La madrugada del 23 al 24 de agosto, hace ahora un año, la tierra tembló en el centro de Italia. Poblaciones como Accumoli, Amatrice o Arquata del Tronto, situadas a unos 10 kilómetros del epicentro, fueron devastadas. Las víctimas del seísmo, de magnitud 6, llegaron casi a los 300 fallecidos, a los 400 heridos y más de 2.000 personas tuvieron que buscar refugio en los campamentos de emergencia. Las réplicas en los días siguientes, algunas de magnitud 5.4 y 5.1, fueron constantes, afectando a poblaciones como Norcia.
Edificios de las poblaciones más cercanas al temblor de tierra sufrieron terribles daños. La fachada de la iglesia principal de Amatrice, dedicada a san Agustín, se derrumbó por completo. El campanario de la iglesia parroquial de Accumoli también se cayó, como toda la iglesia parroquial y las casas de alrededor de Arquata del Tronto. Muchos templos de alrededor también sufrirían importantes daños. En una de las réplicas, la del 30 de octubre, Norcia perdía la basílica de San Benito y los muros de su catedral. Incluso los frescos de Giotto en la basílica de San Francisco, en Asís, sufrieron las consecuencias.
La solidaridad italiana, y del mundo, ha sido una constante a lo largo de este año. Desoyendo los mandatos presupuestarios de la Unión Europea, el Gobierno italiano aprobó partidas presupuestarias de urgencia. Cáritas ha trazado un plan de acción para los momentos de emergencia y para la reconstrucción.
El Vaticano movilizó a su cuerpo de bomberos y a la Gendarmería, desplazando a las zonas afectadas algunos de sus efectivos. Incluso el belén instalado en la plaza de San Pedro, la pasada Navidad, recaudó fondos para la reconstrucción de templos como el de Norcia, cuya cruz destruida se colocó junto al misterio.
El obispo de Rieti, la diócesis italiana más afectada, Domenico Pompili, relataba estos días cómo han sido estos meses. “Lo primero fue escuchar las necesidades de las personas y dejarse llevar por su dolor, por sus necesidades, distinguiendo las auténticas de las ficticias… Escuchar a la gente nos ha sugerido cómo responder”, ha declarado a la agencia de noticias SIR.
Para el prelado, “las víctimas del terremoto vieron la cercanía de la Iglesia” desde el primer momento. Nunca han abandonado el lugar ni Cáritas, ni los religiosos, los párrocos o tantas asociaciones que se han volcado a la hora de hacer donaciones. La “Iglesia siempre ha estado en primera línea, cuando se trata de ayudar”, sentenció.
Un momento especial de la presencia de la Iglesia fue la visita, privada y discreta, del papa Francisco, el 4 de octubre de 2016. Para el obispo que le acogió, esta oración de Francisco entre los escombros es un gesto que muestra su estilo de actuación “concreto, sencillo y espiritual”. “El papa Francisco estuvo con los niños, con los ancianos, con los trabajadores del campo. El Pontífice aconsejó a todos que no abandonaran estos lugares, y este es el modelo que nosotros, como Iglesia, queríamos encarnar”, señaló Pompili.
A la “desorientación inicial” han seguido unos intensos meses de “recuperación e, incluso, de renacimiento”. “El terremoto nos ha hecho tocar el fondo, pero ahora la esperanza es lo que podamos experimentar”, sentenció el obispo de Rieti. Algo que pasa -ha denunciado el prelado- por una mayor colaboración “entre las instituciones, el tejido social y económico y el mundo de la solidaridad”.