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El privilegio de las parroquias: servir, a fondo perdido

  • Les cuesta llegar a fin de mes, pero nunca dejan de brindar su servicio a la comunidad
  • Vida Nueva se acerca a algunas de ellas, donde los fieles se están implicando cada vez más en el sostenimiento y gestión
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Huele a meada. Aunque se nota que la han limpiado y, a base de frotar y frotar, despegado algún que otro chicle. Hay manchas que están ya allí como cicatrices de guerra adolescente, pero la de la entrada posterior a la parroquia madrileña de San Fermín es una escalera al cielo. Lo que pasa es que los jóvenes que la habitan para sus encuentros todavía no lo saben.

“Es un barrio donde la frialdad religiosa es alta y en donde no terminamos de encontrar unas vetas o puntos de sintonía. Aquí la gente ni está ni se la espera”, asegura su párroco Agustín Rodríguez Teso [en la foto que encabeza este reportaje].

Esta parroquia, como las 22.999 que hay en España, no conoce más privilegios que el de poder servir a la comunidad que la rodea y, si quisieran expropiarla para dar un uso público a sus dependencias, se encontrarían con que hace tiempo que colectivos del barrio echan mano de ella porque es el único sitio en donde pueden encontrarse sin que les cobren. Y eso que, como también le sucede a tantas otras, le cuesta llegar a fin de mes.

Parroquias de periferia

La parroquia de San Fermín siempre fue de periferia. Enclavada en una zona vapuleada por la necesidad antes de que la Gran Recesión de la última década dejase desarboladas a miles de familias, está enclavada en un barrio formado por el aluvión de campesinos que en la década de los años 30 ya huían de la miseria. Llegaron allí para arracimarse en chabolas sin sospechar que en pocos años serían primera línea de frente en un Madrid que acabaría devastado por la Guerra Civil, lo mismo que el barrio, que se encuentra a apenas a siete kilómetros de la Puerta del Sol.

Con el tiempo, en la década de los 80, otra guerra, la de la droga, dejaría maltrecha su juventud y, sin casi tiempo para recuperarse, la crisis económica le embistió de lleno dejando “un panorama desolador” en forma de miles de trabajadores de la construcción en el paro. “Muchas familia siguen ahogadas y agobiadas”, en una situación “extremadamente doliente, con muchas rupturas humanas y muchos desahucios”, denuncia Rodríguez.

En este contexto de pobreza e indiferencia religiosa, esta parroquia realiza una tarea de dimensión misionera mayor que otras de la capital. “Nosotros tenemos una máxima: abrir las puertas y las ventanas, que es lo que nos ha pedido el Concilio”. (…)

“Lo que tenemos se lo ofrecemos a la gente”

Pero la crisis también afecta a la parroquia y, económicamente, “no puede hacer filigranas, aunque lo que tenemos se lo ofrecemos a la gente”. “Pocos participan de la vida parroquial y, por tanto, hay pocos ingresos. Las colectas entre todas las misas del fin de semana no llegan a los 200 euros. A pesar de ello, lo que tenemos se lo ofrecemos a la gente”. Y eso pasa por “apretarse el cinturón”, porque “somos poco pedigüeños, pues nuestra gente tiene la conciencia de que en la Iglesia vamos de sobrados y que solo sabemos pedir. Y es otro de los tópicos que hay que romper”.

Por ello, por ejemplo, no ponen la calefacción en invierno –salvo en el templo– y avisan de que vayan abrigados a las salas donde se juntan los vecinos. En verano, como no hay aire acondicionado, “hay que traerse el abanico y hacer la misa más corta, porque no nos podemos permitir gastos extra”.



La economía parroquial, siendo precaria, es la última de las preocupaciones de Rodríguez. “A veces llegamos a acuerdos entre nosotros. Por ejemplo, los de la plataforma de parados nos pintan la parroquia y nosotros, a cambio, les costeamos el teléfono durante un año. Y así vamos tirando. Pero no necesitamos grandes cosas. Y en el contexto de este barrio sería poco menos que un insulto”, apunta.

Así pues, asegura que no necesitan “nada”. Solo “espacio”. Y, si acaso, “saber que nuestra forma de estar en este barrio, la Iglesia la vive con ilusión, porque tengo la sensación de que piensan que esto es un experimento de unos zumbados. Porque cuando dices que tienes poca gente en la parroquia y que eso no te preocupa, pues se extrañan. Pero yo no he venido aquí para llenar esto, sino para anunciar la Buena Noticia a todo el mundo, vengan o no a misa. Y si no vienen, pues se lo tendré que ir a contar a otro lado”. (…)

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