América

Un obispo y un Papa

  • Giovanni María Vian, director de L’Osservatore Romano analiza la relación e influencia entre Romero y Pablo VI
  • Montini al mártir: “Sé bien que no todos piensan como usted; es difícil, en las circunstancias de su país”





En el día de la Asunción se conmemora el centenario del nacimiento de uno de los cristianos más conocidos de nuestro tiempo, Óscar Romero. El arzobispo de San Salvador fue asesinado en 1980 a los sesenta y tres años mientras celebraba la misa, por haber denunciado la injusticia y la violencia que flagelaban al pequeño país centroamericano: tomas de posición claras en nombre del Evangelio.

Ante su tumba en 1983 rezó Juan Pablo II, que en 1997 autorizó la apertura de su causa de canonización, pero no fue hasta 2012 que se retomó, por decisión de Benedicto XVI y luego de Francisco, hasta que llegó su beatificación en 2015 como mártir.

Pero importante para Romero fue sobre todo Pablo VI, el Papa que le nombró en 1970 obispo auxiliar de San Salvador, en 1974 obispo de Santa María y en 1977 arzobispo de la capital. El joven clérigo había estado en Roma, donde había estudiado en la Gregoriana entre finales de los años treinta e inicios de los años cuarenta, ya en plena Guerra. Será precisamente esta formación romana, que le dejó una huella tradicional, la que le permita seguir una veintena de años más tarde el periodo conciliar con confianza en el magisterio. Y precisamente la visión abierta de Papa Montini, que guía con valor y sabiduría el Vaticano II, es la que el sacerdote salvadoreño inicia a acoger.

En un artículo publicado a principios de 1965 Romero escribe: «Para no caer en el ridículo de una  acrítica afición a lo viejo y para no caer en el ridículo de hacerse aventureros de “sueños artificiosos” de novedad es mejor vivir hoy más que nunca ese clásico axioma: “sentir con la Iglesia” que concretamente significa incondicionado apego a la jerarquía», de matriz ignaciana, será elegida cinco años después por el nuevo auxiliar de San Salvador como su lema episcopal.

Obispo en un país cruelmente oprimido por las oligarquías y por los militares, preocupado por las tendencias políticas que se manifiestan en la teología de la liberación, progresivamente llega a compartir el concepto de la centralidad de los pobres, que en 1968 había sido reiterado por la conferencia de Medellín en la cual había participado Pablo VI, primer Papa que pisó América Latina.

Y precisamente un documento de Montini, la Evangelii nuntiandi, recordado más de una vez con admiración por su actual sucesor, da aliento a monseñor Romero. Que precisamente por su posición moderada es elegido como arzobispo de San Salvador, mientras la situación se hace cada vez más difícil y la violencia represiva aumenta.

La primera homilía del obispo es precisamente para un amigo fraterno, el jesuita Rutilio Grande, asesinado por los escuadrones de la muerte con dos fieles, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, mientras iba a celebrar por la novena de san José, casi una anticipación de su propia muerte: «Así ama la Iglesia; muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del cielo. Los ama, y es significativo que mientras el padre Grande caminaba para su pueblo, a llevar el mensaje de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado. Un sacerdote con sus campesinos, camina a su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos, no una inspiración revolucionaria, sino una inspiración de amor».

Pocos días después Romero viaja a Roma para buscar el apoyo que ya no tiene del nuncio, y el Papa le recibe enseguida, como había acaecido tres años antes, y como sucederá un año después, precisamente en el aniversario de la elección de Montini.

El recuerdo detallado de esta última audiencia está en el diario del arzobispo. «Pablo VI me ha estrechado la mano derecha y la ha sostenido durante largo rato entre sus dos manos y yo también he estrechado con mis dos manos la mano del Papa» que le habla extensamente: «Comprendo su difícil trabajo. Es un trabajo que puede ser incomprendido y precisa mucha paciencia y fortaleza. Sé bien que no todos piensan como usted; es difícil, en las circunstancias de su país, tener tal unanimidad de pensamiento; pero siga adelante con valor, con paciencia, con fuerza, con esperanza». Un mes y medio más tarde Montini expiraba. Menos de dos años después Romero era asesinado.

(*) Artículo original publicado en L’Osservatore Romano

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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