Un año después del asesinato del padre Jacques Hamel delante del altar, el arzobispo de Rouen, Dominique Lebrun, se dispone a celebrar la eucaristía hoy miércoles 26 de julio en Saint-Étienne-du-Rouvray. En esta entrevista con La Croix, el prelado francés desvela hasta qué punto la herida aún está viva entre la comunidad católica local, pero también las etapas que están ayudando a recuperarse.
PREGUNTA.- Hace un año, el 26 de julio de 2016, el padre Hamel era asesinado mientras celebraba la misa. ¿Con qué espíritu se dispone a celebrar este primer aniversario?
RESPUESTA.- Cada uno de nosotros vive el duelo a su manera y a su ritmo: el país, la Iglesia, la familia del padre Hamel, las comunidades cristiana y musulmana… Este primer aniversario, la vuelta de los periodistas, las preocupaciones de las autoridades públicas, todas estas realidades externas se agolpan de nuevo, y, por supuesto, no las rechazo. Pero el tiempo mediático no es el de la gente más cercana. Por mi parte, yo me muevo en un círculo más restringido: los sacerdotes, la comunidad parroquial, la familia del padre Hamel, que ahora forma parte de mis amigos.
P.- ¿Puede hablarnos de esta amistad?
R.- Nada nos obligaba a ello. La esencia de la amistad es una mutua benevolencia que nadie impone. Esta benevolencia alimenta hoy nuestras reflexiones, nuestras reacciones, nuestros deseos, especialmente el volver juntos a Saint-Étienne-du-Rouvray, reencontrarnos, intercambiar noticias…
P.- Entre los familiares de Padre Hamel, algunos viven todavía momentos muy difíciles…
R.- Para unos, la fecha de este aniversario será un momento positivo. Para otros, se presenta como una prueba difícil. Primero, se piensa en ello todos los días. Después, llega un tiempo en que no se piensa necesariamente a diario… Este momento puede dar miedo, pero es saludable. Por mi parte, no hace mucho tiempo que ya no pienso en ello todos los días.
P.- ¿Qué lectura hace de este año transcurrido?
R.- No tengo todavía distancia suficiente para responder. Ha habido momentos muy destacados, como la reapertura de la iglesia de Saint-Étienne-du-Rouvray o el encuentro con el Papa en Roma. Guardo también el recuerdo emocionado de una comunidad que renacía en la vigilia de Navidad, con la actuación de los niños y el silencio del auditorio cuando tomé la palabra. El encuentro con los religiosos presentes durante el ataque fue otro momento fuerte, aunque lamento que se produjera un poco tarde.
P.- ¿Ha aprendido algo sobre usted mismo?
R.- Sobre todo, he comprobado el impacto de la comunidad en mi ministerio: parientes, colaboradores, sacerdotes, gente anónima… Hemos vivido un verdadero momento de Iglesia, pues cada uno estaba en su lugar. Los fieles se volvían hacia Dios para gritar su ira; hacia sus pastores, para tratar de comprender. Como obispo, me esforcé por atender su plegaria, para proclamarles el Evangelio sin evasivas, a la búsqueda de la misma paz, del mismo perdón. Las comunidades religiosas también me han apoyado mucho. Por último, están todos aquellos que no forman parte de la Iglesia, pero que esperan algo de ella, que la cuestionan o dialogan con ella: medios de comunicación, autoridades civiles… He sentido un profundo respeto por parte de estas gentes que me han ayudado a cumplir mi misión de pastor.
P.- La revelación de las últimas palabras del padre Hamel –“¡Aléjate, Satanás!”– durante su homilía en el funeral marcó la opinión sobre los hechos. ¿Cómo se deben interpretar?
R.- Justo después del ataque, escribí que el asesinato había dejado tres víctimas: el padre Hamel y los dos asaltantes. Esto no fue necesariamente bien entendido. Los dos asesinos son en realidad víctimas de sus propios actos. Son víctimas de esa maldad que nos cuesta tanto identificar y que desfigura al ser humano. Porque el mal no es humano. Cuando en el hospital oí las últimas palabras del padre Hamel por boca de uno de los fieles que fueron testigos de los hechos, enseguida me pareció evidente su interpretación: identificaba a un autor distinto de su asesino. Otro elemento apoya esta lectura. El evangelio que el padre Hamel acababa de proclamar antes de su muerte no era otro que el de la parábola del trigo y la cizaña. En este texto, el mismo Jesús nos dice: “La cizaña son los hijos del Maligno. El enemigo que la ha sembrado es el diablo” (Mt 13, 38-39).
