La visita de la Coalición cristiana por la paz a la zona veredal Antonio Nariño en Tolima
Anochecía rápidamente y comenzaba a hacer frío. Tito tomó la palabra después de Adrián para saludar a los recién llegados y dar cuenta de por qué, a su parecer, no hay marcha atrás para las FARC. “Nos estuvimos matando mucho tiempo; eso no puede seguir así”. “A nosotros no nos trajo la cigüeña”. “Tenemos familiares en las fuerzas militares, en la policía…”. “Irónicamente uno pudo haber tenido combates contra la familia”. Un cachorro se movía entre las sillas. Conocer su nombre, al inicio de la reunión, había servido para romper el hielo minutos atrás. “¿Por qué Siria?”, le preguntó alguien a “Abuelito”. “Porque mantiene en guerra… con las pulgas”.
El grupo de visitantes estaba constituido por miembros de organizaciones basadas en la fe que se han declarado en favor de una salida negociada al conflicto armado y que han manifestado su apoyo a la implementación de lo pactado entre el Gobierno y la guerrilla.
Al presentarse, Jenny Neme, directora de Justapaz, puso en relación el momento que está viviendo el país con la promesa de Dios expresada por el profeta Miqueas en el Antiguo Testamento: “no levantará la espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”. Carlos, integrante de la comisión de relacionamiento y de trabajo político para la zona veredal Antonio Nariño, intervino después: “a eso le apostamos firmemente, la paz está conspirando”.
En La Fila, vereda del municipio tolimense de Icononzo, más de trescientos miembros de las FARC están entregados a labores políticas, educativas y agropecuarias, para avanzar en su tránsito hacia la vida civil. Santiago Medina, por ejemplo, saca pecho contando que detrás de su cambuche provisional tiene un criadero con 20 pollos. Y afirma que las armas ya no se necesitan, que lo que se necesitan son las ideas y la palabra. A la mañana siguiente, cuando los cristianos comenzaron su ascenso rumbo a la zona veredal, con el objetivo de adelantar acciones de veeduría, lo encontré junto a un salón de clases en el área de pre-agrupamiento. Dentro del inmueble improvisado otros excombatientes estudiaban matemáticas desde temprano. Una joven madre llegaba con su bebé de seis meses en brazos.
Una porción de la población reunida en La Fila está conformada por al menos diez bebés que han nacido en los últimos meses. Ocho mujeres de las FARC estaban embarazadas, para ese entonces, en la vereda. Una de ellas, Yira, comparte cambuche con su pareja y espera dar a luz en noviembre. Con una sonrisa en los labios, invitó a Maritze Trigos y a otras personas a pasar. Dentro, la atmosfera se tornaba pesada, por efecto del impermeable usado para proteger de la intemperie. A pesar de las decoraciones, de la cama hechiza y del calor humano, no dejaba de ser un espacio expuesto al azote del clima en una región donde la temperatura desciende vertiginosamente cuando oscurece y el calor se pronuncia con el azar del movimiento de una nube. No era lugar apto para preparar la llegada de un hijo; menos cuando Yira superaba los cinco meses de embarazo y no había recibido su primer control prenatal.
Entre los profesores que dictan las nivelaciones hay matemáticos y físicos; algunos hacen parte de la guerrillerada, otros provienen de lugares lejanos, como un chileno con pinta de gringo que va y viene entre Bogotá e Iconozo. Como los procesos agrícolas que se desarrollan en la vereda por estos días, el estudio se enmarca dentro de un proyecto de autogestión que también se beneficia de la solidaridad de quienes llegan al municipio tolimense con actitud de voluntariado. Es el caso de Jessica, estudiante de la Universidad Pedagógica. Había estado en Mesetas en el pasado. Al momento de la visita, llevaba dos semanas en La Fila regalando tiempo de sus vacaciones; enseñando a resolver problemas estadísticos y a tabular. Según explicó, hacen falta profesores de inglés y materiales educativos para niños. La biblioteca comunitaria rebosa de libros y hay hasta un telescopio esperando que algún enterado vaya a enseñarle a los excombatientes cómo usarlo para mirar las estrellas.
Más arriba de los salones en que por aquellos días algunos miembros de las FARC se capacitaban en comunicación, están el vivero de plántulas, la cría de conejos, el pozo de agua para piscicultura y una caseta con un letrero: Abonos de paz. Zona veredal Antonio Nariño. Tres hombres, pala en mano, preparaban la mezcla de productos orgánicos. Al verlos, me acordé de aquello de que las espadas se convertirían en arados.
Los peros se multiplicaron al coronar la cima de la colina. Si el ritmo de las actividades diarias es acelerado en la parte baja del cerro, entre clases, capacitaciones, deporte y trabajo; en la parte alta, la zona veredal propiamente, todo cobra lentitud en medio de los retrasos en las obras. Solo algunas casas tenían la apariencia de estar próximas a entregarse. Los obreros se desesperaban por la falta de materiales. Mirando el barrizal, el comandante Eiber se quejaba de que algunos comenzaban a irse, porque los contratistas no les habían pagado a tiempo. Hay entre las FARC quienes le toman el pulso a la esperanza, apropiándose del espacio antes de lo posible; sentándose al lado de alguna construcción a hablar por celular, a otear el horizonte, como si ya estuvieran bajo techo propio. Otros exponen la ironía con cierto aire de frustración, por cuenta de los incumplimientos del Gobierno: “una finca sin agua no es una finca”.
Sin embargo, la principal crítica refería a la inobservancia de lo pactado en materia de excarcelación. De una lista de ocho mil miembros de las FARC solo un porcentaje había salido de prisión. Mauricio Jaramillo, uno de ellos, llegó por aquellos días a La Fila para informar que Jesús Santrich había decidido hacer una huelga de hambre para exigir garantías de libertad. Hay quienes murieron sin gozar del beneficio.
En vísperas de la entrega del armamento individual, acordada para el día siguiente, el conteiner vigilado por la ONU ya había sido cerrado en Icononzo. El mensaje que daba en medio del silencio y de su discreta ubicación junto al camino que conduce de regreso a la zona de pre-agrupamiento era que las FARC sí habían cumplido su palabra.
En respuesta, no faltó entre los visitantes quien quisiera hacerle un reconocimiento a las FARC por su compromiso con el advenimiento de una situación diferente para el país. Si en Asís olvidaron hacerlo, cuando entregaron la lámpara de la paz únicamente al presidente Santos, todavía quedaba la posibilidad de una reparación simbólica. En función de ello, luego del recorrido, Abilio Peña, de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, le entregó a Carlos una cruz franciscana de San Damián como expresión de fraternidad, como símbolo de que las relaciones se pueden reconstruir cuando se busca la justicia y uno toma distancia de las lógicas de poder. “Siempre es pesada, pero pesa menos que un fusil”. A ello contestó Carlos con una mirada expresiva, antes de decir: “dimos el paso correcto, la paz es una construcción de todos”.