1 Reyes 19,9a.11-13a
Cuando Elías llegó al monte, entró en una gruta y pasó allí la noche. […] Pasó primero un viento fuerte e impetuoso, que removía los montes y quebraba las peñas, pero el Señor no estaba en el viento. Al viento siguió un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Al terremoto siguió un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Al fuego siguió un ligero susurro. Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con su manto y, saliendo afuera, se quedó de pie a la entrada de la gruta.
Elías llegó al monte
El profeta Elías ha emprendido una peregrinación al monte de Dios –el Horeb o Sinaí– huyendo de la persecución del rey Ajab y de la reina Jezabel. Quizá fuera buscando una respuesta ante la dura situación por la que atravesaba la fe en Yahvé. Y la encontrará, aunque de forma inesperada.
viento fuerte e impetuoso
El viento, el terremoto y el fuego son las tres manifestaciones naturales donde Elías espera encontrar a Dios. Normal, era lo que le dictaba su tradición: el Dios del Sinaí u Horeb se había revelado así; incluso lo había presenciado de esa manera en el capítulo anterior (1 Re 18), en el conflicto con los profetas de Baal.
ligero susurro
El texto hebreo presenta aquí un logrado oxímoron (una figura retórica que consiste en una contradicción en los términos): una “pequeña voz de silencio”. En todo caso, lo que salta a la vista es el contraste con las otras manifestaciones poderosas de la naturaleza: viento fuerte, terremoto y fuego.
a la entrada de la gruta
Después de encontrar a Dios, el profeta se dispone a escuchar lo que Dios tiene que decirle. Y lo hace mediante dos gestos significativos: se cubre el rostro con el manto y se pone de pie. Ambos gestos conjugan el respeto debido a la divinidad y la disposición a la tarea que se le va a encomendar.