“Para combatir el tráfico y la trata de inmigrantes” es preciso “abrir las vías de acceso legales y seguras, a través de políticas y leyes con visión de futuro”, ya que hemos podido comprobar que “las políticas migratorias restrictivas han contribuido, en realidad, a aumentar la oferta de canales migratorios alternativos”. Este es el auspicio del misionero de San Carlos Fabio Baggi, que, en esta entrevista a L’Osservatore Romano, cuenta su experiencia como subsecretario de la Sección de Inmigración y Refugiados del Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral.
PREGUNTA.- Con el histórico viaje a Lampedusa, el papa Francisco ha hecho de la acogida y el respeto a la dignidad de los inmigrantes el centro de su pontificado, ¿una decisión confirmada con la institución de su dicasterio?
RESPUESTA.- Yo diría que sí, porque en ella se creó una sección especial dedicada a las cuestiones de los migrantes, refugiados y víctimas de la trata. El Pontífice ha querido llevar él mismo, ad tempus, la guía de esta sección. Esto responde principalmente a su determinación de ayudar a las conferencias episcopales y diócesis que se encuentran en proceso de desarrollo de respuestas pastorales adecuadas a los retos migratorios actuales, ofreciendo información fiable, produciendo reflexiones científicas y teológicas que evalúen las competencias de estas diócesis y elaborando políticas y programas de actuación. Esta sección nació de manera oficial el 1 de enero de este año, por lo que estamos en la fase inicial de la organización del trabajo. Con el Papa hemos visto la necesidad, al menos durante este primer año, de prestar atención a las diversas realidades eclesiásticas presentes en el mundo y que están centradas en el acompañamiento de inmigrantes, refugiados y víctimas de trata. Estamos recopilando información valiosísima que nos permitirá desarrollar un plano operativo adecuado y eficaz, con prioridades y objetivos claros.
P.- ¿Cómo ha vivido estos primeros meses de trabajo en el dicasterio?
R.- Como misionero de San Carlos he decidido dedicar toda mi vida a los hermanos y hermanas migrantes. Poderlo hacer en el “corazón” de la Iglesia y al servicio directo del Pontífice es para mí un gran honor. La experiencia como subsecretario de la Sección de Inmigración y Refugiados ha resultado ser mucho más rica y satisfactoria de lo que podría haber imaginado el pasado noviembre, cuando le ofrecí mi disponibilidad al papa Francisco. Y, si bien los retos son enormes –y en el punto en el que me encuentro hoy puedo verlos en toda su urgencia– me reconforta el compromiso que he encontrado en muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que he podido conocer en los últimos meses. Todos ellos se encuentran entusiasmados con la prioridad que les ha dado el Santo Padre a los inmigrantes y refugiados de todos los continentes, y han manifestado una total disponibilidad para coordinar sus esfuerzos, de tal manera que se haga aun más tangible el amor maternal de la Iglesia hacia estas personas, nuestros hermanos y hermanas.
P.- La solidaridad en el encuentro con los inmigrantes es un imperativo para los cristianos ¿Cómo podemos incluirla en la vida cotidiana de las comunidades parroquiales?
R.- El papa Francisco ha insistido en la necesidad de promover la cultura del encuentro en contraposición a la cultura de la indiferencia, que minuciosamente parecen conquistar espacios importantes de la sociedad contemporánea. El deber sagrado de la hospitalidad, tantas veces reafirmado en el Antiguo Testamento, encuentra su consagración definitiva en la parábola del juicio universal (Mateo 25, 31-46), donde Jesucristo se identifica como un forastero que llama a la puerta, pidiendo ser acogido. Me permito añadir que, además de ser un deber, la acogida del otro, del forastero, del diferente, representa la oportunidad de vivir el catolicismo de la Iglesia, donde todos los bautizados pueden reivindicar su derecho de pertenencia. Para todos los cristianos se trata de una verdadera oportunidad misionera, una ocasión providencial de dar testimonio de la propia fe a través de la caridad.
P.- ¿Qué se puede hacer para poner fin a la dramática situación de tráfico de seres humanos?
R.- A finales del siglo XIX, Juan Bautista Scalabrini, obispo de Piacenza, denunciaba públicamente la nefasta labor de los agentes de inmigración, que reclutaban a los migrantes de Italia, engañándolos con el único fin de lucrarse. Los llamaba “comerciantes de carne humana”. El santo obispo sugería una nueva ley que protegiese a los migrantes, aportándoles información veraz y garantizando vías seguras para salir del país. Aunque los tiempos han cambiado, estoy convencido de que la primera medida que hay que adoptar para combatir el tráfico y la trata de personas es abrir vías de acceso legales y seguras, a través de políticas y leyes con visión de futuro”. Las políticas migratorias restrictivas han contribuido, en realidad, a aumentar la oferta de canales migratorios alternativos.
P.- ¿Existen soluciones para que Oriente Medio vuelva a la paz y para evitar el éxodo de cristianos de esos territorios?
R.- Debemos reconocer el generoso esfuerzo llevado a cabo por tantos actores internacionales y por la Iglesia Católica con el fin de asegurar la paz a los territorios que se han visto afectados por la guerra en la última década. Si bien la dificultad es grande, no hay que perder la esperanza, sino continuar insistiendo en el diálogo entre las partes. Hay que trabajar asiduamente para curar heridas antiguas y reconciliar ánimos devastados por el rencor. La creación de una sociedad plural e inclusiva no es una utopía, de hecho, hay ejemplos concretos en muchas partes del mundo. Lo que necesitamos es paciencia, porque la vía del diálogo no es la más corta, pero es indudablemente la única que puede garantizar una paz sostenible.
(*) Artículo original publicado en L’Osservatore Romano. Traducción de Vida Nueva