televisivo de todos las ceremonias celebradas por Karol Wojtyla en las isla caribeña.

Idea también suya fue no limitar la comunicación papal a los discursos u homilías, sino ampliarla también a la publicación de libros firmados por Karol Wojtyla. Así nacieron, entre otros, ‘Cruzando el umbral de la esperanza’ (1994), ‘¡Levantaos! ¡Vamos!’ ( 2004) o ‘Memoria e identidad’, traducidos a diversas lenguas y de los que se vendieron centenares de miles de ejemplares en todo el mundo.

A medida que la enfermedad fue adueñándose de la persona de Juan Pablo II, creció la curiosidad mundial por su salud. En aquellos largos años, Navarro-Valls acudió a sus conocimientos médicos para explicar mejor los procesos –incluidas las diversas operaciones– que iban reduciendo cada vez más ostensiblemente la capacidad motora y comunicadora del Papa.

Simultáneamente crecía en él la conciencia de compartir la vida de un santo. “Soy consciente –declaró– de que tendré que rendir cuentas a Dios por la inmensa suerte de haber podido trabajar cerca de un hombre en cuyo entorno se palpa la existencia de la gracia”. Su emoción le desbordó el 1 de abril de 2005, cuando en plena rueda de prensa no pudo reprimir las lágrimas al responder a un periodista que le preguntaba por sus sentimientos ante el inminente fallecimiento de su querido y admirado papa polaco

La hora del relevo

Al ser elegido sucesor de Pedro el cardenal Joseph Ratzinger –con el que Navarro-Valls había mantenido una estrecha relación–, Benedicto XVI le mantuvo en su puesto; pero, a la vista de todos, el panorama había cambiado. Durante más de un año siguió al frente de la “Oficina” (como a veces la llamaba), pero según él mismo declararía más tarde, pidió al Papa en tres ocasiones ser sustituido. Así sucedió en el mes de julio de 2006, dando paso al jesuita Federico Lombardi.

Con Federico Lombardi, su sucesor, en una rueda de prensa para sobre la canonización de Wojtyla en 2014

El “doctor Navarro” recuperó su vieja vocación por la medicina y fue nombrado presidente del Consejo Asesor de la Universidad Campus Biomédico que la prelatura del Opus Dei había abierto en las cercanías de Roma. De tanto en tanto comparecía en las columnas de la prensa diaria o en emisiones de las televisiones de medio mundo. Nunca le pudimos convencer de que escribiera un libro de memorias “confesables”; siempre se resistía diciendo: “Lo más interesante no lo podría contar, y lo otro de alguna manera ya es conocido”. Quizás haya dejado algunas páginas inéditas que merecerían ser publicadas.

En pocas palabras, fue un comunicador elegante y persuasivo, un miembro ilustre de la Prelatura a la que pertenecía desde muy joven (donde familiarmente se le conocía como Quico), un fiel servidor de los papas y de la Iglesia.

* Artículo original publicado en la edición italiana de L’Osservatore Romano (07-07-2016)

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