La crisis política en la República Democrática del Congo, a causa de la fuerte inestabilidad provocada por el incumplimiento del compromiso del presidente, Joseph Kabila, de convocar elecciones generales antes de que termine el año, está provocando oleadas de violencia cada vez más mayores y generalizadas. Hasta el punto de que, según denuncia UNICEF en un informe publicado este 31 de julio, solo en la región de Kasai hay más 1.400.000 personas se han visto obligadas a huir como desplazadas a otras zonas del país; de ellas, hasta 850.000 son niños.
Contactado por Vida Nueva, el misionero español Joaquín Ciervide (jesuita que, tras su paso por Chad y Madagascar, es ahora uno de los principales impulsores del proyecto Fe y Alegría en Congo) percibe que “el conjunto del país está revuelto. En los últimos meses ha habido conflictos parecidos en Beni Butembo (nordeste), en Congo Central (entre Kinshasa y el océano) y ahora en Kasai. Y es que la pobreza no hace más que aumentar…”.
Sobre la crisis en Kasai, advierte que “lo que se oye es preocupante y horrible”. En su comunidad lo saben de primera mano gracias al testimonio de su compañero Michel Lobunda, que acaba de volver de dar una tanda de ejercicios espirituales en la ciudad de Muene Ditu, en Kasai. “La ciudad, relata, gracias a Dios está tranquila, pero las noticias que tienen de ciertos pueblos de la región son terribles: cadáveres descabezados y amontonados en tumbas colectivas, y millares de personas refugiadas en Angola o desplazadas en centro urbanos”.
“La violencia en Kasai –prosigue el jesuita español– empezó hace meses por un tal Nsapu, líder tradicional no reconocido por el Estado y por eso despechado. Hizo creer a sus milicias que estaban bautizados y que, gracias a ese rito, las balas no les podían hacer nada. Al contrario, hasta las mujeres podían recoger las balas en sus faldas y devolvérselas para que dispararan. El resultado ha sido un enorme desorden y muchas muertes, pues los soldados gubernamentales tampoco no se han quedado de brazos cruzados y ahora parece que ellos también han empezado a recibir el bautismo mai mai, gracias al cual las balas se convierten en agua”.
En medio de este caos, concluye Ciervide, el espacio para la esperanza es escaso: “Lo que se oye son historias de represalias y de represalias de las represalias. Esto va mal y, por lo que cuenta Lobunda, está todo mezcladísimo con supersticiones tradicionales. En los años sesenta hubo historias parecidas y fue terrible…”.
Si a nivel interno el entendimiento parece una utopía, ¿es posible un impulso desde la comunidad internacional? También parece difícil esta opción: “Hace unos meses, Naciones Unidas, mandó a dos agentes para hacer una encuesta. Los dos fueron asesinados”.