Cultura

¿Es compatible la meditación zen y el cristianismo?

  • Sí, según explica el jesuita alemán en un artículo que aparecerá en el próximo número de La Civiltà Cattolica
  • Un extracto del texto, que recoge paralelismos entre los ejercicios zen y los ignacianos, ha sido adelantado por L’Osservatore Romano
  • “Ya no es tolerable la superficialidad con la que en siglos pasados se ha juzgado lo que es herético”, dice el autor





Al contrario que el islam, el budismo se presenta ante el público en un tono más moderado. Aun hoy, en una época caracterizada por el activismo y por una agitación febril, esto ofrece una vía alternativa a aquellos que están en un proceso de búsqueda bajo un punto de vista religioso.

Tanto es así que, en muchos de los sectores de la vida pública, no se encuentra la invitación al silencio y a la meditación de la Iglesia cristiana. En la Iglesia todavía se ofrecen múltiples oportunidades de reflexión, en las cuales no pocas veces se han introducido estímulos de origen asiático. En este sentido, más allá de la simple atracción por las prácticas asiáticas, se utilizan también elementos específicos. Nos proponemos aquí entender lo que se propone con la meditación budista y, en particular, nos gustaría hablar de los ejercicios zen y la manera en la que son practicados por los budistas y, especialmente, por los cristianos.

Una de las razones que nos lleva a tratar este asunto es que la forma religiosa de la meditación asiática ha llegado a Occidente por medio del zen japonés, mientras que el yoga ha encontrado una aceptación más amplia en el ambiente secular como formación ‘psicosomática’. Además, el uso de la palabra zen, puesta de moda, se extiende a múltiples propuestas que se deben, en parte, a “maestros” que se definen como tal y que tienen el poder. Por otra parte, a día de hoy ya no es tolerable la superficialidad con la que en siglos pasados se ha juzgado lo que es herético o no, sobre todo porque es necesario distinguir entre la teoría y la práctica.

Conocimiento racional

Ahora, en todas las culturas, además del conocimiento racional –que se puede expresar en un lenguaje sencillo- también hay formas de conocimiento en las que las personas se comunican entre sí sin necesitar palabras. Tomás de Aquino habla de ‘cognitio per connaturalitatem’, es decir, un conocimiento basado en la igualdad y la cercanía espiritual, una “connaturalidad”. John Henry Newman ha elegido como lema de su cardenalato la frase ‘cor ad cor loquitur’ (“el corazón habla al corazón”).

En el pasado se leía mucho el libro del jesuita Peter Lippert, ‘Da anima ad anima’, publicado por primera vez en 1924. Existe una expresión japonesa, ‘ishindenshin’ (“de alma a alma”), que deriva del budismo zen y se refiere a la comunicación y transmisión directa de un estado de ánimo. En todos estos casos se trata de un conocimiento que no se comunica por la vía discursiva, pero que debe ser tenido en consideración también en la práctica de la meditación.

El zen es practicado en todo el mundo. Desde hace tiempo se ha buscado una respuesta a si solo un budista puede o debe practicar el zen: a todos nos está consentido practicarlo. Para nosotros puede ser de ayuda un acercamiento a los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola (1431-1556). También aquí se usa la palabra “ejercicios”. Un estudio más profundo de los ejercicios muestra, a su vez, que se pueden establecer paralelismos estructurales entre los ejercicios zen y los de san Ignacio. Estos últimos tienen que ver con que la práctica espiritual es indicar un camino. Para San Ignacio, al inicio de la época moderna, estos constituían una vía capaz de conducir a la persona a una consciencia existencial de su relación con Dios. Para ello ha dado indicaciones precisas acerca de los lugares y el tiempo necesarios para realizar los ejercicios, y ha descrito ampliamente, por otro lado, cuáles son las competencias del guía de los mismos, y cómo este debe comportarse con cada uno de los que los realizan.

La influencia asiática

Muchos de estos detalles han sido olvidados durante mucho tiempo y, desde hace mucho, estos ejercicios se han visto reducidos a temas sobre los que dar conferencias. Pero últimamente algo ha cambiado, y no hay que perder de vista que en parte ha sido gracias a la influencia asiática. En muchos cursos se han añadido elementos ‘psicosomáticos’. El grupo de participantes se ha abierto y ampliado. Los ejercicios se han convertido en una guía que indica el camino a aquellos que lo están buscando.