P.- Golpeada por esta tragedia, ¿la Iglesia vuelve a ocuparse de nuevo de la cuestión del mal?
R.- La Iglesia se había abstenido estas últimas décadas de hablar de diablillos con su tridente y sus cuernos. Sin duda porque el anuncio de la fe durante mucho tiempo se ha confundido demasiado con una educación basada en el miedo. Francisco habla mucho del demonio, más que los papas precedentes. Un día dije en una homilía que el diablo era una buena noticia. Esto significa que la encarnación del mal no somos nosotros. Pero si se trata del hambre, del desempleo o del odio, es el mismo mal que se expresa a través de nuestros actos, o por medio de lo que Juan Pablo II llamaba nuestras “estructuras”. No hay duda de que empezamos a darnos cuenta de que, en nuestra lucha contra el mal, todo está conectado.
P.- Para mucha gente, el asesinato de un anciano sacerdote, frágil y querido por todos, no tiene ningún sentido…
R.- Siempre me he negado a ver en su muerte el acto aislado de dos jóvenes a los que les han lavado el cerebro a través de Internet. Porque su acto concierne a nuestra humanidad. Afecta a nuestra fe. Se unió a la gran corriente de maldad que está en marcha y que busca también arrastrarme. Porque sí, ¡las fuerzas del mal existen! U opongo resistencia, o me dejo llevar por la venganza, por los juicios o el rencor con respecto a los musulmanes.
P.- ¿Cómo ayuda a los cristianos a no ceder a ello?
R.- En primer lugar, mostrándoles Cristo. Invitándoles a que no dejen de preguntarse: ¿verdaderamente sois discípulos de Jesús? “Sí, pero…”, me responden algunos. No, no hay un “pero”. Enseguida, testimoniándoles que estoy a su lado. Hay gente que me ha escrito recientemente: “Gracias por decirnos que esto es tan duro para usted como para nosotros”.
P.- ¿Cómo son sus relaciones con la comunidad musulmana?
R.- Decidí tomarme tiempo y dárselo también a ellos, porque no es posible que la comunidad musulmana se sienta ajena a lo sucedido. Muchos musulmanes se han manifestado diciendo que no podían hacer nada al respecto y, al mismo tiempo, muchos otros lo hacían. Si los musulmanes sienten la necesidad de expresarse, es porque sienten algo. Tuve un clic cuando el presidente de la mezquita dijo públicamente: “Tenemos miedo de que los católicos ya no nos quieran”. No dijo eso al día siguiente, sino once meses después de la muerte del padre Hamel. Ahora estoy en paz con eso. Los musulmanes están en el camino de un reconocimiento, de una capacidad de hablar de ello más libremente.
P.- ¿El martirio del padre Hamel puede ser un punto de inflexión en el diálogo islamo-cristiano?
R.- Servirá como profundización si somos sensatos y prudentes. Por supuesto, no se trata de pretender que todo ha cambiado, pero ahora estamos unidos por el padre Hamel. Esto es cierto para los católicos, pero también para las autoridades de aquí. Cuando acudí a una comida con la que concluía el ayuno durante el Ramadán en Saint-Étienne-du-Rouvray, el alcalde estaba presente. Fue la primera vez que vino. Esto puede parecer sorprendente en una ciudad donde la comunidad musulmana es también importante.
P.- ¿Jacques Hamel forma parte ya de los grandes testigos de la Iglesia?
R.- Su proceso de beatificación está en marcha. Por lo demás, no sé. Mi misión se limita a escuchar y leer los signos de los tiempos. No tengo ningún deseo personal, ni en un sentido ni en otro. Tal vez sea olvidado en diez años, tal vez no. Todo lo que puedo decir hoy es que amo al padre Hamel.
(*) Texto original publicado en La Croix. Traducción de Vida Nueva