América

Trujillo: cuando el cooperativismo se hizo organización eclesial

Las lecciones interrumpidas que dejó la masacre en el municipio vallecaucano





La lluvia lava la tarde en Trujillo. Dentro de su tienda, interrumpido por los clientes que entran para comprarle verduras o frutas, Julián Tabares recuerda por intervalos fragmentos de su vida. De afuera llega la algarabía de los transportadores preparando su carga. Una mujer que intenta resguardarse del agua completa el mercado y se afana por asegurar a tiempo puesto en un carro, para regresar a su finca.

—¿A cómo tiene el tomate? —le pregunta, mientras se seca la frente y echa una mirada a las repisas, haciendo cuentas en su cabeza.

El surtido de la tienda de Julián proviene, en su mayoría, de Tuluá, porque Trujillo sigue siendo un municipio básicamente cafetero. El monocultivo impide que se desarrolle el mercado local de alimentos; de ahí el costo alto de la comida, que, en parte, algunas veces, proviene, incluso, de la capital del país.

Ya ocurría así cuando él llegó al pueblo en 1988, proveniente de Toro. El café daba trabajo en tiempos de cosecha, pero dejaba en la inopia a muchos el resto del año.

Históricamente, los gamonales conservadores de la región les habían exigido a sus jornaleros adhesión política a cambio de empleo. El clientelismo se había adueñado progresivamente de la vida social de Trujillo, degradándola. En los últimos años, nuevos ricos emergían aprovechando el negocio ilegal del narcotráfico y el ELN ya había irrumpido con su ideario en zonas rurales del municipio.

El párroco en 1988 era el padre Tiberio Fernández Mafla, quien en su juventud se había formado como líder social en una obra de los jesuitas: el Instituto Mayor Campesino, donde aprendió cooperativismo.

Desde su llegada a Trujillo tres años antes, Tiberio había emprendido la tarea de conformar empresas comunitarias, con la intención de contribuir a mejorar las condiciones de vida de los pobladores más afectados por la realidad de empobrecimiento que se agudizaba en la región. Tenderos, moreros, amas de casa, avicultores, ebanistas, transportadores, panaderos, entre otros, fueron convocados por el sacerdote para crear grupos asociativos y buscar de manera colectiva mejores estrategias para salir adelante.

Julián estaba desempleado y respondió a la convocatoria que juntó a más de 500 personas. En 1989 participó en la primera asamblea de la asociación, de la cual llegó a ser presidente con el tiempo. A diferencia de quienes se desanimaron porque no vieron la plata rápidamente, él perseveró en las capacitaciones sobre temas contables y organizativos. Logró surtir una tienda, con ayudas que llegaron de la Gobernación del Valle y a los productos añadió el arroz con leche que en el pasado ofrecía por las calles, como vendedor ambulante.

La violencia que por aquellos años comenzó a generalizarse en el centro y en el norte del departamento le arrebató a una hermana en Toro. Julián hizo un balance de las cuentas de la cooperativa y decidió irse a buscarle refugio a los suyos en Pereira. Sin embargo, por recomendación del párroco, los trajo a Trujillo, donde entre todos se hicieron cargo del negocio y garantizaron su sustento.

En memoria de Tiberio

“Intentaron los violentos desaparecer un cuerpo,

hacerle correr la suerte nefasta de otros cuerpos.

Quisieron que su piel hecha para la caricia y

para ser acariciado no volviera a sentir.

¡No pudieron! Hoy sigue acariciando a través

del viento impetuoso, y de la suave brisa, miles de metros

de piel de aquellos que amó y por quienes se entregó”

(Palabras pronunciadas por uno de los hermanos de Tiberio Fernández, durante su funeral)

“Llueva, truene o relampaguee”

La lluvia amaina y la cliente de Julián se despide, luego de cancelar la cuenta. Una madre con su hijo ingresa al local con la intención de adquirir la fruta para el jugo. El tendero corta un gajo de uvas y se las regala al niño, después de lavarlas.

Hace doce años que Julián es evangelizador. Semanalmente visita familias en las veredas de San Isidro, el Alto y Palermo, como parte del movimiento de renovación carismática. Desarrolló en aquellas zonas el sistema integral de nueva evangelización. Y con algunas personas adelanta en este momento los retiros de Ignacio Larrañaga.

“Llueva, truene, relampaguee, enfermo, como sea… allá estoy; porque no me gusta dejar a la gente. Y así era yo en las empresas comunitarias”.

Su perseverancia se vio herida en 1990 cuando mataron al padre Tiberio y el pueblo mismo quedó mutilado, presa de la masacre ejecutada por mafiosos y miembros de la Fuerza Pública, en su ansia por el control territorial. Todavía se le hace un nudo en la garganta cuando habla del párroco. Se considera unos de sus hijos adoptivos y en el sacerdote vio un espejo.

En su juventud, Julián había querido ser cura, pero le cerraron las puertas del seminario. Tiberio lo involucró en su labor pastoral, primero como lector en las eucaristías, luego como acompañante en sus correrías en las montañas. Con él estuvo en Cali y en Versalles, conociendo granjas integrales y cultivos hidropónicos. La idea era motivar a la gente del municipio para que aprendiera a diversificar sus fincas. El proyecto fue truncado por la suma de asesinatos y desapariciones forzadas. Muchos miembros de las empresas comunitarias dejaron el pueblo para salvaguardar su vida. Otros tantos cayeron víctimas de la forma en que se configuró el paramilitarismo en la región.

Aunque Julián cree que los años van cerrando las heridas, hoy en el pueblo se habla más del dolor, del miedo y del terror de aquellos años que de las lecciones que dejó el proceso organizativo que dio vida a las cooperativas. A él le gustaría armar de nuevo esas empresas, pero cree que habría que armar, al mismo tiempo, varios “tiberios”, no necesariamente curas, pero sí personas capaces de formar a otros en la capacidad de sacar adelante un grupo asociativo. “De pronto la Iglesia en su labor pastoral tiene una persona que se dedique a lo que hacía él”, reflexiona.

Julián no sabe qué va a pasar en el pueblo. Los efectos de la masacre se respiran en las calles; se atisban entre las miradas desconfiadas de las personas asomadas, en silencio, a los balcones. Según explica, “no deja de haber grupos al margen de la ley, que siempre están molestando por ahí”.

Con todo, pasados más de 25 años después de la muerte de Tiberio la historia de lo que fue su ejercicio pastoral, la organización que de allí brotó y el impacto positivo que tuvo para cientos de hombres y mujeres permanece en la memoria de Julián como una reserva de imágenes y emociones para pensar el futuro, para estimular su fe, para sanar su perseverancia.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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