Opinion // Francisco: pastor, profeta, místico

El Papa bajo el lente de dos pastoralistas colombianos

Opinion // Francisco: pastor, profeta, místico

“Salió el sembrador a sembrar” (Mt 13,3), esta es la misión que hoy realiza Francisco, creyente impulsado por el Espíritu. Su voz profética salida de la hondura del corazón deja ver la claridad de una cultivada inteligencia pastoral, configurada por la fuerza del Evangelio. Su profetismo se insertará en la coyuntura histórica colombiana, como un “bálsamo de Misericordia”. Nos anunciará a todos que la acción pastoral de nuestra iglesia requiere ser tomada por el Espíritu, y que sólo en esta medida podrá ser renovada y hacerse alegre noticia de un tiempo nuevo, de una nueva humanidad para nuestro país. Veamos cómo sus propias palabras nos inspiran, nos arrancan una interpretación sedienta de algunas actitudes nuevas y de cambios necesarios y profundos.

“Si el corazón no se implica, nada cambia”: esta expresión es para Francisco el principio de su innovación pastoral. A partir de aquí es que él, como Jesús, ve, siente, se compadece y actúa. “La única fuerza capaz de reconquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios”. ¡Cuánto necesitamos los colombianos abrazar esta ternura! Así podremos hablar al corazón del otro, con ternura, con bondad, con pasión. Así habla Francisco y, a la vez, les imprime firmeza a sus palabras. Esta manera de hacer pastoral es atrayente y exigente, nos pasa de una visión de conservación a una visión evangélica. Será el Evangelio puro, colmado de humanidad, el que nos ayude a superar nuestras violencias.

“Mi puerta está siempre abierta”: este es el llamado a una auténtica renovación pastoral, a un “proceso de reforma misionera”. “La Iglesia es de puertas abiertas o se acaba, se muere”. “La ciudad de las puertas cerradas es la ciudad actual, poblada de desconfianzas, temores y hostilidades. La puerta cerrada nos daña, nos anquilosa, nos separa… hemos de establecer un diálogo con las mujeres y los hombres que andan por la calle”. “Tenemos que salir de nuestra cáscara y decirles que Jesús vive y que vive para ellas y para ellos y decírselo con alegría para sembrar esperanza”. “Debemos estar siempre disponibles”. La pastoral se juega en las calles, esa es la pastoral de las puertas abiertas. Convertimos nuestra pastoral en una “aduana”, somos controladores de la fe, no propiciadores de la vida, de su plenitud, como lo hizo Jesús de Nazaret.

La puerta está siempre abierta, es una puerta existencial, un lugar teológico. El lugar del anuncio del Evangelio está en el cotidiano vivir de nuestra gente, de sus nuevos estilos de vida, consecuencia de la cultura moderna, marcados por la urbanización y sus transformaciones aceleradas, que la hacen, muchísimas veces, dolorosamente trágica. Las puertas abiertas nos harán ciudadanas y ciudadanos del Reino, con un corazón sensible, con un enorme potencial para el perdón, la reconciliación y la transformación de nuestra sociedad.

“Ha llegado la hora del pueblo de Dios: tenemos que ceder el protagonismo a la comunidad”, “santo pueblo fiel de Dios”, fundamentado en la palabra y en la fuerza del Espíritu. Esto implica estructuras itinerantes… que nos llevarán a una “Iglesia fuente”, en la que el Espíritu actúe, dejando de lado los “filtros eclesiásticos”, para construir una “auténtica convivencia humana e impedir la prepotencia de algunos”. Así surgirá “una humanidad nueva, en otro mundo que es posible”.

Según Austen Ivereigh, “lo que ha cautivado al mundo de este papa es que sus acciones, sus palabras y sus gestos han despertado un tenue recuerdo, a menudo inconsciente, pero aun así poderoso, de alguien amado, pero perdido desde hace mucho tiempo”: Jesús de Nazaret, Señor de la vida, vencedor de la muerte.

“No pierdan tiempo en cosas secundarias”: “Es necesario que la gente encuentre en la Iglesia el verdadero mensaje de Jesús y no las rigideces que inventamos los hombres”. Este es el reto central que nos plantea el Papa, dar una vuelta sincera y auténtica a la persona, el mensaje y el proyecto de Misericordia de Jesús de Nazaret. La espiritualidad de la Misericordia es el gran antídoto contra la prepotencia del ego. “A mayor ego, menor espiritualidad”, porque “el servicio y el ego son incompatibles”.

“Para mí la gran revolución es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir el día de hoy”.

“El cambio de mirada lleva a los pobres, a su sufrimiento”: “Es una mirada límpida, transparente, de rostro luminoso”. “Supera la tentación de la distancia y del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y del egocentrismo”. “Dios despertó y despierta la esperanza de los más pequeños, de los que sufren, de los desterrados y marginados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en esta tierra”. Así lo siente y lo vive el Papa. Son los derroteros de una acción pastoral humanizadora y liberadora.

Este cambio de mirada es para nosotros un desafío definitivo. Es una mirada de entrañas, de sentir hondamente nuestra tragedia nacional. Si no reconocemos que ocho millones de víctimas sufrientes en este conflicto colombiano es algo supremamente trágico, no vamos a poder cambiar la vida que llevamos. Es la hora de mirarnos y sentirnos con humanidad, con ternura, con dignidad.

Conclusión

El Papa nos compromete a ir “de una pastoral auto-referencial, sedentaria y estática, a otra, abierta, itinerante y extática… para llegar a todos, especialmente a los últimos”.

Francisco nos aporta la frescura del sentir y del ver, del actuar y del vivir como iglesia del y para el Reino. Nos invita al cuidado de la ecología integral. En este sentido, el poema del gran profeta, pastor y místico Pedro Casaldáliga se convierte hoy para nosotros en un imperativo: “Es tarde, pero es nuestra hora. Es tarde, pero es todo el tiempo que tenemos a mano para construir el futuro. Es tarde, pero somos nosotros esta hora tardía. Es tarde, pero es madrugada si insistimos un poco”.

Como bien lo decía Francisco de Asís, evangelio viviente, a sus frailes: “hasta ahora no hemos hecho nada, pero comencemos”.

Esta es la “alegría del Evangelio” que Francisco quiere sembrar en Colombia, la que hará posible la Ciudad de la Misericordia que no será otra que el abrazo reconciliador, curador, transformador entre la ciudad y el sufrido campo, la dejación de odios y de injusticias, para instaurar la nación en la que actúa la buena noticia del Dios de Jesús de Nazaret. 

Alberto Enrique Camargo Cortés. Diócesis de Engativá
Arturo Silva Hurtado. Arquidiócesis de Bogotá

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