Héctor Gallego, originario de Antioquía, Colombia, nacido el 7 de enero de 1938, vino a Panamá invitado por monseñor Marcos Gregorio McGrath, antiguo arzobispo de Panamá, quien era, en ese tiempo, obispo de la diócesis de Santiago de Veraguas, y había tenido una destacada actuación en el Concilio Vaticano II y en la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín.
Una vez en Panamá, Héctor hizo parte del equipo de evangelización de Santa Fe de Veraguas, de cuya iglesia fue nombrado párroco. Esta región se encuentra en el centro geográfico de Panamá; su población era eminentemente campesina, con profundas condiciones de pobreza económica y social.
Más que en Santa Fe, que era el centro más poblado del área, Héctor se dedicó a visitar, conocer, caminar y captar la vida de la población empobrecida, haciendo una lectura de esta situación desde el Evangelio y desde la conciencia social y política. Pobreza extrema, desnutrición, enfermedades, ausencia total de centros educativos y de salud, carentes de caminos de penetración, duro trabajo de la tierra, tristeza y desencanto, fue lo que encontró.
También detectó que la causa de la extrema pobreza no venía del cielo, como algunas veces se enseña y se cree, sino de las políticas económicas y sociales que imperaban en la región por los caciques políticos y por los que dominaban toda la economía del lugar. El campesinado trabajaba duro sus tierras, bajo las inclemencias del sol y de la lluvia, la dureza de las condiciones materiales para realizar sus labores, y luego tenía que vender el producto de su trabajo a los gamonales de Santa Fe, quienes le pagaban una miseria por los productos que traía. A su vez, los campesinos estaban obligados a gastar lo recaudado en las tiendas o centros de venta que pertenecían a los propios gamonales. Resultaba obvia la esclavitud económica, social, política y humana a la que estaban sometidos los campesinos y sus familias.
Toda América Latina estaba imbuida del espíritu del Concilio Vaticano II y de Medellín, que apelaba a una renovación radical de la Iglesia en su servicio al mundo. Es justo reconocer la capacidad que tuvo Héctor de saber leer los signos de los tiempos y actuar según esa lectura.
Comenzó así un proceso de transformación integral de la vida del campesinado, desde sus casas, desde sus pequeños pueblos, desde el contacto personal con cada uno. Con la vida oprimida de la gente, por un lado, y con el Evangelio de Cristo en el otro, inició un proceso de diálogo entre todos, unos con otros, en donde iban aprendiendo a leer su vida y a descubrir las posibilidades de cambio. Se fue formando la conciencia entre los participantes, hombres, mujeres, jóvenes, elevándose su autoestima y formando una familia, la organización, que fue la semilla para iniciar el proceso de la transformación social y económica de la realidad. Fueron constatando la necesidad de generar cambio. De allí nació la Cooperativa Esperanza de los Campesinos, ubicada en Santa Fe. Todo este proceso produjo un cambio en las relaciones con el sector de poder político y económico, que vieron cómo sus ingresos y su poder se debilitaban.
Los opresores no se quedaron tranquilos, e iniciaron una arremetida contra el sacerdote, con críticas y falsas acusaciones, buscando indisponerlo con la jerarquía, presidida después por monseñor Martín Legarra, y con las autoridades del país. Lo llegaron a golpear físicamente, le quemaron el pequeño y humilde rancho en Santa Fe, que le servía a Héctor de descanso cuando subía y bajaba de los pueblos de las montañas, en donde ejercía mayormente su labor. Debió buscar entre las familias amigas un lugar para descansar y dormir después de sus andanzas cumpliendo su trabajo.
Un referente de compromiso
Panamá se encontraba en esos años bajo la dictadura impuesta al país por la jerarquía militar de la Guardia Nacional que, el 11 de octubre de 1968, perpetró un golpe de estado, cuyo poder lo asumió Omar Torrijos Herrera, originándose un período de persecución violenta contra los que adversaron el golpe de estado: exilios, detenciones arbitrarias, torturas, asesinatos, desapariciones forzosas, genocidio y violación de todas las libertades y de los derechos humanos en el país. Los caciques de Santa Fe que mantenían en esclavitud al campesinado eran reconocidos parientes de Omar Torrijos. Unido a esto, los tiempos en América Latina eran de profunda convulsión social y política con dictaduras en muchos de sus países y con movimientos revolucionarios que reclamaban un orden de justicia y democracia.
A medianoche del 9 de junio de 1971, llegó, en medio de la oscuridad, un jeep de la Guardia Nacional, con tres hombres que reclamaron, frente a la casa donde se encontraba Héctor, que saliera. Héctor salió, enseguida se escuchó un golpe y un lamento. Fue desaparecido hasta la fecha. Este relato obedece al testimonio de un campesino en cuya casa Héctor dormía, y quien reconocería a los autores de la acción.
Inició entonces una nueva etapa: la búsqueda de Héctor Gallego y, pasado el tiempo, de sus restos humanos; y las circunstancias y responsables de su desaparición forzada. En 1991, veinte años después, se logró realizar un juicio bajo la acusación de tres miembros de la antigua Guardia Nacional, que fueron condenados en base a las evidencias y testimonios, pero que nunca confesaron su crimen, de manera que el campesinado que acompañaba, amaba y creía en Héctor Gallego siguió con la frustración de no poder dar cristiana sepultura al hermano y al amigo y llevarle sus ofrendas florales, según la costumbre del pueblo cristiano.
Lo ocurrido, y el trabajo que inspiró y dirigió Héctor Gallego, impactó profundamente a la ciudadanía, especialmente a la Iglesia de base, que no solamente lo recuerda en la fecha de su martirio definitivo, sino en el ejemplo fundamental que dejó de cómo vivir coherentemente el Evangelio en medio de las situaciones de pobreza, esclavitud y marginación que mantienen los poderes económicos y políticos del país a la población. Es un referente de compromiso auténtico, no solamente para comunidades cristianas, sino para el movimiento social y organizaciones populares que reivindican su nombre como defensor de la justicia social.
El ejemplo de compromiso social, político y cristiano de Héctor Gallego siempre estará vigente mientras en nuestros países y en el mundo se sigan imponiendo las políticas neoliberales de exclusión, muerte y destrucción y mientras el Evangelio de Jesucristo siga diciendo algo a la conciencia de los cristianos y de la sociedad en general.
Héctor Gallego se ha convertido en el abanderado de la búsqueda de los desaparecidos y del reclamo de justicia de los familiares de las víctimas de la Dictadura Militar que se extendió en nuestro país por más de veintiún años, con Omar Torrijos y Manuel Antonio Noriega a la cabeza. Él, Héctor, y otros mártires del pueblo, como Floyd Britton, inspiran y motivan al reclamo de la justicia. Consciente de la suerte que le podría tocar por el proyecto que lideraba, decía: “Si desaparezco, no me busquen. ¡Sigan la lucha!”.