Bajo un punto de vista cristiano, en una época en la que el pluralismo está en continuo crecimiento, estamos llamados a hacer una elección personal. Por ello, examinando todas las vías accesibles, podemos llegar a compartir aquello que Karl Rahner pensaba al final de su búsqueda, es decir, que el camino que Jesucristo nos indica es aquel del que estamos más seguros que nos conduzca a comprender el sentido de nuestra existencia.

“Amor” y “servicio” son dos palabras que en estos últimos tiempos se plantean cada vez más como eje de lo que significa el cristianismo, reduciéndose a un común denominador simple y fácilmente comprensible. No se trata de palabras, sino de poner en práctica esas palabras. En cierto sentido, el silencio viene antes que las palabras.

Diálogo entre budismo y cristianismo

El amor desinteresado se unifica hoy en una sola palabra, que de alguna manera inspira el diálogo entre budismo y cristianismo, y que a su vez ha creado un nuevo espacio para tal diálogo: nos referimos, en palabras de san Pablo, a la ‘kenosis’ divina de la encarnación de Jesús.

En Filipenses 2, 5-8, un texto en el que se exhorta a seguir a Cristo, Pablo dice: “Tenéis en vosotros los mismos sentimientos que Jesucristo: él, aun en su condición divina, no tiene el privilegio de ser como Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando forma de siervo y haciéndose semejante a los humanos. Reconocido como hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte en la cruz”. Pablo afirma que Cristo ‘heauton ekenōsen’, “se convirtió en vacío”, “se vació”. Pero el término “vacío” no se puede tomar aquí en un sentido literal.

Los maestros japoneses del zen, así como el filósofo Keiji Nishitani, han reconocido la proximidad de tal palabra con uno de los conceptos fundamentales de la espiritualidad y del pensamiento budista, y sobre el que sus reflexiones retornan continuamente: ‘śūnyatā’, “el vacío”. La palabra de por sí no proviene propiamente de lo zen, pero pertenece a un docto y místico indio del siglo II. Nāgārjuna, a quien debemos sobre todo la formulación del gran patrimonio del contenido del budismo. Los términos, que tienen también un significado filosófico, son aquellos que utilizamos principalmente para indicar una práctica espiritual.

Operación de desapego

El budismo zen trata sustancialmente de un proceso de “vaciado del vacío”, de una operación de desapego radical de aquello a lo que uno no debe aferrarse y que es conocido como “vacío”. El vacío no es una situación que pueda ser objeto de reflexión, sino un proceso  que hace recordar, porque se conoce, el lenguaje de la mística cristiana: de los clásicos españoles san Juan de la Cruz o Teresa de Ávila, a los místicos alemanes, como el maestro Eckhart.

La escasa formación filosófica y psicológica conduce a algunos maestros cristianos de meditación a una idea común. No debe sorprender que para ellos el hablar de Dios se disuelva en lo impersonal, y que el Jesús hecho hombre no interese históricamente y se convierta en algo que es, a su manera, un principio cósmico. La dureza de la cruz se convierte aquí en una barrera que no se puede esquivar fácilmente. Y que esto sea cierto lo demuestra, por un lado, el hecho de que la visión del crucifijo es impactante para los no cristianos y, por otro lado, el hecho de que en una época considerada “postcristiana” muchos que son cristianos o que no lo son se esfuerzan en retirar los crucifijos de la vida pública, y que para muchos jóvenes la cruz se convierte en un simple objeto de culto que no tiene ningún interés para ellos. Hace falta ser realmente cristiano, se debe adoptar una postura frente a la cruz.

Sin embargo, en el ámbito del lenguaje religioso vale siempre el criterio de la acción hecha en silencio. En el Juicio Universal del que habla Jesús  (Mateo 25, 34-46), lo que realmente cuenta es la dedicación desinteresada, el empeño amoroso hacia el prójimo. En los ejercicios espirituales se considera que, si al término se continúa con una vida de autosuficiencia cerrada, e incluso  en una complacencia elitista, desde un punto de vista cristiano no se puede hablar de una vida iluminada, vivida en el espíritu.

En el diálogo budista-cristiano, la iluminación autentica no puede ser entendida unilateralmente como una conciencia y comprensión profunda. Más bien, esta invita a interesarse, con una dedicación llena de compasión, al mundo no iluminado.

(*) Artículo original publicado en L’Osservatore Romano. Traducción de Vida Nueva

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