Junto al drama del desplazamiento forzado, convive en Norte de Santander el desafío de la migración trans-fronteriza. Al menos cuatro perfiles configuran esta realidad, según explica Óscar Calderón, coordinador regional del Servicio Jesuita para Refugiados (SJR).
Por una parte, están las personas que atraviesan la frontera, con el interés de llegar a Norteamérica, entre ellas extra-continentales (africanos o asiáticos vulnerables a redes de tráfico y trata de personas). Por otra parte, colombianos que han decidido retornar al país, provenientes de Venezuela (en su mayoría, personas que huyeron de Colombia por la violencia y vuelven sin garantías de seguridad -muchas con hijos nacidos en el país vecino-). Un tercer perfil lo configuran familias venezolanas sin ningún vínculo de sangre con Colombia que, por la crisis venezolana (expresada en la violencia, el desabastecimiento de alimentos o la imposibilidad de acceso a medicinas o a tratamientos médicos), han debido ingresar a la nación. Por último, el perfil migratorio de familias mixtas conformadas por colombianos y venezolanos; conformación que supone complicaciones para acceso a derechos como la educación o la salud, para algunos de sus integrantes.
En el Centro de Migraciones dirigido por los scalabrinianos una de las principales preocupaciones frente a esta multiforme población consiste en colaborar en la regularización de su situación legal, condición de posibilidad para una mayor estabilidad de vida.
El SJR ha priorizado en la región el apoyo a mujeres gestantes y lactantes, sin acceso al sistema de salud. Con ayuda de un fondo de emergencia, se abren caminos para controles prenatales y ecografías. Un seguimiento a la situación de las personas deportadas de Venezuela en los últimos años señala, además, las dificultades que afrontan para salir adelante, habiendo debido empezar de cero.
La agudización de la incertidumbre
El hecho de que Cúcuta y Norte de Santander presenten altas cifras de desempleo e informalidad agudiza la incertidumbre de quienes han asumido el reto de la movilidad. El padre scalabriniano Francesco Bortignon busca estrategias para la generación de ingresos en beneficio de estas personas. Óscar Calderón y el SJR participan en esfuerzos para la conformación de un trabajo solidario en red, articulado, incluso binacionalmente. “Si seguimos mirando la frontera de manera unilateral no solo tendremos lecturas parciales, sino también respuestas de ese tipo”.
Por su parte, entre las acciones que recientemente ha adelantado la Diócesis de Cúcuta, dirigida por monseñor Víctor Ochoa, está la creación de una casa de paso en el municipio de Villa del Rosario. Según manifiesta la institución, el objetivo es brindar ayuda espiritual, pastoral y material a miles de personas que diariamente llegan a Colombia, provenientes de Venezuela. La jurisdicción también se ha ideado ollas comunitarias en distintas parroquias, para hacer frente a la realidad de hambre de muchas familias migrantes.
Estas muestras de solidaridad se suman a las que ha hecho llegar al pueblo venezolano el CELAM recientemente, a través de un mensaje de la red CLAMOR, en el cual se ratificó como Iglesia “el compromiso de seguir acompañando a los migrantes venezolanos en la conquista y defensa de sus derechos fundamentales”.