En 1974, en una España muy diferente y en la que ni siquiera se alumbraba el camino a la democracia, en Almería ya había algo que estaba muy presente y que se extiende hasta hoy: el mar de plástico de los invernaderos en los que faenan miles de personas. Ahora, en su mayoría, estos trabajadores vienen del otro lado del Estrecho. Ayer eran de aquí o, como mucho, de las provincias vecinas. Las condiciones siguen siendo muy duras, pero ahora prevalece la indignidad. Y todo en un punto concreto del país que ha sido durante estos últimos años el que ha concentrado la mayor renta per cápita, mientras que, a lo largo de casi todo el siglo anterior, fue la provincia más pobre de España.
En los primeros seis meses de campaña del año, las empresas almerienses han exportado hortalizas por valor de 1.600 millones de euros, convirtiéndose en la principal productora de nuestro país de estos productos. Para muchos, este milagro tiene una cara oculta. La conocida popularmente como “la huerta de Europa” (de aquí salen las frutas y hortalizas que se consumen en muchos países de la UE) está en manos de muchos pequeños explotadores. Si bien antes eran ellos y sus familias los que trabajaban en buena parte su tierra, ahora la mayoría solo son gestores, estando toda la faena en manos de inmigrantes que dedican muchas horas al día y con poco margen para el descanso.
Según el Instituto Nacional de Estadística, hoy por hoy, Almería cuenta con un 19,64% de población extranjera empadronada y dobla la media española, situada en un 9,9%. (…) Pero lo importante no es el número, sino la situación en la que se encuentran, y esta es especialmente grave. La mayoría de los trabajadores no tienen una relación laboral estable con el empresario que los contrata, por lo que estos se encuentran en un estado de precariedad absoluto. (…)
Quien conoce muy bien esta situación es Mercedes Eraso, carmelita de la Caridad vedruna y responsable del proyecto de Cáritas diocesana de atención humanitaria a personas inmigrantes que viven en asentamientos en los tres municipios más grandes de la región: El Ejido, Roquetas de Mar y Vícar. Residente en este último lugar, radiografía para Vida Nueva lo que en él ocurre, un panorama extensible a todo el “mar de plástico” de la región. (…)
Mercedes relata lo que ve. Y denuncia: “Las viviendas-cortijos del diseminado no tienen condiciones de habitabilidad: sin agua potable (la que tienen la recogen de las balsas de riego), sin alcantarillado y con la luz enganchada a la energía eléctrica del invernadero. Estas viviendas son, en muchas ocasiones, garajes, casetas de herramientas, aljibes secos… Se da el caso de que algunas familias o grupos de compatriotas pagan un alquiler sin recibo de ningún tipo por parte del propietario. Para las que están en mejores condiciones, el alquiler es de 250 o 300 euros, lo que les obliga a compartir el espacio a varias familias, con la cocina y el baño común”.
Pero esto no es lo peor… “Un caso increíble son los cortijos-patera, en los que se pueden hacinar hasta 30 personas cuando llegan recién desembarcados del cayuco. Pasan en la vivienda unos días o meses hasta que pueden seguir camino a otras regiones o, si deciden quedarse, buscan casas de compatriotas menos hacinadas donde pagan por el espacio de su cama”.
Pero, ¿cómo es el día a día laboral? “Las personas indocumentadas salen a las rotondas de las carreteras a esperar que alguien los recoja para trabajar ese día en su invernadero. El salario que les corresponde es de 3 euros y medio por hora de trabajo, pese a que el convenio colectivo agrícola contemple el pago de al menos 5 euros”.
De esta manera, se estaría incumpliendo el Real Decreto que fija el salario mínimo interprofesional en 23,59 euros al día y distaría mucho, por ejemplo, del que marca la ley para los empleados de hogar, que se sitúa en los 5,54 euros por hora. (…)
Me llamo Tino, soy de Guinea Bissau y tengo 30 años. Vivo en Las Norias desde hace pocos meses. Cuando tenía 12 años, mi padre se vino a España y mi madre se fue a Senegal (muchas personas de Guinea Bissau emigran a Senegal). Me quedé solo con mi hermano mayor. Mi madre iba y venía, hasta que se vino a vivir a España.
Mi vida en Guinea era muy difícil, triste y miserable. No tenía trabajo. Sobrevivía con pequeños trabajos en invernaderos de arroz. Estudié 12 años en la escuela. Soñaba con estudiar Medicina o ser agrónomo, mejorar mi vida y tener un trabajo digno, pero se quedó en un sueño.
Hace unos meses me vine a España con mis padres. Mi situación aquí es un poco difícil porque no tengo papeles. Trabajo algunos días y este dinero me permite sostenerme en mi vida diaria.
Cuando llegué a España me recibieron muy bien en Las Norias, fui bien acogido en el centro de salud, donde me dieron la tarjeta sanitaria. En el Centro Bantabá, las religiosas del Sagrado Corazón me tratan muy bien y hacen que hoy me comunique con españoles y gente de otra nacionalidad. Doy gracias a Bantabá y, en especial, a la maestra Fátima. (…)