Cultura

El silencio de los fusiles

Un paso a la reconciliación





La guerra que, después de más medio siglo de persistir en la historia colombiana, parecía haber desdibujado la humanidad de quienes actuaron en ella, en nombre del Estado, de la insurgencia o del paramilitarismo, toma otros matices y permite nuevas lecturas a través del documental El silencio de los fusiles, dirigido por la periodista antioqueña Natalia Orozco, también directora de reportajes como Guantánamo ¿hasta cuándo? (2011), Gitanos, ciudadanos sin patria (2013) y del documental Benghazi, más allá del frente armado (2013).

Desde el inicio de la pieza audiovisual, la voz de la narradora opta por revelar su propósito: ayudar a comprender la realidad del conflicto armado en toda su complejidad. Para ello, toma como personaje central el proceso de paz entre el gobierno del presidente Santos y las FARC. Un proceso que pareciera tener mejor destino que los seis fallidos que lo antecedieron en los últimos 35 años en el país; aunque por momentos sufre tropiezos, contradicciones y embates de quienes sembrados en la desconfianza y el radicalismo no comulgan con uno u otro bando. Justamente en este aspecto, el material inédito y por momentos íntimo del “detrás de cámaras” del conflicto, de sus causas y de su probable fin contribuye a la construcción de la reconciliación. A quienes conocimos la guerra solo por los noticieros o la prensa, este documental nos permite ver los seres humanos que están bajo los uniformes y los alias que aprendimos a rechazar y temer, de los apellidos de los políticos de quienes descreemos por hábito; más allá de juzgar o justificar a cualquiera de los actores, descubrir los rostros detrás de la luz de la ráfaga del fusil, de la explosión de la mina, del ataque del helicóptero o del discurso; acompañar por segundos al guerrillero que en medio de la selva y pegado a su radio espera atento el cese de fuego bilateral o al general que se sienta a la mesa con sus enemigos y es capaz de arrancarles una sonrisa, a los jefes guerrilleros que después de 52 años de guerra reconocen este horror “no debió suceder” y al intermediario que con la voz entrecortada confiesa que por este aporte a la paz “valió la pena vivir”. 

Más que un documental, El silencio de los fusiles es quizás es el mismo silencio que se queda en los espectadores que, luego de ciento veinte minutos de realidad en la pantalla grande, nos damos cuenta de que estamos sentados frente a un enorme espejo que nos refleja y que la voz de una cantadora de Bojayá es en realidad la voz de la Memoria que nos recuerda que “en esta guerra de locos/ estamos todos untados,/ ya que unos han sido actores/ y otros nos hemos callado”.

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