A poco menos de un mes ocurrirá la visita del papa Francisco. La mayoría de los colombianos espera su llegada con esperanza. Todos son conscientes de que Colombia no está bien; hay demasiada tensión en el ambiente y cuando se mira la actividad política es forzoso concluir que el conflicto armado ha acumulado demasiados odios. Conjurar este mal, buscar la medicina apropiada para esa enfermedad del alma colectiva, ¿es la razón de ser de la visita? Hay quien no lo cree así. Los laicistas se inquietan y comparan esta visita con la que hizo el anterior presidente francés, por ejemplo, y concluyen que el Papa, al contrario de esos altos visitantes, hace un viaje propagandístico de la Iglesia Católica. Es “una extravagante visita” que “no dejará nada bueno”, que “exacerbará al pueblo católico, fortalecerá las ideas ultraconservadoras, promoverá una derecha de religiosidad” y, finalmente, “no traerá recursos ni ayuda”. Evidentemente razonan desde el prejuicio. No han oído hablar al Papa sobre uno de los motivos centrales de su viaje.
Para saber a qué vendrá Francisco habría que escucharlo, por ejemplo, con motivo de la Jornada Mundial de la Paz de 2015: “la paz es posible donde el derecho de todo humano es reconocido”. Y el 15 de mayo de 2016 señaló como camino de paz “el respeto a la diversidad, la búsqueda de la verdad”. Y ya había dicho en 2015: “la paz debe ser conquistada, porque se obtiene con gran esfuerzo”.
¿Por qué en citas como estas parece prescindir de lo religioso? La visión del Papa no es la que le atribuyen los que lo ven llegar en plan político o de propaganda institucional. Para él la paz es algo más serio que eso.
La paz que proclamará el Papa supone la desaparición de la corrupción, de las violaciones de la libertad y de los derechos, la lucha eficaz contra el crimen organizado, la superación de las guerras y una solución al drama de refugiados y desplazados. De esto habló desde la Jornada Mundial de la Paz en 2015 en un lenguaje comprensible y aceptable para cualquiera persona de buena voluntad, pero con una clara intencionalidad de urgir acciones ante un mal inminente. Ese mensaje de carácter urgente es el que trae el Papa a Colombia. Ninguno de los presidentes que han visitado a este país habría podido dar ese mensaje con la autoridad moral del Papa, ni a las muchedumbres que lo acompañarán.
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El Papa viene a recordar a los colombianos lo que dijo en diciembre del año pasado: el amor a los enemigos es el núcleo de la revolución cristiana.
Agregó entonces que la paz rechaza el descarte de las personas, el daño al medio ambiente, la idea de vencer a cualquier precio. Es fácil verlo hablando de estos temas al pie de la tumba de san Pedro Claver en Cartagena.
Son mensajes que nadie con sentido común osaría descartar; que en este momento de la vida del país no se pueden entender como propaganda ni como acciones políticas, sino como indicaciones imprescindibles, porque son de vida o muerte.
También incluye el discurso papal sobre la paz una reveladora enumeración de sus resultados: “la cultura de la legalidad, la educación para el diálogo y para la cooperación”, o sea, un estímulo para creyentes y no creyentes, para los que acompañarán al Papa durante su visita y para los que la ven como un hecho extravagante. Unos y otros necesitan y esperan resultados de la paz como estos.
Francisco se ha convertido en la conciencia del mundo, por eso también estará entre nosotros.
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