Todo un año esperando y preparándose. Y ya están aquí. Los sanfermines, donde el hombre se mide en una carrera alocada a la bravura de un soberbio animal tan asustado como quienes van delante, rojo y blanco, prendiendo un periódico para medir distancias y, como en el caso de Javier Munárriz, con las estampitas de san Fermín y de La Dolorosa en el bolsillo.
A sus 23 años, estos son ya los quintos encierros que corre este joven pamplonica, vecino y feligrés de la parroquia de San Lorenzo, donde se encuentra la Capilla de San Fermín. En ella estuvo Javier a las 6:45 de la mañana del pasado 7 de julio para, junto con otro centenar de corredores, recibir la bendición previa a esta semana de encierros, a la que acude un millón de personas de todos los rincones del planeta.
“Los que vienen a la bendición son corredores asiduos y, algunos, nuevos que se incorporan a la carrera. Esta tradición comenzó hace unos cuatro años y es un momento para reflexionar sobre la fugacidad de la vida, el peligro de nuestras fiestas y también sobre la intercesión de nuestro Patrón. La atención que se presta es el ver al santo de cerca, una oración, una consagración y un envío. Tampoco hay que hacer excesiva liturgia de ese momento”, afirma a Vida Nueva Javier Leoz, párroco de San Lorenzo.
Cada día del encierro, instantes antes de que los toros salgan de los Corrales de Santo Domingo y emprendan la carrera de 875 metros que les llevará por las calles del casco viejo hasta la plaza de toros, Javier le pide al santo “que nos eche un capotillo para que todo acabe bien y pueda realizar una buena carrera”.
Son momentos de gran tensión, en donde “los que creemos, rezamos”, y aunque este recién licenciado en Administración y Dirección de Empresas reconoce que su devoción está presente todo el año, “estos días de encierro, donde asumimos actos de riesgo, yo siempre pido una ayuda extra”.
Ayuda que, incluso, como reconoce, invoca cuando va en plena carrera, justo delante, a pocos centímetros de los pitones del toro, como vemos en la foto que abre esta información. “En esos instantes también te acuerdas de san Fermín, pero es tan brusco ese momento, con tanta descarga de adrenalina que, aunque piensas en el santo, estás muy metido en tu mundo, en ti mismo, y en acabar la carrera lo mejor posible”.
Los sanfermines son unas de las fiestas más populares y queridas en todo el mundo. De ahí que esta semana, una auténtica marea humana inunda la recoleta capital navarra. “La fiesta, para bien y para mal, atrae a un conglomerado de personas que va buscando distintos vértices de esa convocatoria. Y la Capilla, sin dudar, es uno de los lugares más visitados en estos días y también durante el resto del año”, asegura Javier Leoz.
Este año, además, con el añadido de que al celebrarse los 300 años de su construcción y consagración, el papa Francisco le ha concedido un año jubilar, que se ha abierto el pasado día 7. “Esto contribuye aún más a una visita, oración y contemplación, también después de las obras realizadas en los últimos cinco meses”, asegura el párroco.
Y aunque reconoce que no todo es devoción y hay mucho turista, “no cabe duda de que hay un interés por la figura de san Fermín, y ello se traduce en personas que vienen buscando salud o respuestas a ciertos interrogantes que el mundo no responde”. Razón por la que considera que es una buena ocasión para intentar “convertirlo en un salto a la fe o, por lo menos, en una posibilidad real de que tenga ‘aroma’ a lo divino y no se quede solo en lo festivo. Sería una traición al espíritu del Santo”.
Para Leoz, el Año Jubilar supone, además, una oportunidad para que “nunca perdamos el horizonte de lo que pretendemos: san Fermín, altavoz de Dios en una ciudad y sociedad secularizada”, porque “muchos miran al Santo pero no quieren su camino. Algunos miran su mitra, pero no la ven como escudo del Evangelio. Otros observan su báculo, pero no les interesa como indicador de las bienaventuranzas. El Año Jubilar supone situar la figura del Patrón en el inicio de la aventura evangelizadora en Navarra y, en concreto, en Pamplona”.
Estos son los primeros sanfermines de Leoz como párroco y ya está viendo “y padeciendo” lo que supone. “Es un sin vivir. Esto en parte se parece más a un santuario que a una parroquia. Es lo que tiene el haber vendido tanto, y de singulares y no siempre buenas formas, la fiesta de san Fermín. Pero entre todo hay que saber extraer algo para llevarnos a lo bueno. Toda tarea merece la pena si se realiza con sentido común y con un objetivo”.
El sacerdote es consciente de que el aspecto lúdico va erosionando la dimensión religiosa de esta fiesta. “No es lo mismo la fiesta patronal de hace 300 años que la de ahora. Entonces, las fiestas de san Fermín no estaban colapsadas por los decibelios que aturden e impiden incluso centrarse en lo sagrado”, señala.
Pero, junto a esto, el párroco percibe también “un intento, además, sistemático de robar a lo ‘patronal’ su sentido más genuino para buscar ‘otros patrones’ que vayan más con los tiempos”. “La secularización, especialmente la sectaria o ideológica, persigue imponer unos criterios totalmente paganos. Eso sí; a veces utilizando de una forma nada elegante elementos que son propios de la fiesta cristiana. Es donde nosotros tenemos que salir al encuentro con valentía, claridad y sobre todo marcando territorio. Lo de Dios es para todos pero, lo de algunos, no siempre son cosas de Dios”, añade.
Con todo, Javier Leoz duda de que finalmente acabe diluyéndose del todo el elemento cristiano en estas fiestas. Reconoce que el ocio lo abarca hoy todo y que hace 50 años era más fácil la evangelización. “Pero lo cierto –asegura– es que los que hoy practican, son más valientes y hasta tienen más mérito en medio de una sociedad que a veces ridiculiza o hace mofa de lo que ha sido sustantivo de nuestra cultura actual. Por lo tanto, la historia se repite: el cristianismo bien vivido, o pica o muere. Y san Fermín tiene mucho que decir”.