Ninguno de los ocho científicos que trabajan en el departamento de restauración de la Biblioteca Apostólica Vaticana lleva guantes ni mascarilla. Eso sí, visten todos una bata blanca. Es esta la primera de las muchas ideas preconcebidas que se disipan al visitar los talleres del hospital de libros por donde, tarde o temprano, les toca pasar a los 82.000 manuscritos y 1,6 millones de ejemplares impresos (8.000 de ellos incunables) que han acumulado los obispos de Roma desde que el papa Nicolás V empezó la colección a mediados del siglo XV.
Es una de las bibliotecas más importantes del mundo, pues en sus anaqueles se custodia una parte sustantiva de la memoria de la humanidad, con textos de hasta 1.200 años de antigüedad.
“No usamos guantes porque perderíamos la sensibilidad. Actuamos directamente sobre el material de los libros”, explica la directora de dicho departamento, la sevillana Ángela Núñez Gaitán. “A los estudiosos que vienen a hacer sus investigaciones también les pedimos que no se pongan guantes, porque pueden ser peligrosos al pasar una hoja de papel. Se corre el riesgo de romperla. Lo que les aconsejamos vivamente, en cambio, es que se laven las manos antes y después de trabajar con el manuscrito. Antes, para que no lo ensucien; y después, por su propia higiene, porque ese documento llevan siglos tocándolo muchas personas. Luego, además, hay un truco: no pasar la página directamente con la yema del dedo, sino levantarla un poco y pasarla entre el índice y el corazón, ya que donde más grasa tenemos es en la yema de los dedos”.
Núñez Gaitán transmite tanta pasión al hablar de su trabajo, que quien la escucha corre el riesgo de plantearse si eligió la profesión adecuada. (…)
Otro de los mitos de la ‘leyenda negra’ que rodea a esta institución cultural vaticana es que solo tiene biblias o textos religiosos. “Para nada”, dice Núñez Gaitán, quien asegura que no hay libros secretos o que no se dejen a los investigadores: “Todos nuestros fondos son consultables. Todos. Existen restricciones porque algunos ejemplares tienen problemas de conservación y no se dan en mano, pero generalmente hay un microfilme o una digitalización que permite ver su contenido. En estos casos, hay que justificar por qué se quiere ver”.
La idea de base de la Biblioteca es dejar los libros a quien pueda sacarles fruto. “¿Tendría sentido que me dejaran un Stradivarius a mí que no sé tocar el violín? Lo mismo pasa con los libros: si no sabes sacarle su música a un material de 500 o hasta 1.200 años, es mejor que lo ‘gaste’ otra persona”. (…)